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6 de julio de 2014

Olores de verano

Cada estación tiene un olor, igual que un color. Al verano siempre le pintan amarillo, como un gran sol, como el trigo reseco, como la piel de un melón, o como los limones. Amarillo, refrescante e intenso. La primavera es verde. El invierno suele ser blanco o gris. El otoño es una explosión de colores tierra, gama de rojos oscuros y de mostaza. Cada estación tiene un color y un olor.
A mi el verano me huele a mar, a salitre, a polvo.
Me huele a aventura, a noche estrellada, a sandia.
Inevitablemente a crema solar y toallas mojadas.
Me huele a atardecer sobre las rocas volcánicas.
A grillos, a cortinas suaves mecidas por la brisa, a ropa ligera y sabanas de algodón. A ropa tendida secada al sol.  
Me huele a esmalte de uñas verde pistacho, y a limonada con mucho hielo.
Me huele a lechuga fresca, a tomates con orégano y sal, y aceitunas verdes. Me huele a piña, un olor dulzón y empalagoso, que puedes saborear con la nariz. A coco y frutas de piel de terciopelo. A manzanas verdes que se deshacen en la boca.
A piel bronceada, a viajes que se inician sin mapas.
A naturaleza vibrante. Árboles de lánguidas ramas, como el sauce, solitario y melancólico. Eucaliptos, a madera y lavanda.
A pies en remojo en los charquitos de La Punta.
A calor tórrido y sofocante concentrado en los muros.
Me huele a cal, a pintura nueva que cubre las humedades del invierno.
A césped cortado y a helados de vainilla.
Me huele a postre de canela. A arroz amarillo y a marisco. A pescado frito. A barbacoa y hogueras que calcinan lo que ya no sirve para atraer  la buena suerte.
A incienso y a siesta.
A gel y piel resplandeciente tras un baño. A esa lluvia de cinco minutos sobre el asfalto. A cielo de mil colores y rayos verdes en el horizonte.
A sandalia y cuero.

A oportunidad. 


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