Tuve un profesor de Física y Química que era un guasón
y muy buen profesor pero el pobre era tremendamente despistado. Siempre se le
olvidaba cerrar la espita del gas, o llegaba media hora tarde porque no se
acordaba que le tocaba dar clase, y cosas así. Era un despistado de marca
mayor, pero como era un chistoso todos le apreciábamos mucho, y él a nosotros
igual, pese a que en nuestra clase el número de suspensos alcanzaba cifras
escandalosas.
Él nos hacía las clases demasiado divertidas y por eso
no le tomábamos muy en serio.
“Aplicad la lógica” nos decía desesperado cuando nos
veía atascados en un problema de fácil solución, pero eso nos sonaba a
Filosofía, y esa sí que era una materia que aborrecíamos profundamente y que
nos sonaba a chino mandarín.
Entonces, para abrir nuestras obtusas mentes, nos
contó una anécdota que nos hizo reír a todos. Por no utilizar la lógica había
pasado la mayor vergüenza que se puede pasar.
A mediados de los años ochenta mi querido profesor era
un estudiante de primer año, y como vivía lejos de la universidad no había
tenido más remedio que compartir piso con una chica. Para hacer la convivencia
llevadera tenían unas “normas”; el que primero llegara al piso se encargaba de
hacer la comida.
Como siempre estaban a dos velas, no tenían dinero
para ir a comer fuera a pesar de que los menús para estudiantes eran baratos. No
sé cómo lo hacía, pero mi profesor siempre se libraba de cocinar.
Un día cuando volvía de la universidad se encontró
a su compañera de piso en el pasillo,
sentada en el suelo y con cara de desesperación.
—¿Qué pasa?
—¡Pues nada!, que la puerta no abre. Llevo media hora intentándolo
y no hay manera, ¡mira! —gritó girando compulsivamente la llave en la
cerradura.
—¿Qué no abre?! , ¡Cómo va a ser eso! Anda trae,
déjame a mí.
Pero la puerta no abría.
—Pues no abre.
—Prueba con tu llave.
—¡No!, tampoco abre. ¡Joder! ¿Y ahora qué hacemos?
Llevado por la impotencia mi profesor empezó a
aporrear la puerta con puños y pies.
—¡Pero qué haces, loco! ¡No ves que es una puerta de
madera maciza!
—Ya lo veo, ya… —entonces una idea luminosa transformó
su rostro—. ¿Tienes una horquilla?
—Sí.
—Un minuto, a ver…
Pero minutos después la cosa seguía igual.
—Déjalo MacGiver. No vas a poder abrirla.
—Tú tranquila que ya verás que la abro. Tiene que
haber una manera de abrir esta condenada puerta…
—Sí, con una llave, pero la llave no gira.
—A ver, a ver, casi lo tengo… ¡Mierda! ¡Se rompió!
—¿El qué?
—La horquilla se ha roto y se ha quedado dentro….
¡Mierda! ¡Joder! ¡Me cago en todo lo que se menea!
—Qué bonito vocabulario.
—¡Joder, joder, joder!
Decía dando patadas furiosas a la puerta.
—¡Cuánta violencia! ¿No ves qué la puerta no se puede
defender? ¡Abusón!
—¡Ay! Pero qué graciosa que eres.
—Sólo me lo tomo con humor. ¿Es que quieres que llore?
—No, pero un poco de ayuda no vendría mal
—Vale, si es que en realidad no lo hemos probado todo —dijo
aproximándose a la puerta. Y aclarándose la voz dijo—: Puerta bonita, ¿quieres
abrirte? ¡Anda, no seas tonta y ábrete! ¡Ábrete hermosa, ábrete de una vez!
¡Por favor! Venga, ¡Ábrete Sésamo!
¡Ricura mía! ¡Qué bonita eres, qué relucientes pomos tienes! ¡Y esa mirilla que
da gusto verla! Y esas vetas de la madera tan bien colocadas, y ese color
cereza que no hay otro igual en todo el edificio…
Riendo se sentó junto a mi profesor.
—Con amor tampoco se abre.
—Utilicemos la lógica… ¿Tienes unas pinzas?
—No, pero tengo otra horquilla.
Y los dos tuvieron que reírse sin ganas, con
impotencia, al borde del ataque de nervios, mientras sus tripas cantaban porque
entre tanto se les había hecho tardísimo.
Consiguieron sacar la horquilla con las uñas pero el
problema continuó, porque por algún motivo inextricable e incompresible no
había forma humana de abrir la condenada puerta haciendo girar la llave.
Tuvieron que llamar a un cerrajero con todo el dolor
de su alma.
El cerrajero vino al momento y les preguntó qué
sucedía.
—Es la llave, no gira. Llevamos dos horas intentándolo
y nada. Mírelo usted mismo.
Y el cerrajero hizo lo que le pedían. Giró la llave
y para sorpresa de los dos la puerta se
abrió como siempre.
Resulta que mi profesor y su compañera de piso habían estado girando la llave para el lado
que no era.
Fue un momento vergonzoso para los dos, sobre todo por
las estridentes carcajadas del cerrajero cuando cayó en la cuenta de que
aquellos dos pánfilos habían estado dos horas haciendo el tonto.
Y es que a veces nos empeñamos neciamente en girar las
cosas para el lado que no son. Nos bloqueamos y perdemos todas nuestras
energías sin pararnos a pensar que si no es así, será asá, pero que es estúpido
empeñarse en lo que no da resultado, en lo que no abre nada.
Siempre me gustó aquella anécdota de mi profesor
porque de forma muy gráfica revelaba una gran verdad. Tenemos que tomarnos
nuestro tiempo para pensar, y no empecinarnos si las cosas no van.
Muchas veces pienso en aquel profesor cuando miro a mí
alrededor y me doy cuenta de que somos nosotros los que complicamos las cosas
fáciles.
No sé si consiguió abrir nuestras mentes o hacernos
pasar un rato divertido, pero… siempre que a alguien se le resiste la llave en
una cerradura no puedo evitar reírme recordando a ese profesor despistado que
tan buenos ratos nos hizo pasar con una asignatura que casi todos
considerábamos hueso y que terminó convirtiéndose en la más entretenida y
enriquecedora.
3 comentarios:
Hola Raquel: qué buena anécdota. Me la apunto en la memoria para ver las cosas desde otra perspectivas.
Muy graciosa. XD
Pobres. Me habría muerto de vergüenza, pero es el tipo de cosas que me pasan a mí, y bastante a menudo además. XD
Hola Carol :)
No te creas a mi también, soy bastante despistada; a veces parece que tengo la cabeza en otro lado y no sobre los hombros XD
Un abrazo.
Una historia genial, buen consejo el de aplicar la lógica. A veces nos empecinamos en girar hacía el lado equivocado, ¡y que fácil sería cambiar la dirección!, ¿eh?
Siempre me ha gustado oír las anécdotas de aquel profesor que tuviste.
Besos
:D
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