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27 de enero de 2009

Siete Almas

Cuando una película comienza de forma tan desconcertante como ésta el espectador espera que en los minutos posteriores la incógnita se resuelva. Pero eso no sucede en “Siete almas”. Ese desconcierto inicial perdura durante buena parte de la cinta. Así, a lo largo de casi una hora van sucediéndose escenas que, al contrario de lo que se podría esperar, incrementan esa primera sensación de confusión.
Esto puede tener dos consecuencias; que te aburras porque tu atención decaiga, o que tanta intriga despierte tu interés.
Personalmente a mi me costó mucho conectar con lo que estaba viendo, especialmente por la lentitud, y por el tono bajo y lineal. Tampoco ayudó mucho a mejorar mi impresión la fotografía; fría y deprimente. A esto hay que añadir la intensidad emocional de la película, buscada con intención y algo excesiva.
Si conseguí verla hasta el final fue porque me habían hablado muy bien de “Siete almas” y quería tener mi propia opinión sobre la película.


Para ser justa tengo que decir que la cosa mejora a partir de esos primeros cincuenta minutos, que es cuando la trama va despejándose y proporcionando suficientes pistas para llegar a una conclusión sobre quién es Ben Thomas (Will Smith) y cuáles son sus verdaderas intenciones. Porque lo que está claro es que Ben Thomas tiene un propósito y que va a cumplirlo. Entonces nos damos cuenta de que hemos tenido desde el principio todas las piezas y que el puzzle va armándose solo, hasta los últimos minutos finales en que todo encaja.


En los tiempos que corren, en esta sociedad tan incrédula, seguramente habrá gente que no se crea nada de lo que vea en la cinta. Es difícil valorar una película como ésta, tal vez haya que tener una sensibilidad especial para captar todas sus sutilezas.
Lo que es innegable es que Will Smith hace una interpretación sorprendente y conmovedora.
Quisiera hablar más sobre “Siete almas”, de hecho me ha costado más de lo que esperaba escribir estas líneas que comencé a redactar el pasado domingo, y que termino hoy con algo de dolor aún. Me caí en la escalera de casa y tengo el cuerpo dolorido y lleno de moretones, y el dedo meñique de mi mano izquierda algo morado e hinchado todavía. Estamos hechos de carne mala, como dice mi padre; estaría bien poder caer siempre de pie como los gatos, pero somos frágiles y nos rompemos fácilmente. No puedo escribir a la velocidad que me gustaría y se me quedan en el tintero muchas cosas. Sólo añadir que, aunque me decepcionó un poco, en líneas generales me parece una buena película.

15 de enero de 2009

Las estaciones del corazón


Hay amores que se esperan al invierno y florecen.

La luz se filtraba entre las hojas de los árboles proyectando sombras en el suelo arenoso del parque. Una luz vibrante, lánguida, se escapaba de entre las nubes bajas y plomizas creando una atmósfera de ensueño. Juan caminaba despacio, admirando distraído la belleza melancólica que lo rodeaba sin reparar en la gente que paseaba a su alrededor.
Se sentó en un banco, ensimismado; protegido por aquella burbuja de pasotismo que lo había salvado más de una vez. Aunque en esa ocasión su imperturbable calma estaba siendo puesta a prueba.
Sus ojos estaban llenos de nostalgia y a pesar de que luchó por no caer en ella, su corazón -que latía violentamente- no se lo permitió.
Evocó un recuerdo que había dormido mucho tiempo en un rincón oscuro de su mente. Miró tan atrás que ni siquiera reconoció su propio rostro reflejado en las aguas de un estanque en aquel escenario desdibujado que era su pasado. El estómago se le encogió de emoción al descubrir que había otro reflejo junto al suyo; una chica le rodeaba los hombros mirándole con una sonrisa. Intentó forzar el recuerdo, bucear hasta aquel día, pero la imagen se enturbió y desapareció ahogada en la oscuridad de su propia desazón.
No la había olvidado. Recordaba vagamente los días de luz que había pasado a su lado y la música de su risa que despertaba su emoción incluso ahora, tantos años después. Aún así se sentía aturdido e inquieto porque su recuerdo se desmoronaba cuando más apremiante era su deseo de reconstruirlo. La añoraba y aquellos fragmentos eran lo único que le quedaba de ella.
Se sintió muy solo y demasiado nostálgico.
Los minutos se eternizaban en el reloj. No podía dejar de pensar en ella, y en la cita. ¿Vendría? Se preguntaba ansioso; y se hacía daño a posta pronosticando la peor de las respuestas.
El cielo se movió pesadamente, aunque todo lo demás lo hizo a una velocidad disonante y acelerada. De pronto las manijas del reloj se volvieron locas. Los segundos volaron, los minutos se lanzaron a correr una maratón, y mucho antes de que pudiera pensar en ello las horas se le echaron encima.


Había permanecido quieto todo aquel tiempo, llenándose de aquella naturaleza violenta que se convulsionaba arremetida por el viento y el frío de un revuelto mes de diciembre.
De pronto el cielo se abrió, y la luz escapó y bañó la superficie del estanque que cuarenta años después permanecía en el mismo lugar, casi igual a como lo recordaba. Aquellos destellos iluminaron una silueta que le observaba a contraluz. Juan sintió las nubes moviéndose a toda velocidad sobre su cabeza y la pesada magnitud del mundo cambiando bruscamente de dirección. Poniéndose en pie se acercó a ella sin poder disimular su nerviosismo.
Ya no era la chica sonriente que recordaba sino una mujer madura de belleza serena, que le miraba con distancia, con pretendida indiferencia, aunque sus ojos la delataban. Se saludaron fríamente, y durante unos minutos no dijeron nada. Juan la observaba con prudencia, y aclaró su garganta para hablar de nada, de cosas banales que sentía enterraban las palabras que de verdad hubiera querido pronunciar.
Pasearon, y siguieron hablando; y asomados al estanque descubrieron su reflejo borroso como el del ayer. Ella había cerrado los ojos un instante, y Juan había aprovechado la ocasión para sujetarle la mano. La brillante superficie del estanque tejió una imagen que Juan guardó en su memoria. Y por fin habló.
Le habló de los años malgastados y del arrepentimiento. Le habló de las noches y días pensando en ella y del daño que sentía haberle causado.
Ella miró al frente sin pronunciar palabra.
Hacía años, cuando eran novios, habían paseado por aquel lugar cogidos de la mano. Se habían conocido cuando eran casi unos niños en la puerta de una heladería. Fueron novios ocho años. Ocho años que Juan borró de la noche a la mañana de un plumazo. Cuando supo que se había casado con otra luchó durante meses contra la rabia y dolor. La decepción le marcó la mirada, que nunca se recupero de aquel golpe.
Un día, cuando el dolor se había diluido por completo, él regresó. Juan había estado preguntando por ella y a pesar de que su corazón se encogió de ilusión, se negó a verlo.
A él no le iba bien en su matrimonio, nunca le había ido bien, y por aquel entonces el divorcio estaba cerca de aprobarse. Pero esa vez fue ella la que huyó, la que tiró por la borda la oportunidad de ser feliz junto a la persona que quería. Nunca se lo perdonó. Porque a pesar de todo ella seguía amándole.
Pasaron veinte años de un invierno perpetuo para los dos., hasta que el destino les brindó una nueva oportunidad.
Allí, frente a frente, los miedos y las dudas del pasado se esfumaron.
El sol, que había dormido toda la mañana, despertó con fuerza del letargo, traspasó las nubes disolviéndolas, y acarició sus rostros trasportándolos hasta un día de verano cerca de aquel estanque, como si el tiempo nunca hubiera pasado.

13 de enero de 2009

Frío

Hace tanto frío que tengo congeladas las ideas. Mis pobres dedos tampoco es que estén muy allá; al igual que mi nariz roja y las azuladas y tirantes mejillas que completan el cuadro impresionista en que se ha convertido mi cara.
Este intento de nota en mi teclado de teclas rígidas me está costando un esfuerzo considerable. Los dedos entumecidos no golpean con suficiente fuerza por lo que mi voluntad debe ser más enérgica, y eso es todo un reto cuando los nervios de mis manos a duras penas reaccionan a los impulsos que les envío.
Hoy es uno de esos días en el que me dejaría arrastrar por la fuerza de la gravedad. Para empezar me levanté de mal humor, el frío, el tiempo revuelto, las noticias de la tele, la rutina que no cambia… las excusas de siempre.
El agua de la ducha, a ratos tibia tirando a fría y a ratos caliente tirando a hirviendo, relajó mis músculos tensos, paliando el frío que sentía alojado en el pecho, y deshizo el mal humor que acabó desapareciendo, para fortuna de mi familia, por el desagüe del baño.
Me reí pensativamente un rato mientras me secaba el pelo pensando que la vida es una cosa curiosa y extraña. De extremos, aunque predomine el término medio.
Hoy mi día es tibio tirando a frío, y en parte me alegro de que sea así puesto que eso me ha permitido sentarme a escribir con determinación y energía sobre un tema tan intrascendente como el tiempo. Como he dicho mis ideas están algo congeladas.
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Ha nevado en la península, en Madrid más concretamente. No sé si es noticia que a estas alturas del invierno nieve, y más cuando semanas atrás las televisiones ya nos enseñaron las primeras y tempranas nevadas en otros lugares de España.
Pero que nevara en Madrid fue la noticia estrella, por el colapso que provocó en las carreteras y porque, según he leído, es poco usual que nieve por allí. Otra de las noticias impactantes del fin de semana, por decir algo, fueron los retrasos de Iberia. El mar de maletas amontonadas, olvidadas y perdidas impresiona y es una muestra del caos que se debió vivir en la T-4. Sin embargo por encima de estas noticias hay una que duele por su crueldad: los bombardeos israelíes sobre Gaza. Al margen de consideraciones políticas que no estoy capacitada para hacer, quiero expresar mi solidaridad con las gentes de Gaza, con los niños inocentes que no saben de odio. Es una utopía, pero sueño con vivir en un mundo sin guerras, sin victimas inocentes, sin violencia.


Hace demasiado frío, y eso no me gusta. Pero el frío tiene algo bueno, me hace valorar los días soleados. Me he sorprendido arañando los flacos rayos de un sol de invierno como un lagarto que está en las últimas; con tanta urgencia que me he sorprendido de lo mucho que añoro el calor, y el verano. Y no es que no me guste el invierno; el vaho en los cristales, las mantas abrigadas, las bufandas de triple vuelta, el chocolate caliente quemando el paladar… Me gusta el invierno, pero no soporto sentir los pies fríos, ni la gripe, ni las horas de oscuridad interminables. Me gusta la lluvia tras los cristales, el rocío en la hierba que se asemeja a brillantes refulgiendo en la claridad grisácea, y el olor de los troncos húmedos. Me gusta la lluvia porque de ella te puedes resguardar, pero el frío se cuela por las rendijas de las ventanas, enfría las sábanas y las paredes, y va cercándote donde mas a gusto deberías sentirte. La casa se vuelve una nevera y conciliar el sueño es una odisea que consume la paciencia. El frío te pesa porque lo llevas en la ropa, te ha seguido desde la calle. El frío te seca los labios y las palabras, y tensa la mandíbula impidiéndote sonreír.

Pero hay otros fríos, fríos que nacen de uno mismo y traspasan los huesos, la carne, la piel.
Hay fríos como los de las bombas de Gaza, que se agazapan en la sangre y saltan de generación en generación.
Fríos como esos se enquistan en el alma, en el corazón, y nunca se van.

8 de enero de 2009

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“Tener que”
Cuando se acercan las fiestas navideñas hay que sentirse alegre, entusiasmado por el ambiente festivo. Hay que hacer regalos, celebrar y gastarse un pastón en comida y en trajes de lentejuelas. Hay que ser generoso con el cartero, el butanero y el panadero. Hay que olvidar las viejas rencillas que nos han distanciado de amigos y familiares, y llamar para desear muy próspero año nuevo. Hay que acordarse de los desfavorecidos e ir a la misa del gallo, y mandar sms a la lista del móvil aunque no hayamos hablado con la mitad desde hace meses. Hay que estar con la familia y hacer un montón de cosas que en condiciones normales no haríamos ni bajo los efectos de las drogas más potentes… Como seguir extraños rituales supersticiosos para asegurar un buen año: comer doce uvas con los pies en alto, tocando el techo, con un objeto de oro en la copa, llevando en un bolsillo un puñado de lentejas y vistiendo ropa interior roja. Para posteriormente sacar, recuperada parte de la dignidad perdida en lo alto de la silla (sillón o similar), una maleta a la calle para asegurarse viajar en el año entrante.
Es demasiado.
Es como si el espumillón, las luces, los villancicos y los papanoeles trepadores nos robaran la identidad temporalmente. Hay que hacer demasiadas cosas “por obligación”, por superstición y, cada vez menos, por tradición. Esta época no debería ser un sinónimo de “deber”, ni de estrés. Es curioso que el progreso nos haya arrebatado la verdadera esencia de la Navidad.
Estoy harta de oír hablar de los “viejos tiempos” a mis padres y a mi abuela. “Antes se vivía mejor” ¿No es curioso? No tenían casi nada y vivían mejor que ahora que tenemos democracia y centros comerciales a punta pala.
Mis padres nacieron ya asentada la dictadura y durante veinticinco años no conocieron otra cosa. Aún hoy recuerdan con cierta nostalgia esos años donde se respiraba una falsa sensación de bienestar.
Pero no les culpo. Los mejores recuerdos se fraguan, casi siempre, en la infancia y juventud.
De todas formas puede que tengan razón. Al menos el cariño con el que hablan de esos tiempos me lo dice. Antes, cuando las Navidades no eran una filial del Corte Inglés, las cosas se hacían por el placer de compartir un tiempo con la familia, sin interés. Hoy nada se hace desinteresadamente, ni siquiera pasar una noche con los seres queridos.
Antes, no hace tanto, cuando era niña lo mejor del año era la Navidad. Ahora, hoy, cuando los adornos se descuelgan y vuelven a su caja de cartón y estas fechas parecen un sueño vivido a medias, no puedo dejar de pensar en aquel sentimiento perdido. En aquellas entrañables fiestas navideñas que despertaban mi ilusión. Me apena sentir que forman parte del ayer, y que ya nunca serán lo mismo, y que yo, a mi edad, empiezo a recordar con mas cariño los “viejos tiempos”.

4 de enero de 2009

Australia

He leído muchas criticas sobre la película, tanto buenas como malas. Está claro que ni “Australia” ni Baz Luhrmann consiguen dejar indiferente a nadie por unas razones o por otras.

Personalmente disfrute muchísimo en el cine, y las casi tres horas de metraje no se me hicieron pesadas; es más, ni siquiera tuve la sensación de que pasaba el tiempo, y, al menos para mi, esa es muy buena señal.

Esta ambiciosa producción, a la altura de películas épicas como Lo que el viento se llevó o Memorias de África, con las que se le ha llegado a comparar, ha cosechado muy buena recaudación en España pero no tanto en USA y Australia, donde las expectativas eran bastante altas. Tanto es así que ya se habla de fracaso; y es que esta súper producción de más de 130 millones de dólares sólo lleva recaudados 41 millones en USA, y todo indica que será retirada de la cartelera antes de fin de mes.

Baz Luhrmann es bien conocido por su “excentricidad”, y los primeros minutos de Australia son una muestra de su carácter. En estos confusos, atropellados y divertidos minutos iniciales Luhrmann nos presenta uno a uno a los personajes principales. Nicole Kidman es Lady Sarah Ashley, una estirada aristócrata que viaja desde Inglaterra hasta Darwin en busca de su marido para vender unas tierras que no dan ganancias. Lo que desconoce Lady Sarah es que su marido ha sido asesinado “supuestamente” por un hechicero aborigen llamado Rey Jorge. Esta circunstancia la obligará a tomar el control del rancho que se encuentra en un estado ruinoso para salvarlo de la miseria.


Hugh Jackman es Drover, un vaquero a medio camino entre Clint Eastwood y Cocodrilo Dundee, muy apuesto y varonil, con las espaldas como armarios roperos, que no dudará en ayudar a la Lady en apuros a salir del bache guiando a su ganado de vacas gordas y perezosas a través de media Australia, incluyendo el desierto de Never-Never.


Brandon Walters es el pequeño Nullah, el narrador de la historia. Un mestizo, o café con leche como él mismo dice en la película, nieto de Rey Jorge que será protegido por Lady Sarah.


Aquí se hace necesario hablar sobre un tema lamentable y casi desconocido que se toca en la película, la llamada “generación robada”. Entre 1910 y 1970 más de 100.000 niños y jóvenes aborígenes fueron separados por la fuerza de sus familias. Esta política de limpieza étnica se hizo para evitar que las razas (la blanca de los colonos ingleses y la negra de los aborígenes) se mezclaran. Los niños mestizos eran internados en residencias especiales, que eran algo así como campos de concentración, para que no corrompieran la pureza de la raza y, a la vez, se les “educaba” para ser mano de obra barata en el servicio doméstico de los blancos.


Digan lo que digan algunos críticos que la han despedazado sin piedad, “Australia” es una buena película que entretiene y emociona. Vale que podría ser una comedia y no llega a serlo; las escenas del principio son muy divertidas, sobre todo la parte del canguro. Vale que podría ser un western y se queda a medio camino; la estampida es la parte más emocionante de la pelí, a mi me mantuvo en tensión y pegadita a la butaca. Vale, también, que podría ser una cinta bélica y se queda corta; el bombardeo de Darwin por el ejército japonés es lo que yo suprimiría.


Vale que podría ser todo eso y no llega ser nada de eso. De acuerdo. Pero con “Australia” reí, lloré y me emocioné, y disfrute como hacía tiempo que no lo hacía. No puedo decir qué es “Australia”, puede que una historia de amor con final feliz, pero lo si puedo decir es que cuando salí del cine me sentí satisfecha con lo que había visto y eso no siempre sucede.


2 de enero de 2009

SALA
DE
LECTURA



* El Principito (Antoine de Saint-Exupéry)









"No supe entonces comprender. Cometí el error de haberla enjuiciado por sus palabras y no por sus actos. Iluminaba y perfumaba todo mi planeta. ¡Jamás debí haberla abandonado! Debí haber intuido su ternura detrás de sus ingenuas astucias. ¡Las flores son tan contradictorias! Y yo… demasiado joven para saber amarla”.
El Principito es un clásico de la literatura infantil, pero llega al corazón tanto de niños como de adultos que se conmueven con su lectura.
En este extraordinario relato, Antoine De Saint-Exupéry narra la historia del Principito, el cual a través de un lenguaje sencillo y de vivencias propias, deja enseñanzas de vida que ayudaran a la comprensión y valoración, tanto de las cosas simples como de las complejas.



A Leon Werth

Pido perdón a los niños por
haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una excusa: esta persona
grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta
persona grande puede comprender todo; hasta los libros para niños. Tengo una
tercera excusa: esta persona grande vive en Francia donde tiene hambre y frío.
Tiene verdadera necesidad de consuelo. Si todas estas excusas no fueran
suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona mayor fue
en otro tiempo. Todas las personas mayores han sido niños antes.(Pero pocas lo
recuerdan.)Corrijo, pues, mi dedicatoria:


A León Werth, cuando era
niño.



Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan. Por eso, esta sala de lectura va dedicada a los niños que una vez lo fueron y a los que lo son; porque son los únicos que saben lo que buscan.
Un año acaba y otro comienza, es una buena oportunidad para volver a empezar, aunque sea de forma simbólica. Que mejor que recuperar esa extraordinaria capacidad del niño de ver el mundo tal cual es para dejarse sorprender con lo más insignificante.
Este año seamos niños de nuevo. Volvamos a ver el mundo como por primera vez.

Antoine de Saint-Exupéry fue aviador y escritor. Nació en Lyon en 1900 y desapareció en una misión aérea en 1944, cerca de Marsella. Durante años no se supo qué había sido de él, hasta que en 1998 un brazalete de plata fue encontrado por un pescador al este de la isla de Riou, cerca del lugar de la desaparición e identificado como perteneciente a Saint-Exupéry: estaba grabado con los nombres de su esposa y sus editores, Reynal & Hitchcock, y estaba enganchado a una pieza de tela de su traje de piloto. En abril de 2004 el Departamento de Investigaciones Arqueológicas Submarinas francés confirmó que los restos del avión extraídos en octubre de 2003 de la zona donde se encontró el brazalete pertenecían al avión de Saint Exupéry. A esta conclusión se llegó después de comprobar que el número de matrícula de los restos correspondía con el del escritor según los archivos de la USAF. Un año antes de su desaparición, hospedado en un hotel de Nueva York, Exupéry escribió la que sería su obra más reconocida: El principito.

Hace mucho tiempo que lo leí por primera vez, en el instituto; pero aún hoy recuerdo con mucho cariño esta historia sobre un niño que vino de las estrellas. El principito es una joya que deslumbra con su sencillez. Un libro imprescindible en el que resuenan las emociones. Este año busca un momento para leer, o releer este fabuloso cuento, porque recordaras valores que creías olvidados, y verás con el corazón que lo esencial es invisible a los ojos.


Lo último de JK Rowling


El pasado día 4 de Diciembre, JK Rowling, la autora de la famosa saga juvenil “Harry Potter, publicó Los cuentos de Beedle el Bardo. La nueva obra de Rowling tiene una relación indirecta con la serie ya concluida pues el libro aparece mencionado en el séptimo tomo de la saga, "Harry Potter y las reliquias de la muerte", en el que la amiga de Harry, Hermione, recibe un ejemplar del director de la Escuela de Magia Hogwarts, Albus Dumbledore, y descubre en él cómo se puede vencer al malvado Voldemort.
Para JK Rowling el libro es una maravillosa forma de decirle adiós a Harry Potter, según confesó en una entrevista. La exitosa escritora donará todo lo recaudado por la venta del libro a la fundación de ayuda a menores "Children´s High Level Group", creada por ella misma y Emma Nicholson, parlamentaria europea del Partido Liberal.



Ilustración:Delphin Durand.

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