El monarca Gustavo III de Suecia detestaba el café
hasta el punto de creer que se trataba de una bebida letal y que su consumo
prolongado podía causar la muerte.
Para demostrarlo, se le ocurrió una absurda idea.
Condenó a un reo de asesinato a ser ejecutado lentamente bebiendo doce tazas de
café diarias. Un grupo de médicos
designados por el rey irían comprobando su progresivo deterioro físico. Pero el
soberano nunca vio el desenlace del experimento, ya que casi diez años después,
en 1792, fue asesinado por un disidente que se llamaba Anckarström. Y en los
años sucesivos fueron muriendo uno a uno los médicos que el rey había
designado.
De hecho, al final el único que quedó vivo fue el reo,
quien acabó siendo indultado y murió mucho tiempo después, por causas
perfectamente naturales. Aunque eso sí, nunca dejó de tomarse sus tacitas
diarias de café.