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25 de agosto de 2008

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Dicen que era un hombre maniático, obsesivo y extremadamente perfeccionista. Hitchcock poseía un humor negro, extraño, cercano a la fina ironía, como buen inglés que era. Uno de sus entretenimientos preferidos era gastar bromas pesadas a sus actores porque de esa forma marcaba su superioridad sobre los demás. Pero con Tippi Hedren, su mayor damnificada, cruzó todos los límites; controlaba sus amistades, sus horarios, sus comidas, su vestuario y su conducta en general. La hizo objeto de sus burlas y de su particular y macabro sentido del humor cuando en una ocasión le regaló a su hija, Melanie Griffith, durante el rodaje de “Los Pájaros” una muñeca, réplica exacta de su madre y vestida como en el rodaje, dentro de un pequeño ataúd de madera. Ese era el precio por trabajar con uno de los magos del suspense pero la Hedren no pudo soportar aquella tortura y cuando acabó de rodar las películas que había firmado se desentendió del director y hasta de su propia carrera cinematográfica.

Con Kim Novak también lo intentó. Las rubias eran otra de sus obsesiones favoritas. Durante el rodaje de “Vértigo” la hizo repetir varias veces una escena en que tenía que lanzarse al agua a pesar de que la primera toma había salido bien sólo por diversión.
Sus manías eran bien conocidas y temidas, aunque no todas eran tan pesadas como éstas. Quizás su manía más conocida sean sus cameos; que empezaron en sus primeras películas cuando por falta de presupuesto, o sea, por falta de dinero para contratar figurantes, él mismo y parte de su equipo técnico tenían que aparecer ante la cámara para suplir a éstos. Estos primeros cameos terminaron convirtiéndose en una especie de ritual, en parte superstición y gag; transformándose con el tiempo en un guiño gracioso entre el director y su público.
Recientemente se ha descubierto su cameo más secreto; el que hasta hoy más desapercibido había pasado. Hay ciertas dudas sobre su autenticidad pero viendo las imágenes parece claro que se trata del mismísimo Alfred Hitchcock.

Se trata de la película “Con la muerte en los talones”. La acción transcurre a bordo de un tren, donde se puede a ver un pequeño grupo de gente entre los que se encuentra una ancianita vestida de azul.

Inmediatamente después podemos ver que unos revisores se acercan y comprueban a la anciana su billete.

Después de una breve conversación, inaudible para el espectador. Los revisores pasan por delante de la anciana y se dirigen hacia la cámara. La mujer vestida con un traje azul se encoge de hombros. En ese momento el perfil de Alfred Hitchcock se hace reconocible.

Otros cameos

Uno de sus primeros cameos conocidos data del año 1929. Se trata de la película “Blackmail”, aquí titulada “La muchacha de Londres”. Se le puede ver sentado en el metro leyendo un libro; el niño que juega entre los asientos le hunde el sombrero en la cabeza. Hitchcock le pega en la espalda, y cuando el niño se pone de pie él pone una expresión atemorizada.

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"Náufragos" de 1944. Uno de los cameos más originales de Hitchcock. En esta ocasión se puede ver su oronda figura en un anuncio publicitario de un producto adelgazante (Reduco) que publica un periódico, "antes" y "después" de usarlo.

Extraños en un tren” de 1951. Se le puede ver subiendo al tren con un estuche de contrabajo al mismo tiampo que Farley Granger baja.

Rebeca” de 1940. Pasa por delante de una cabina telefónica justo antes de que el protagonista (George Sanders) realice una llamada en esa misma cabina.

Con la muerte en los talones” del año 1959. Durante los títulos de crédito del principio, se le puede ver corriendo para coger al autobús, pero antes de que pueda subir se le cierra la puerta.

Los pájaros” de 1963. Se le puede ver saliendo de una tienda de animales con dos terriers blancos, al mismo tiempo que Tippi Hedren se dispone a entrar.

21 de agosto de 2008

La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.

Epicuro de Samos.

Mi sentido pésame a los familiares de las victimas del avión siniestrado ayer en Barajas.

Descansen en paz

20 de agosto de 2008

La Momia. La Tumba del Emperador Dragón

Condenados por una bruja traidora a permanecer en muerte aparente para la eternidad, el despiadado emperador chino Dragón y sus diez mil guerreros han esperado en su amplia tumba de barro, olvidados de todos, durante cientos de años, cual ejército de terracota. Pero cuando engañan al joven aventurero y arqueólogo Alex O'Connel para que despierte de su sueño eterno al temible gobernante, no le queda más remedio que pedir ayuda a las únicas personas que saben más que él acerca de los no muertos: sus padres. El monarca regresa a la vida con todo su poder y los protagonistas descubren pronto que su afán de dominación no ha hecho más que crecer en todos estos años. Sirviéndose de poderes sobrenaturales inimaginables, el Emperador Momia cruzará el lejano Oriente con su legión sin que nadie pueda detenerle... a menos que los O'Connell encuentren la forma de hacerlo.

Han pasado siete años desde que “El regreso de la momia” se estrenara, y nada ha cambiado; bueno casi nada. La tumba del Emperador Dragón sigue la misma línea de sus predecesoras. Si algo funciona para qué cambiarlo…

Lo malo es que esta tercera parte carece de la frescura de La Momia; la primera pelí de la saga y, con justicia, la mejor de las tres.

En esta ocasión la acción se traslada a China. El nuevo malo, Qin Shi Huang – tirano en toda regla, y considerado el unificador de China-, está interpretado por el especialista en artes marciales Jet Li. Como malo lo único que se puede decir de él es que se limita a figurar, y nunca mejor dicho. Al contrario que sucedía en las primeras películas, este malo no es atractivo. Jet Li no consigue aproximarse al carisma que Arnold Vosloo supo darle a su personaje de Imhotep.

La bella Michelle Yeoh es Zijuan, hechicera y guardiana de la fuente de la vida, que por amor, como no podía ser de otra manera, condenará al emperador Dragón y a su poderoso ejército a una no existencia. Michelle sube considerablemente el nivel de la película, y hasta me atrevo a decir que gracias a ella y a su personaje la cinta consigue ser menos mala de lo que es.

Otros que se incorporan a la saga son Luke Ford, interpretando al crecidito hijo de Rick y Eve O´Connell; Isabella Leong: Lin, hija de la hechicera Zijuan y guardiana de la tumba del emperador. Y Maria Bello, sustituyendo a Rachel Weisz como Evelyn O´Connell.

Los que se mantienen, aunque bastante más cascados, todo hay que decirlo, son Brendan Fraser de nuevo en la piel de Rick O´Connell y John Hannah como Jonathan Carnahan; el contrapunto cómico de la saga.

Y ya tenemos todos los ingredientes para hacer una entretenida película de aventuras al estilo de Indiana Jones, con algunos de sus aciertos y con bastantes de sus fallos.

Uno de los aciertos es su escenificación. Tanto en la primera parte de la película (cuando se cuenta la historia del emperador Dragón), como en la segunda parte (en la China de los años 40), los escenarios son impresionantes.

De sus fallos…bueno es mejor verlos. Porque a pesar de ese malo tan inexpresivo, de lo trillado de la trama, de esos yetis que aparecen tan oportunamente, de parecerse cada más a una mala copia de Indiana Jones, de esa momia que no es momia sino estatuilla y dragón de tres cabezas, de lo cansado que se ve a Brendan Fraser, de que el personaje de Eve O´Connell haya ido perdiendo carisma en cada nueva entrega hasta quedarse en nada, de que los chistes ya no tengan gracia, de…bueno a pesar de todo eso “La tumba del Emperador Dragón” cumple con su cometido: entretener sin complicarse demasiado.

15 de agosto de 2008

Nubes en tránsito

La luz de la mañana iluminaba tenuemente la pequeña habitación. Sobre la cama sin hacer una maleta vacía esperaba, olvidada, a que su propietario terminara de decidir cuales de sus escasas pertenencias lo acompañarían en su viaje.
Había descubierto un mundo de pequeños tesoros en los cajones de la cómoda. Tesoros que había olvidado poseer y cuya visión le habían traído a la mente recuerdos muy vividos de días mejores.
Pero todo aquello tendría que quedarse allí.
Con firmeza cerró los cajones, rechazando el sentimentalismo que empujaba en su garganta. Volvió a su maleta vacía y, asomado sobre ella, dejó escapar un suspiro. Le costaba creer que aquel día soñado había llegado. Por fin, después de muchos meses, su sueño empezaba a materializarse. Pero a pesar de la euforia y el entusiasmo de días anteriores, no se sentía tan bien como esperaba. Era un sentimiento extraño, contradictorio, que se agarraba a su pecho como una garrapata y que chupaba sus energías y hasta su alegría.
La puerta de la habitación se abrió y una mujer bajita, cargada con una pila de ropa limpia y doblada, entró trayendo consigo un aroma delicioso a café recién hecho.

-¿No bajas a desayunar?- preguntó dulcemente, acercándose a él. Y dejando la ropa sobre la cama miró con fijeza la maleta vacía. - ¿Aún estás así? A estas alturas tendrías que tenerla lista. Las cosas con prisas no salen bien.- le advirtió. Deseaba sonar tranquila, pero su voz temblaba.

-No sé qué meter. Ponga lo que ponga lo que más quiero seguirá aquí.-dijo sonriente, sujetándola por los hombros cariñosamente.

Los ojos de la mujer se ensombrecieron y ahogando un sollozo se deshizo del abrazo dándole la espalda.

-En la cocina está María. Baja a comer algo mientras te hago la maleta- y metió un par de camisas sobre las que cayeron dos silenciosas lágrimas -; ah, y hazme el favor de despedirte de ella como dios manda que últimamente apenas os habláis.

-Porque está insoportable- contestó risueño, parado ante la puerta.

La mañana se había levantado pero la habitación seguía teniendo el mismo aspecto sombrío y tristón. Aún así la recorrió con la mirada reteniendo en su memoria la disposición de los pocos muebles y aquella figura encorvada que, a pesar de su tamaño, lo llenaba todo.

-Mamá…

-¿Qué?-. Le miró a los ojos, expectante. Tenía un nudo en la garganta y no lograba deshacerlo.

-No es para siempre, lo sabes ¿verdad?- Ella suspiró emocionada y asintió con la cabeza.- Volveré, es una promesa.

Sentada tras la mesa María leía distraídamente una revista y bebía a sorbos un té muy oscuro.

-¡Puaj! ¿Estás enferma?

-No-canturreó ella irritada-. La leche tiene mucha grasa. Es más sano beber té.

-La leche tiene mucha grasa- la imitó engolando la voz.- ¡Cada días estás más tonta!

-Y tú más paleto de pueblo.

-Mira quién fue a hablar.

-Al menos yo tengo clase.

-Oh, será porque te mueves en ambientes tan selectos como el Bodegón Paco y el mercado de abastos del pueblo de al lado.-resopló sentándose frente a ella- ¡Qué mujer de mundo!

-Ahórrate el esfuerzo. Hace mucho que deje de tomarte en serio.- Se puso en pie dejando el té a medio terminar.

-¿Te vas?

-Sí, idiota. He quedado con las chicas. Nos vamos de excursión.

-Ah…- dijo sin poder disimular su decepción- pensé que vendrías al puerto a despedirme.

-Sí, a agitar un pañuelito blanco. ¿No te parece que todo eso son estúpidos formulismos? Eres mi hermano- proclamó-, y te quiero, y claro que te echaré de menos, pero ya. Tanto empalago…- se estremeció.

-Anda, si al final va a resultar que eres hermana mía y todo- dijo sonriéndole- Por mi, mejor. Tampoco me gustan las despedidas.

Terminó de desayunar solo y en silencio. La sensación de que se acercaba el momento de su partida le inquietaba. Supondría un cambio inmediato, palpable e irremediable.

María volvió a la cocina vestida adecuadamente para su excursión, con el pelo recogido en una alta coleta, precedida por ese aire altanero que solía envolverla.

-¿Has visto mi rebeca roja?- le preguntó con impaciencia.-Va a refrescar y no tengo nada que me convine tan bien con esta blusa.

-No-contestó seco.

María dejó de buscar y se detuvo para mirarle fijamente. Entornó los ojos escudriñando su rostro.

-¿Te pasa algo, Manuel?

Aquella pregunta sorprendió mucho al muchacho.

-No.

-Eso no ha sonado muy convincente-comentó sentándose frente a él.

Él dejó escapar una risita sarcástica, y se movió en la silla incorporándose un poco.

-¿De verdad quieres saberlo? Te advierto que puede sonar algo…empalagoso.

Ella sonrió, y asintió lentamente.

-Me voy lejos. Es lo que quiero, pero no sé… eso no me hace tan feliz como esperaba. Tengo un peso aquí dentro- se golpeó el pecho con un puño-, y aquí- dijo dándose una palmada en la frente.

-Son nervios. Es la primera vez que viajas…

-Sí, puede ser- la interrumpió, poco convencido.

-Qué sí, tonto.

Manuel cogió aire por la nariz lentamente y desvió la vista hacía la puerta. Sus ojos parecían ausentes.

-O…-empezó a decir María-, puede ser miedo.

Él la miró con atención, y arrugó la frente.

-La rebeca- dijo entonces, confundiéndola.

-¿Eh?

-Detrás de ti, en el aparador. La rebeca roja.

Ella se volvió y suspiró satisfecha de encontrarla. Se puso en pie, sonriente, para ir en su busca. En el mismo aparador de madera había un gran jarro repleto de enormes y olorosas flores blancas cuyo perfume, algo dulzón, flotaba en el aire anestesiándolos suavemente.

Entonces el sonido de un claxon les sobresaltó.

-Es Luís- anunció, corriendo hacía la puerta con la rebeca en las manos- va a llevarnos a ver no sé qué ruinas famosas. Un aburrimiento; pero nos invita a comer en el parador aquel tan…

-Disfrútalo.

Al escuchar su voz, apagada y sin emoción, se detuvo en seco. Ahora era ella la que sentía un peso en el estómago. Se dio la vuelta y le miró fijamente.

-¿En serio te vas? – Su voz le sonó extraña hasta a ella misma.

Hasta aquel momento no había sido consciente de ello. Pero ahora la certeza era demasiado grande como para no verla. Manuel se limitó a mirarla a los ojos dibujando una media sonrisa. Ella se mordió el labio y bajó la cabeza.

-Bueno, tú ya sabes que vayas a donde vayas siempre seguirás siendo un paleto de pueblo- dijo riendo débilmente.

Se le acercó, indecisa. El claxon había sonado de nuevo pero ella no le hizo caso. En lugar de desaparecer veloz como una gacela por la puerta como solía hacer cuando sus amigos la llamaban, se quedó allí, parada, como pegada al suelo.

-Estás haciendo esperar a Luís.

-¡Qué espere!- exclamó vehemente, con los ojos brillantes-, aún tengo que despedirme de mi hermano.

Olvidándose de lo que habían dicho, se abrazaron efusivamente.

-No te olvides de mamá, ni de mí- murmuró ella.

-Nunca- susurró, y dio un paso atrás, avergonzado. Odiaba dejarse arrastrar de forma tan irracional por sus emociones.- ¡Cuánto azúcar!

-Para llenar dos camiones- convino ella y se alejó cuanto pudo. -Adiós, Manuel- dijo desde la puerta. Y se marchó dejándole sumido en el más ensordecedor de los silencios.

El cielo estaba muy nublado. Desde hacía ocho meses se repetía esa circunstancia en su vida. Días nublados. Nubes bajas, oscuras e inmóviles. Nubes cargadas y amenazantes. Nubes de tormenta.

Paseó por el pueblo como si lo hiciera por primera vez. Miró con ojos nuevos las calles más que conocidas y lo guardó todo, junto a aquellas cosas que deberían ocupar espacio únicamente en su memoria.
Entonces la vio.

-Noelia- la llamó.

Pero ella apresuró el paso y bajó los hombros. Él la alcanzó a pocos metros de distancia.

-¿No me oyes?

Con la barbilla temblorosa y los ojos llameantes, le clavó una mirada desdeñosa que hizo que se sintiera intimidado. Con brusquedad se deshizo de las manos que la aferraban y continuó caminando con ligereza.

-¡Espera!-gritó ansioso- Hoy me voy.

El paso de ella se ralentizó casi imperceptiblemente, pero no se detuvo.

-¡Noelia!- gritó, volviendo a sujetarla de un brazo.

-Haz el favor de soltarme -dijo ella.

-¿Por qué huyes de mi?- le preguntó él, desesperado.

Noelia suspiró pesadamente reprimiendo las ganas de llorar.

-Eres tú quien se va. Y lo entiendo. No todos tenemos la oportunidad de escapar de esta prisión.

Manuel le miró fijamente. Deseaba acariciarla, besarla por última vez, pero había demasiado resentimiento en sus palabras.

-¿Me entiendes de verdad?- Sus ojos vibraban, ansiosos.

-Tuve ese mismo sueño. Ser libre, completamente libre.

-Si tú quisieras, yo…

Ella cerró los ojos un instante; cuando habló su voz sonó lejana, resignada.

- No puedo, y nunca te pediría que te quedaras.

La acarició tembloroso. Le latía muy fuerte el corazón.

-Tienes casi veinte años. Dentro de nada serás viejo. No podría soportar que me reprocharas el haberte retenido aquí. Lo lamentarías, y a la larga yo también. El amor debe ser generoso.- musitó, reprimiendo un sollozo-. No comprendía eso hasta hoy, hasta ahora.

Y besándole los labios suavemente echó a correr perdiéndose de vista.

-¡Noelia!

Las nubes plomizas se cernían sobre él. No se movían. Parecía que nada lo hacía.

Cruzó el jardín con la maleta en una mano, con el miedo que no quería reconocer latiendo en el corazón, con la vieja y nueva euforia de días pasados, con la extraña y desconcertante sensación de que aquellos pocos pasos lo estaban alejando irremediablemente de algo que nunca podría recuperar aunque quisiera, y aún así, con toda la decisión de su pocos años.
Antes de que pudiera traspasar la verja alguien se le acercó.

-Manuel, hijo…

Al volverse sintió que el suelo se movía bajo sus pies. La persona más importante de su vida le miraba con los ojos brillantes. La abrazó fuertemente y besándola en la frente recogió de sus pequeñas manos una de aquellas flores blancas y olorosas de la cocina.

Sólo se había alejado unos metros cuando sintió que alguien lo llamaba, y al girarse se encontró con María, que lo miraba risueña agitando un pañuelo blanco en una mano. Sonriendo sin poder evitarlo le devolvió el saludo y continúo, alejando de si la tristeza. A lo lejos las nubes se abrían.
Al doblar en la esquina los ojos de Noelia lo detuvieron. La luz entró a borbotones por la herida abierta del cielo.
Sujetó con calor sus manos; y abrazándola, guardó su imagen. Las fuerzas renacían en su interior.

Y partió, mientras a lo lejos las nubes avanzaban.

9 de agosto de 2008

El niño con el pijama de rayas

Estimado lector, estimada lectora:

Aunque el uso habitual de un texto como éste es describir las características de la obra, por una vez nos tomaremos la libertad de hacer una excepción a la norma establecida. No sólo porque el libro que tienes en tus manos es muy difícil de definir, sino porque estamos convencidos de que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura. Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué trata.

No obstante, si decides embarcarte en la aventura, debes saber que acompañarás a Bruno, un niño de nueve años, cuando se muda con su familia a una casa junto a una cerca. Cercas como ésa existen en muchos sitios del mundo, sólo deseamos que no te encuentres nunca con una. Por último, cabe aclarar que este libro no es sólo para adultos; también lo pueden leer, y sería recomendable que lo hicieran, niños a partir de los trece años de edad.

El editor.

Cuando terminé de leer el libro me embargó una sensación extraña; un desasosiego interno del que no me libre hasta muchas horas después. La historia de Bruno, narrada con una sencillez que llega a resultar un tanto desesperante, me había dejado un regusto amargo.

Me habían hablado muy bien de esta pequeña obra y mis expectativas eran altas. Por eso no niego que, en el fondo, sentí cierta decepción.

Es un libro bien escrito; y el enfoque que utiliza el autor para desentrañar la trama es original. Pero en ocasiones resulta desconcertante la “ingenuidad” del protagonista, y la opacidad con la que ciertas cosas quedan vagamente esbozadas.

La historia de Bruno comienza cuando éste tiene que dejar su fabulosa casa de cinco pisos de Berlín para irse junto a su familia a una nueva casa junto a una valla. A Bruno aquella nueva situación, y sobre todo el tener que separarse de sus mejores amigos, no le gusta nada. Además, aquel lugar extraño y horrible está muy aislado por lo que sus posibilidades para hacer nuevos amigos parecen escasas. Pero un día, casualmente, descubre a un niño que vive justo al otro lado de esa valla a la que casi no ha prestado atención; un niño que viste un pijama a rayas.

John Boyne, nos lleva de la mano y sin titubear directamente hasta un perturbador y, por otro lado, predecible final. Nada sobra, porque todo está medido. Y es justo por ese final por lo que “El niño con el pijama de rayas” resulta un libro digno de leer.

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