Carmen cruzó la plaza de la barriada enfrascada en sus cuentas. Llevaba en una mano la correa de su Border Collie blanco y negro y en la otra la bolsa casi vacía del supermercado en donde acababa de comprar y en el que, por tercera vez en aquel mes, había tenido que pedir fiado.
Carmen estaba tan absorbida por los problemas y las deudas que no se percató de la improvisada reunión que se había congregado en la plaza, y que parecía atraer a todos los curiosos, a pesar de que el murmullo del corro crecía y zumbaba igual que un panel de abejas dispuestas a atacar.
Sólo cuando el collie, al que llamaba Toby, comenzó a ladrar contra la gente Carmen reparó en ello.
— ¡Esto es una vergüenza!…—escuchó que alguien gritaba, y el corazón le dio un vuelco.
Temerosa, se acercó lentamente al grupo tratando de calmar a Toby que se resistía a seguirla, y continuó escuchando con el corazón encogido.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó al fin, incapaz de controlar los latidos de su corazón.
— ¿No se ha enterado, Nena?… Ayer agredieron a otro chaval a la salida del metro, y ya van cuatro en las últimas dos semanas.
Carmen palideció y a punto estuvo de soltar la correa de Toby.
— ¿Cómo…?
—Lo de siempre. Ni al alcalde ni a la policía le importa este barrio dejado de la mano de dios, Nena; y mientras esto siga como sigue los que incordian se harán más fuertes y nosotros más débiles —Carmen dejó escapar un suspiro amargo y bajó la vista, manoseando nerviosa la correa del perro.
—No…sé, las cosas no son blancas o negras. ¿Seguro que el chaval este no iba buscando camorra?
— Aquí hace tiempo que no se ven otros colores, Nena —señaló picado, mirando a Carmen con los ojos entornados— Ese chaval volvía de estudiar y le salieron dos al paso. Como la última vez, ¿se acuerda?
—Claro —contestó la mujer, con la frente perlada de sudor frío. Y sus ojos se oscurecieron de pronto.
— ¡Hay mucha basura en el barrio! Cualquier día ocurre una tragedia y entonces ya me gustaría ver al alcalde.
Carmen fijó la vista en el corro de caras anónimas —aun siendo vecinos— que gritaba clamando justicia, sin poder reprimir un extraño pero apremiante sentimiento de odio. ¿Dónde estaban todos esos cuando agredieron a su hija? ¿Por qué ninguno de ellos salió entonces a exigir justicia?
Pero que agredieran a una chica era algo común en el barrio.
Carmen se atormentaba, porque no podía dejar de pensar en la violación de su hija Carlota. No había podido hacer nada por ayudarla. No había podido hacer que los culpables pagaran.
Se sentía vulnerable, y casi más desanimada que cuando su hija le confeso entre lágrimas que nunca volvería a salir tranquila a la calle. Todo seguía igual que entonces, o quizás peor. Porque en aquel lugar la única ley que imperaba era la del más fuerte. Y los más fuertes eran aquellos que, amparados en la pasividad de los que debían administrar justicia, pisoteaban a los que a su juicio eran más débiles.
Casi llegaba al portal cuando se topó de frente e inesperadamente con Carlota. Como iba siendo habitual en los últimos tiempos la acompañaban aquellas dos chicas malencaradas que a Carmen no le terminaban de caer bien. Sin poder disimular su malestar bajó la cabeza fingiendo buscar en el monedero las llaves. Carlota la saludó efusiva y besó la mejilla de su madre al mismo tiempo que acariciaba las orejas de Toby.
— ¿Dónde has estado? —le susurró Carmen molesta.
Carlota miró a su madre fijamente en silencio, con indolencia. Carmen suspiró visiblemente malhumorada. Su mirada severa intimidó a las dos muchachas que acompañaban a Carlota, y ambas terminaron alejándose unos metros.
— ¡Son mis amigas! —le increpó la joven, harta de la actitud de su madre.
— Me da igual, Carlota. No me gustan.
— ¿Qué?... ¡Son las únicas amigas que tengo, las únicas personas en el mundo en las que puedo confiar!
— Y también son una mala influencia. Estás muy cambiada desde que…
—Ellas me protegen.
Carmen se le quedó mirando
— Eso también me preocupa…más de lo que crees. ¿Sabes lo que ha pasado, verdad?
Carlota desvió la vista. Carmen continuó.
— ¿Tenéis algo qué ver?
La chica miró atónita a su madre, pues aquella acusación le había pillado desprevenida. Una vez más la chica optó por callar.
— No creas que no me entero de lo pasa. Tú eres lo único que tengo en este mundo, y lo más preciado. Desde la violación— no sabía cómo continuar— sé que te sentías molesta conmigo por no actuar cómo tú pensabas qué debía actuar…
—Por favor, corta. No quiero seguir hablando de esto.
—Pero yo sí —y la miró inflexible, sin darle opción a replicar—; te sentiste decepcionada pero yo, sola como estaba, no pude hacer más de lo que hice.
— Lo sé, nunca te lo he reprochado— dijo Carlota, aunque sus ojos y su frialdad la delataron. — De todas formas, mamá, ya no tienes que preocuparte por mi. Sé que no lo entiendes pero…ellas, bueno…cuidamos de nosotras. Ninguna chica en este barrio va a tener que preocuparse nunca más.
—Eso no está bien, Carlota. No lo está.
— ¿Y es mejor que pasemos miedo? Todos esos capullos pueden hacer lo que les plazca sin importarles una mierda las consecuencias. No voy a consentir que ninguna agresión se quede sin respuesta. Si los que tienen que hacerlo no lo hacen, ya lo haremos nosotros.
— ¿Y ese chico qué mal te hizo? ¿Qué mal os hizo? — chilló Carmen, desesperada y al borde de las lágrimas. Toby aulló lastimeramente.
— ¡No lo entiendes!...no lo entiendes— rechinó los dientes con amargura —. Parece que somos malas por hacer lo que debemos, tú haces que parezca despiadada por ayudar a otras chicas como yo.
— ¿Ayudar? ¿Haciendo lo mismo que te hicieron?
Toby se agitó entonces, y comenzó a ladrar contra Carlota, que de manotazo lo hizo callar. El perro gimió asustado y de un brusco movimiento se zafó de las manos de Carmen alejándose a toda velocidad. Ambas se quedaron mirando la una a la otra, asustadas. De los ojos de Carlota resbalaron dos lagrimones un segundo antes de salir corriendo tras Toby.
Las luces de las farolas empezaban a encenderse cuando Carmen encontró a Carlota en el desvencijado parque infantil de la plaza. El Border Collie estaba sentado a su lado, observando como la chica se columpiaba sin fuerza y con la mirada perdida. Cuando la vio acercarse Toby meneó el rabo y Carlota, escondiendo la cara en las sombras, reprimió un sollozo.
Carmen no sabía cómo enfrentar la situación.
—Perro guapo—musitó acariciando el lomo del animal.
De pronto un lloriqueo escapó a cielo abierto. Carmen se sintió paralizada.
—No quería hacerle daño.
Por un instante Carmen se preguntó a quién se estaba refiriendo.
—Con Carlos se pasaron; era un fanfarrón y siempre nos estaba chuleando pero se les fue la mano. Yo…—la buscó con la mirada—, me creas o no es la verdad, yo ya no quería seguir haciéndolo. A ese chico del metro no lo conocía de nada, no nos había hecho nada. —La cara de Carlota estaba arrasada en llanto.
Carmen la abrazó espontáneamente, acunándola, reconfortándola a pesar de los sentimientos encontrados que habitaban en su interior.
— ¿Cómo he podido estar tan equivocada?... —se lamentó la muchacha—. Me sentía tan mal, tan frustrada por lo que pasó. Sentía que a nadie le importaba. Esto pasa diariamente, y yo fui una más. Tenía rabia. —sus ojos se cerraron lentamente—No quería vivir con miedo, no quería ser una más. No íbamos a permitirles que nos humillaran otra vez.
—Pero, ¿por qué lo hiciste? ¿No pensaste qué de esa forma te estabas poniendo en peligro?
Carlota se separó para mirarla a los ojos.
—Siempre somos nosotras las vulnerables; no quería serlo nunca más, no quería comportarme como tal nunca más…