Cuando abrí los ojos, sobresaltado, la claridad polvorienta del mediodía taladró mis retinas. El sueño extraño y pesado que me había atormentado toda la noche seguía pegado a mis parpados sin querer abandonarme del todo.
Un dolor lacerante me paralizó al intentar incorporarme. Me sentía ansioso, y tan intranquilo que me ahogaba en el intento de respirar.
Los detalles de la noche anterior estaban envueltos en niebla. Recordaba la mesa y el tapete verde, las botellas de cerveza fría y las cortinas del salón agitándose por la brisa, pero cuando trataba de atravesar la densa bruma de mi memoria me topaba de frente con un muro de hormigón.
Tenía la sensación de estar balanceándome sobre el vacío. Algo invisible y amenazador flotaba en el ambiente enrarecido de la habitación.
Las sombras de mis retinas se solidificaban. Las proporciones de aquella habitación se precisaban. Aunque mi vista seguía borrosa reconocí la estancia que me rodeaba. Eso, contrariamente a lo que hubiera esperado, no disminuyó mi angustia.
Cuando quise moverme de nuevo, una punzada bajo los riñones me hizo aullar de dolor. Bajo mi cuerpo encontré una ficha de póker manchada de sangre. La observé apresada entre mis dedos, con el ceño fruncido y los ojos abiertos por el pánico. Desde las ventanas abiertas se colaba el canto de los pájaros. La dejé caer con asco, aturdido, para palpar mi cuerpo en busca de heridas abiertas. Pero la inspección no me dejó tranquilo, aquella sangre no me pertenecía.
La cabeza me iba explotar. Cerré los ojos tratando de sortear el dolor que latía en ellos, pero una imagen aterradora surgió de la oscuridad. Un demonio verde con ojos de fuego brotó de las tinieblas. Moví el cuello bruscamente, asustado, alarmado por el insólito silencio que llenaba la estancia, angustiado por permanecer aún en aquella incomoda postura, ladeado sobre el costado derecho.
La consciencia había despertado el dolor que bajaba como lava ardiente desde el centro de mi cerebro hacía mi columna. No podía moverme, mis sentidos, atrofiados, trabajaban a medio rendimiento. Forcé mi memoria en un intento inútil de dilucidar lo ocurrido. ¿Qué había pasado? ¿Qué me había llevado hasta aquella situación?
Los juguetes de mis hijos, esparcidos por el salón, arrancaron de mi garganta un gemido. Entonces recordé, aliviado, que ni Elaine ni los niños estaban en la casa. Aquel fin de semana iban a estar con la abuela, en la playa.
La niebla se disipaba. Recordé la reunión improvisada, las voces y las risas de los cuatro amigos, la partida de póker.
El suelo a mi alrededor estaba lleno de restos de comida, de botellas rotas y de cartas. Había algo espantoso en aquel desorden. Haciendo un esfuerzo sobrehumano me puse boca arriba. Recuperando un momento el aliento giré la cabeza a la izquierda y me topé con él. El dinosaurio de plástico de mi hijo, manchado de sangre, me acechaba con sus ojos pintados delante del cuerpo desmadejado de mi amigo, con sus ojos vacíos, su brecha abierta en la frente profunda, asomando de una de sus mangas el as de corazones.
7 comentarios:
Que lejos puede llegar una partida de cartas, ¿no? Buen relato, un poco angustioso para el protagonista que no entiende nada de lo que ha pasado hasta que va recordando como la situación se le fue de la manos.
Besitos :)
Waw!! Un relato perturbador... De verdad que produce vértigo. Abrazos
Ay, qué peligrosos son los hombres cuando les abandona la familia :)
Muy agobiante, con preguntas que vas contestanto sin prisa pero sin pausa para un un buen final, abierto como Dios manda. Muy bueno. Un abrazo.
Mi querida Raquel: Parece un relato basado en una pesadilla y creo que el protagonista hubiera querido que fuese así.
Por cuantas tonterías se pueden desencadenar tragedias.
Es un relato muy interesante.
Mil besos y mil rosas.
Un pelín angustioso si que es!.
Muy bueno el relato de esta semana.
MUAKS!
Pues si, puede llegar muy lejos, tan lejos que a veces hasta no hay posibilidad de regresar.
Besos, Ana.
Gracias Ligia.
Un abrazo.
Mucho, NoSurrender, si es que no se os puede dejar solos :)
En estas cosas es mejor dejar un final abierto. Muchas gracias Prometeo.
Un abrazo.
Unas copas de más y el factor dinero dan muchas veces estos resultados.
Gracias Malena.
Muchos besos.
Si, bastante angustioso pero la escena lo requería.
Un beso grande Sara.
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