En 1922, tras seis campañas de excavaciones sin ningún resultado, Howard Carter y su equipo se dieron por vencidos. A pesar de que tenían constancia de la existencia de la tumba por inscripciones en templos y objetos hallados en el Valle de los Reyes, el desánimo les ganó la partida. Cuando estaban a punto de renunciar al rastreo que les había llevado más de cinco años, el hallazgo de un escalón tallado en una roca a la entrada de la tumba de Ramsés VI, devolvió la esperanza a la expedición. Habían dado con la pista que les guiaría a uno de los descubrimientos más importantes del siglo: la necrópolis funeraria del faraón Tutankamón.
Lo cierto es que, casualidad o no, todo el que tuvo contacto directo o indirecto con la tumba del faraón murió en extrañas circunstancias.
A la izquierda, Howard Carter y Lord Carnarvon.
En marzo de 1923, cuatro meses después de abrir la tumba, Lord Carnarvon - el mecenas de la expedición-, fue picado por un mosquito y poco después se cortó la picadura mientras se afeitaba. En unos días enfermaba gravemente. Aunque los médicos pudieron detenerle la infección que había empezado a extenderse por el cuerpo, una neumonía atacó mortalmente a Lord Carvanon, que murió la noche del 4 de abril. Se cuenta que a la misma hora de la muerte el perro de Lord Carvanon aulló y cayó fulminado en Londres. Además, cuando la familia recibió la noticia de la muerte en El Cairo, un fallo de electricidad dejó a oscuras la ciudad.
La ambición de Howard Carter le llevó a realizar verdaderos despropósitos sobre la momia del faraón. Cuando el sarcófago fue abierto descubrieron que la momia se encontraba en un estado desastroso; los ungüentos funerarios la habían carbonizado casi por completo. Para conseguir desprenderle de las sandalias de oro, Carter la expuso al sol del mediodía, a 65 grados, fuera de la tumba. Al comprobar que la sustancia no se fundía, y desesperado del todo, la colocó bajo varias lámparas de parafina a plena llama, unos 500 grados, durante horas, para finalmente serrarle los pies.
Tras su muerte, varios objetos de la tumba de Tutankamón que se encontraban en su poder, y que no figuraban en el inventario de la excavación, llegaron discretamente (para evitar el escándalo) al Museo Egipcio de El Cairo.
Edgar Allan Poe escribió “Conversación con una momia” en 1845.
En 1.869, Louisa May Alcott, autora de Mujercitas, escribió una historia corta llamada “Perdido en la Pirámide”; o, “La Maldición de la Momia”.
Arthur Conan Doyle y Bram Stoker también tocaron en sus novelas el tema de las momias. El segundo escribió “La joya de las siete estrellas” en 1903, que trata la resurrección de la reina Tera cuyo perverso deseo es apoderarse del cuerpo de una muchacha joven, y que sirvió como base para la película “La Momia” (1932)
Momias en el cine
La momia es uno de los monstruos clásicos del cine con más películas en su haber, aunque la mayoría de bastante baja calidad.
La momia (1932) dirigida por Karl Freund, es considerada una obra magistral del género.
Un grupo de arqueólogos británicos invaden la tumba de un cadáver momificado que resulta ser un sumo sacerdote del antiguo Egipto. La momia, que revivirá accidentalmente 3.700 años después de su muerte, intentará raptar a una joven de ascendencia egipcia que se parece a la princesa que amó en vida y que fue el motivo de su ejecución.
Con la Momia, la productora Universal continúa con la explotación de los films de terror que tantas alegrías estaban dando a la compañía, a la vez que el aprovecha el éxito de Karloff, que venía de rodar Frankenstein. En la Momia, Karloff logra sin duda su mejor caracterización, tanto con la momia en sí, como con el personaje de Ardath Bay. El film es uno de los mejores, junto a Drácula, de los pertenecientes a esta etapa de la Universal.
La momia (1999) Stephen Sommer renovó el film de 1932 que había hecho famoso a Boris Karloff.
La momia del Titanic
El hundimiento del buque, considerado insumergible, que naufragó en el Atlántico Norte en la noche del 14 de abril de 1912, tras chocar contra un gigantesco témpano, la extraña actitud asumida por su capitán durante el salvamento y muchos otros detalles dieron pábulo a muchas hipótesis sobre las causas del accidente. El Titanic llevaba a bordo 2.538 personas y una momia egipcia: el cuerpo embalsamado de una pitonisa de los tiempos de Amenofis IV, faraón que antecedió a Tutankhamón. La momia, propiedad de uno de los pasajeros del buque, Lord Canterville quien engrosó la lista de los 1.635 ahogados en el naufragio no viajaba en la bodega, sino detrás del puente de mando de la nave, a pocos metros del timón. Entre sus adornos y amuletos, la momia escondía una amenazante frase, grabada en un brazalete: “Despierta de tu postración y el rayo de tus ojos aniquilará a todos aquellos que quieran adueñarse de ti”.