La afición por mascar cosas nos viene de lejos: los griegos ya le sacaban el jugo a las plantas; mascando la savia de abeto solidificada descubrieron que era una magnifica forma de calmar la sed, gracias a la excitación que producía en las glándulas salivales. Con estos antecedentes no es de extrañar que el chicle pareciera predestinado a aparecer con el tiempo.
Su desarrollo industrial comenzó en EEUU a finales del siglo XIX, cuando el general Antonio López de Santa Anna, vencedor de la batalla de El Álamo, ofreció una tonelada de resina de caucho a un antiguo fotógrafo, Mr. Adams; éste quiso usarlo para fabricar neumáticos, pero fracasó. Hasta que un día vio a una niña masticar parafina. Adams mezcló resina con parafina y obtuvo como resultado un producto masticable con el que podían hacerse, además, globos. Eso sí, era insípido. Hubo que esperar a 1880 para que la menta se le incorporara como sabor.
La base del chicle o goma de mascar era una resina de un tipo de árbol originario de las zonas tropicales de centro América (en la península del Yucatán y en el norte de Guatemala), conocido como Zapotillo o Chico Zapote. De aquí se obtuvo la primera versión del chicle. Esta nueva materia tenía dos propiedades muy importantes: mayor elasticidad y gran capacidad para retener el sabor, lo que permitió que salieran al mercado chicles con sabores diferentes (fresa, regaliz, menta,...).
En 1869 Adams solicitó la patente necesaria para su comercialización, y dos años después los Chiclets Adams ya estaban a la venta bajo la siguiente denominación: Adams´ New York Gum No.1 ¡Muerde y estira!
Un dentista de Ohio usó la goma para crear un producto gomoso para ejercitar la mandíbula y estimular las encías. William F. Semple fue premiado por su trabajo con la primera patente para fabricar chicle en diciembre de 1869; el chewinggum, que a partir del comienzo del Siglo XX se fabricó en forma industrial.
Ya los antiguos griegos masticaban resinas de un árbol: en su caso se llamaba mastic.
Mascar chicle era una práctica muy común en los soldados de la SGM: se introdujo en Europa por los norteamericanos, que alegaban que masticar chicle les ayudaba a controlar la ansiedad y a reducir el estrés propio de la guerra.
A mediados del siglo pasado se sustituyó la resina vegetal como componente principal de la goma de mascar por otros productos sintéticos (derivados del petróleo), debido a que esto abarataba los costes de producción.
Hace unos años se encontró en Suecia el que se cree el chicle más antiguo del que se tiene constancia: se trata de un trozo de resina de abedul, con 9000 años de antigüedad, en el que se puede observar la marca de los dientes de un individuo de la Edad de Piedra.
La compañía de chicles Wrigley's llevó a cabo una de las campañas mediáticas más potentes que se recuerdan enviando por correo tres tabletas de chicle a cada persona que apareciese en la guía de teléfonos de EE.UU convirtíendose así durante mucho tiempo en el primer vendedor del país.
Hoy en día la infinidad de tipos, marcas y sabores de chicles son incontables, así como sus consumidores. Sólo en España se calcula que se consume medio kilo de chicle al año por persona dando lugar a un volumen de ventas que según estudios realizados en el año 1997 mueve unos 175 millones de Euros.
A pesar de la creencia popular, los chicles no tardan siete años en digerirse. Esta es otra leyenda urbana; normalmente un chicle pasa a través del tracto digestivo sin causar daño y es eliminado tan rápido como cualquier otro alimento. Es más, los chicles pueden favorecer el tránsito intestinal, gracias a que el sorbitol, usado como edulcorante, puede actuar como laxante.
El Gum Wall
Si a cualquiera nos dijesen que eso de pegar chicles en los sitios puede convertirse en arte, no lo creeríamos. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado de pequeños y no tan pequeños un chicle debajo de la mesa en el colegio o instituto? ¿Cuántas veces andando por la calle tranquilamente, de repente un chicle se cruza en nuestro camino y tenemos que convivir con él hasta llegar a casa para poder quitarlo con fuerza y constancia (y aún así nunca desaparecen sus restos)?
Lo del chicle convertido en arte es una casualidad del destino, además de estar vinculado a una tradición. A lo largo de 17 años, en Post Alley, Seattle, existe un muro que se ha ido llenando de chicles durante todo este tiempo y ha conformado un colorido y bonito mural, al que se ha dado en llamar “gum wall”. Así que ya sabes, si pasas por allí alguna vez, no olvides llevar chicles de colores y contribuye a esta obra. (Fuente: Taringa.net)
El muro comenzó a llenarse de gomas de mascar a principios de los 90, cuando largas colas de espectadores en busca de tickets del teatro se estacionaban en su frente. Irritados por la espera, comenzaron a pegar sus chicles a modo de protesta. Luego utilizaron las gomas para pegar monedas, pero con el tiempo la tradición de las monedas desapareció y se mantuvo la insólita costumbre de visitar y dejar huella de la visita en la pared.
Al principio, el personal del teatro se encargaba de despegar los chicles después de cada función, pero la práctica se había vuelto costumbre y en 1999 dejaron de hacerlo; el Gum Wall se había convertido en una atracción turística.
7 comentarios:
Cuando yo era pequeña comprábamos los Bazooka que se inflaban mucho. La verdad es que es muy molesto cuando se te pega alguno. Abrazos
Que mona te ha quedado la entrada, jaja, y que asco me da ese mural de chicles, ¡cuántas bacterias juntas!
Curiosamente nunca me ha gustado mucho lo de mascar chicle, me canso a los pocos minutos, y además me entra hambre.
Siempre recordaré los doblemint, y aquellos chupetes enormes con chicle dentro, umm que buenos.
Un beso
:)
Muy buen articulo, una dleicia leerte y enterarme de algunas cosas de las de andar por cas. Un abarzo.
Yo me acuerdo de los boomer que eran super largos.
La verdad es que, que se te pegue a la suela un chicle es la cosa más engorrosa del mundo, es imposible despegarlos del todo.
Un abrazo Ligia.
Gracias :) Pues sí, la verdad es que es un mural de gérmenes; da un poco de asco.
Mmm que buenos los chuepetes rellenos de chicle, y qué recuerdos me traen :)))
Un beso Ana.
Gracias Prometeo; me alegra que estas curiosidades te entretengan tanto como a mi.
Un abrazo.
Muy interesante la historia del chicle :) Igual descubrieron que la savia del abeto era buena para la sed, pero para el tema del hambre... no sé yo.
Había pensado en realizar una entrada del mismo tema, pero se quedó en pensar jaja.
Curioso y llamativo lo del muro. ¡Hay que ver cómo es la gente!
No me suena lo de los 7 años en tardar a digerirse, pero era de esperar que el tiempo fuera parecido al normal, y no a tanto tiempo. Yo medio kilo de chicle, no sé yo, jaja, igual el año pasado que es cuando más he comido, sí. Pero la verdad es que mascar chicles... apenas. Raras ocasiones.
Un beso :)
Pues tenía razón tu hermana. Tienes un blog muy cuidado, con mucha dedicación puesta en él, agradable e interesante.
Te felicito, Raquel :)
Yo tampoco, en realidad a mi mascar chiclé me pone más nerviosa que me relaja, y como tengo una boca muy pequeña acabo con la mandíbula dislocada y todo, bueno exagero un poco, pero no me gusta mucho mascar.
Un beso, Natalia.
A mi correo llegó este comentario de El Diablo que Blogger borró, así que lo cuelgo de nuevo:
Pues tenía razón tu hermana. Tienes un blog muy cuidado, con mucha dedicación puesta en él, agradable e interesante.
Te felicito, Raquel :)
Gracias, me alegra mucho que te guste :)
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