Nada se mueve, ni una nube transita por ese cielo blanco y cargado que lleva regalándonos agua dos semanas seguidas. Empiezo a dudar de que ese paisaje brumoso y oscurecido por la lluvia sea la ciudad en la que vivo, mas parece una estampa de algún lugar del norte.
La huerta junto a mi casa se ha alfombrado en pocos días con un manto verde y los árboles frutales, contrastados notablemente por ese vivo verdor, conservan la totalidad de sus hojas y parecen islitas en medio de un mar esmeralda. Es un espectáculo digno de admirar. Los aguacateros cargados de fruta aferrados a la tierra húmeda, soportando la batida de la lluvia y el viento. También hay nísperos y limoneros, y otros árboles forrados de hojas oscuras y pulidas que ondean sus ramas como los mástiles de una goleta en medio de una tormenta. Y más allá, surgiendo de la bruma como una aparición fantasmal, la ciudad. Extraña y recortada caprichosamente contra la montaña de la que apenas se distingue una sombra, intuida tras la niebla blanca.
Hoy se ven los muros sombríos, destilando agua y soledad. No reconozco ese lugar en el que los sonidos, amortiguados por la lluvia, llegan distorsionados como provenientes de un sueño o de un tiempo muy lejano extinguido ya. Si me dijeran que ese lugar es otro lo creería sin dudar, tal vez el agua haya borrado la ciudad que conocía o tal vez es la lluvia la que me hace diferente a mi. Hoy me siento así como una isla contra la que rompen las olas; una isla en otra isla bregando hacía un destino incierto.
La huerta junto a mi casa se ha alfombrado en pocos días con un manto verde y los árboles frutales, contrastados notablemente por ese vivo verdor, conservan la totalidad de sus hojas y parecen islitas en medio de un mar esmeralda. Es un espectáculo digno de admirar. Los aguacateros cargados de fruta aferrados a la tierra húmeda, soportando la batida de la lluvia y el viento. También hay nísperos y limoneros, y otros árboles forrados de hojas oscuras y pulidas que ondean sus ramas como los mástiles de una goleta en medio de una tormenta. Y más allá, surgiendo de la bruma como una aparición fantasmal, la ciudad. Extraña y recortada caprichosamente contra la montaña de la que apenas se distingue una sombra, intuida tras la niebla blanca.
Hoy se ven los muros sombríos, destilando agua y soledad. No reconozco ese lugar en el que los sonidos, amortiguados por la lluvia, llegan distorsionados como provenientes de un sueño o de un tiempo muy lejano extinguido ya. Si me dijeran que ese lugar es otro lo creería sin dudar, tal vez el agua haya borrado la ciudad que conocía o tal vez es la lluvia la que me hace diferente a mi. Hoy me siento así como una isla contra la que rompen las olas; una isla en otra isla bregando hacía un destino incierto.
6 comentarios:
Un escrito precioso... precioso de verdad. Sombrerazo.
Ertilas
No lo hubiese descrito mejor! Esa misma sensación tuve yo ayer cuando me asomé y vi todo verdito, y tanta agua.. ;)
Como siempre, MUAKS!
Gracias, Ertilas.
Agradecida por la visita.
Y sigue cayendo agua. Gracias por los MUAKS gigantes marca de la casa.
:)
Todos somos islas posibles, hambrientas de naufragio.
Pero la mía, la prefiero sin lluvia helada, eso sí. Me deprime tanto...
:) Me gusta esa frase, No Surrender. Islas posibles hambrientas de naufragio.
A veces, para variar, estaría bien ser penínsulas.
Gracias por la visita.
Yo recuerdo muchos años así. Hubo uno que corría agua por todos los barrancos y saltos en las montañas. Precioso.
Una belleza lo que has escrito Raquel, perfecto y hermoso.
(Y sabes, prefiero estas lluvias a esos huracanes tropicales del año pasado ¿Recuerdas, jo.)
Besitos
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