“Tener que”
Cuando se acercan las fiestas navideñas hay que sentirse alegre, entusiasmado por el ambiente festivo. Hay que hacer regalos, celebrar y gastarse un pastón en comida y en trajes de lentejuelas. Hay que ser generoso con el cartero, el butanero y el panadero. Hay que olvidar las viejas rencillas que nos han distanciado de amigos y familiares, y llamar para desear muy próspero año nuevo. Hay que acordarse de los desfavorecidos e ir a la misa del gallo, y mandar sms a la lista del móvil aunque no hayamos hablado con la mitad desde hace meses. Hay que estar con la familia y hacer un montón de cosas que en condiciones normales no haríamos ni bajo los efectos de las drogas más potentes… Como seguir extraños rituales supersticiosos para asegurar un buen año: comer doce uvas con los pies en alto, tocando el techo, con un objeto de oro en la copa, llevando en un bolsillo un puñado de lentejas y vistiendo ropa interior roja. Para posteriormente sacar, recuperada parte de la dignidad perdida en lo alto de la silla (sillón o similar), una maleta a la calle para asegurarse viajar en el año entrante.
Es demasiado.
Es como si el espumillón, las luces, los villancicos y los papanoeles trepadores nos robaran la identidad temporalmente. Hay que hacer demasiadas cosas “por obligación”, por superstición y, cada vez menos, por tradición. Esta época no debería ser un sinónimo de “deber”, ni de estrés. Es curioso que el progreso nos haya arrebatado la verdadera esencia de la Navidad.
Estoy harta de oír hablar de los “viejos tiempos” a mis padres y a mi abuela. “Antes se vivía mejor” ¿No es curioso? No tenían casi nada y vivían mejor que ahora que tenemos democracia y centros comerciales a punta pala.
Mis padres nacieron ya asentada la dictadura y durante veinticinco años no conocieron otra cosa. Aún hoy recuerdan con cierta nostalgia esos años donde se respiraba una falsa sensación de bienestar.
Pero no les culpo. Los mejores recuerdos se fraguan, casi siempre, en la infancia y juventud.
De todas formas puede que tengan razón. Al menos el cariño con el que hablan de esos tiempos me lo dice. Antes, cuando las Navidades no eran una filial del Corte Inglés, las cosas se hacían por el placer de compartir un tiempo con la familia, sin interés. Hoy nada se hace desinteresadamente, ni siquiera pasar una noche con los seres queridos.
Antes, no hace tanto, cuando era niña lo mejor del año era la Navidad. Ahora, hoy, cuando los adornos se descuelgan y vuelven a su caja de cartón y estas fechas parecen un sueño vivido a medias, no puedo dejar de pensar en aquel sentimiento perdido. En aquellas entrañables fiestas navideñas que despertaban mi ilusión. Me apena sentir que forman parte del ayer, y que ya nunca serán lo mismo, y que yo, a mi edad, empiezo a recordar con mas cariño los “viejos tiempos”.
Cuando se acercan las fiestas navideñas hay que sentirse alegre, entusiasmado por el ambiente festivo. Hay que hacer regalos, celebrar y gastarse un pastón en comida y en trajes de lentejuelas. Hay que ser generoso con el cartero, el butanero y el panadero. Hay que olvidar las viejas rencillas que nos han distanciado de amigos y familiares, y llamar para desear muy próspero año nuevo. Hay que acordarse de los desfavorecidos e ir a la misa del gallo, y mandar sms a la lista del móvil aunque no hayamos hablado con la mitad desde hace meses. Hay que estar con la familia y hacer un montón de cosas que en condiciones normales no haríamos ni bajo los efectos de las drogas más potentes… Como seguir extraños rituales supersticiosos para asegurar un buen año: comer doce uvas con los pies en alto, tocando el techo, con un objeto de oro en la copa, llevando en un bolsillo un puñado de lentejas y vistiendo ropa interior roja. Para posteriormente sacar, recuperada parte de la dignidad perdida en lo alto de la silla (sillón o similar), una maleta a la calle para asegurarse viajar en el año entrante.
Es demasiado.
Es como si el espumillón, las luces, los villancicos y los papanoeles trepadores nos robaran la identidad temporalmente. Hay que hacer demasiadas cosas “por obligación”, por superstición y, cada vez menos, por tradición. Esta época no debería ser un sinónimo de “deber”, ni de estrés. Es curioso que el progreso nos haya arrebatado la verdadera esencia de la Navidad.
Estoy harta de oír hablar de los “viejos tiempos” a mis padres y a mi abuela. “Antes se vivía mejor” ¿No es curioso? No tenían casi nada y vivían mejor que ahora que tenemos democracia y centros comerciales a punta pala.
Mis padres nacieron ya asentada la dictadura y durante veinticinco años no conocieron otra cosa. Aún hoy recuerdan con cierta nostalgia esos años donde se respiraba una falsa sensación de bienestar.
Pero no les culpo. Los mejores recuerdos se fraguan, casi siempre, en la infancia y juventud.
De todas formas puede que tengan razón. Al menos el cariño con el que hablan de esos tiempos me lo dice. Antes, cuando las Navidades no eran una filial del Corte Inglés, las cosas se hacían por el placer de compartir un tiempo con la familia, sin interés. Hoy nada se hace desinteresadamente, ni siquiera pasar una noche con los seres queridos.
Antes, no hace tanto, cuando era niña lo mejor del año era la Navidad. Ahora, hoy, cuando los adornos se descuelgan y vuelven a su caja de cartón y estas fechas parecen un sueño vivido a medias, no puedo dejar de pensar en aquel sentimiento perdido. En aquellas entrañables fiestas navideñas que despertaban mi ilusión. Me apena sentir que forman parte del ayer, y que ya nunca serán lo mismo, y que yo, a mi edad, empiezo a recordar con mas cariño los “viejos tiempos”.
4 comentarios:
Hola, Raquel:
La dichosa frasecita de que "cualquier tiempo pasado fue mejor", que tanto cacarean nuestros abuelos y padres, sólo es una expresión de la nostalgia y de la capacidad de olvido. No es cierto que esos tiempos pasados de Dictadura, de censura fuesen mejores que los actuales. Pero si sucede que los logros actuales los infravaloramos. Urge examen de conciencia y darse cuenta pronto, que a pesar de la crisis que tenemos encima, ahora se vive muchísimo mejor que entonces desde todos los aspectos posibles de punto de mira. Me indigna bastante constatar la cegera y la obcecación de nuestros mayores recordando las cuatro fruslerías buenas de su pasado y con qué rapidez olvidaron las desgracias personales y sociales que les asolaron. ¿Fueron mejores los tiempos de la Primera y Segunda Guerra Mundiales? ¿Fueron mejores los años de nuestra Guerra Civil? ¿Fueron encomiables los años del terror nazi? ¿Fue estupenda nuestra Dictadura?...Por favor, seamos sensatos y agradecidos. Y sobre todo, respetemos los logros, recuperemos la memoria histórica y personal para no repetir aquellos macabros años, que nunca fueron mejores.
Smuakis, Raquel !!!
Eso es lo que yo les digo. Se quedan con lo que les tocó vivir en su momento y no ven más allá de eso; ni las injusticias, ni la falta de libertad.
"Si te portabas bien no tenías problemas" me dicen.
"Ahora están cambiando los nombres de las calles, ¿y por qué? ¿No fue Franco parte de la historia de España?"
Parte de la historia negra, les digo yo.
"Negra o verde oscura, parte de la historia de este país. No deberían de quitar los monumentos ni cambiar los nombres de las calles. Tremendo jaleo ahora para los carteros"
No les culpo por pensar así. Vivían bien, tenían sus pagas de viudedad, podían dejar la puerta abierta sin temores. Lo demás no importaba.
"Franco hizo mucho bien"
También mucho mal. ¿Cuánto hubiera avanzado este país si no hubiera habido una dictadura?
Y ahí no saben qué decir. Para ellos -para todos aunque no hayamos pasado por eso- nuestra infancia, nuestra juventud, los tiempos pasados son siempre mejores que los actuales. Puede que se deba a que somos unos pesimistas crónicos y no creemos en el futuro.
Creo que ésta es otra cuestión, pues precisamente cuando te portabas bien es cuando venían los problemas: Cuando no mirabas para otro lado o cuando no callabas lo que no debías callarte.
Otra cosa es el buen recuerdo de aquella Navidad, refrendada por una abundancia de despensas y neveras llenas. Algo rarísimo e inhabitual que durante esos días nos hacía olvidar a los más pequeños que también en nuestras casas había de todo.
Mis padres siempre fueron muy prudentes, aunque ellos vivieron la parte final de la dictadura, cuando las cosas estaban empezando a cambiar.
Sus recuerdos de las navidades y de esos años en general me muestran a dos personas bastante diferentes; y supongo que es eso lo que echan de menos. Lo que fueron, las circunstancias de entonces, las personas que aún vivían.
Creo que sentir nostalgia es normal cuando uno se hace mayor y tiene conciencia de lo que ha dejado en el camino, y de lo que tendrá que dejar. No es muy bueno regodearse en el pasado, en lo de ayer, pero evidentemente a veces es cierto eso de los "viejos tiempos".
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