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30 de noviembre de 2018

El efecto Forer, o porque crees en el horóscopo.


El efecto Forer, o efecto Barnum, se da cuando aceptas como verdad una aseveración acerca de ti mismo, aunque en realidad lo que ha pasado es que has aceptado como propias generalizaciones que pueden ser válidas para cualquier individuo. Has sido una víctima de la falacia de la validación personal.


Fue en 1948 cuando el psicólogo Bertram R. Forer se percató de que la mayoría de las personas aceptaban estas descripciones vagas como personales y acertadas, así que realizó un experimento. Dio a un grupo de estudiantes estas afirmaciones como  resultado de un test de personalidad y les pidió que las valoraran  según su grado de aciertos. Lo que no sabían sus estudiantes es que todos tenían la misma hoja que decía esto:

“Tienes necesidad de ser aceptado por los demás y buscas que te admiren, sin embargo, tiendes a ser muy crítico contigo mismo. Aunque tienes algunas debilidades de personalidad, generalmente logras compensarlas. Tienes una capacidad increíble que no has convertido en tu ventaja. Disciplinado y autocontrolado en el exterior, tiendes a preocuparte y ser inseguro en tu interior. A veces tienes grandes dudas sobre si has tomado la decisión correcta o si has hecho lo adecuado. Prefieres cierta cantidad de cambio y variedad y te sientes insatisfecho cuando te acorralan las restricciones y limitaciones. También te enorgulleces de ser un pensador independiente, no aceptas lo que digan los demás sin pruebas satisfactorias. Pero has descubierto que es poco sabio ser muy franco y revelarte a ti mismo ante los otros. A veces eres extrovertido, afable y sociable, mientras que en otras ocasiones eres introvertido y reservado. Algunas de tus expectativas pueden ser más bien irreales.”

Estas  aseveraciones fueron recogidas por Forer de una columna de astrología de una revista.
En una escala de 0 a 5, donde el 5 significaba que el alumno sentía que los resultados eran excelentes y acertados,  y el 4 que los resultados habían sido buenos; el promedio de la evaluación de la clase fue de 4,26; es decir que casi todos los alumnos consideraron esos resultados como muy cercanos a su personalidad.  



En realidad lo que pasa es que no hay nada en lo que puedas estar en desacuerdo con las afirmaciones dadas, pues la mayoría te presentan dos opciones: “eres X, pero a veces eres Y”. Esto es lo suficientemente vago como para ajustarse prácticamente a cualquier ser humano.

Este efecto es usado las llamadas “pseudociencias”, como médiums, adivinos, lectores de la mente, grafólogos, etc. pues ofrece un sentido de reafirmación y control de lo desconocido. Vamos a ser claros, a todos nos encanta sentir que podemos controlar algo que aparentemente parece no poder ser controlado, así que el saber lo que va a ocurrir sientes que podrás evitarlo o cambiarlo.



Pero una parte del éxito del efecto Forer se debe a su relación con el sesgo cognitivo de confirmación, que ocurre cuando lees una predicción astrológica que confirma tus propias creencias. Por ejemplo, estás de bajón y tu horóscopo dice que “vienen momentos complicados de los que saldrás airoso”, está confirmando cómo te sientes; te da la razón y no hay nada más que nos agrade que tener la razón.

Aunque lo parezca el efecto Forer no es tan inofensivo como parece pues puede afectar la vida de muchas personas, que no sólo invertirán sumas astronómicas para que les saquen la carta astral, les lean la palma de la mano o el café; sino que además pueden tomar decisiones importantes basados en el sesgo cognitivo, que como vemos, no ofrece muchas garantías.
Por eso, una última recomendación, sé crítico/a con aquello que lees, busca evidencias sólidas, descarta las fuentes que no sean confiables.



16 de noviembre de 2018

El amor es algo esplendoroso

¿Cómo describirías el amor? 
Para algunos es algo...esplendoroso.

11 de noviembre de 2018

El autoestopista fantasma y La chica de la curva




Seguro que has oído hablar de ellos. El autoestopista fantasma o La chica de la curva son descritos como espíritus de personas fallecidas; topárselos augura fatales consecuencias a quien los recoja en su coche.

Encontrar el origen de esta leyenda urbana no es fácil, pues no tiene un origen definido y  se encuentra diseminada por una extensa área geográfica.
Aunque hay muchas versiones del relato, todas tienen una misma raíz. Un solitario conductor se encuentra con un autoestopista que luego desaparece sin explicación alguna, generalmente en el propio vehículo en movimiento. Aunque suene increíble esta leyenda circula desde hace siglos, y se ha ido adaptando  a los distintos medios de transporte. En las versiones más antiguas, la joven paraba a los jinetes para que la subieran al carruaje, o a la grupa de su caballo.



Una leyenda tan extendida lógicamente ha mutado con el trascurrir del tiempo. Hay versiones que  la describen como una joven con un vestido rasgado, a veces de novia y otras de luto, que se aparece  a los viajeros a la vera de los caminos cerca de una curva peligrosa. Les pide a éstos que la lleven; cuando sube, se dice que transcurre un tiempo en absoluto silencio hasta que ella, misteriosamente, desaparece del vehículo en movimiento. Se suele contar luego que el viajero termina enterándose que la mujer había muerto en un accidente o de alguna forma trágica. La versión que la viste con vestido de bodas afirma que murió con su novio.
¿Cuál es su motivación? Pues su principal propósito varía un poco, algunas veces  alerta al conductor sobre una curva peligrosa, precisamente aquella en la que murió; otras veces causa la muerte del conductor, al no alertarle del peligro de la curva.



La curva de Torreseca
Según cuenta esta leyenda en particular, los hechos tuvieron lugar durante una noche lluviosa. Una pareja de recién casados disfrutaba de su viaje de novios, felices ambos  aunque él conducía de manera temeraria hasta que el coche patinó, se deslizó por la carretera y cayó por el barranco al pie de una curva muy cerrada, muriendo los dos en el acto.
Un año después, un hombre que viajaba por la misma carretera recoge a una muchacha vestida de novia. Al verla tiritar le ofrece su cazadora para que no pase frío. Al instante, ella  le dice: «Gracias; por favor, frene. En esta curva me maté yo». El hombre desvía su mirada hacia ella y frena en seco, pues tanto ella y la cazadora han desaparecido.
Tiempo después, el hombre se dirige a la tumba de aquella pareja que se mató en la curva y encuentra su cazadora encima de la lápida de la tumba de ella, provocándole la muerte debido al impacto de tal hallazgo.



La "Dama de la Cruz Verde"
La Dama de la Cruz Verde es un personaje de las leyendas de la Sierra de Guadarrama que sitúan en el Puerto de la Cruz Verde, entre los municipios de Robledo de Chavela y San Lorenzo de El Escorial, la aparición de la Dama de la Cruz Verde: una mujer que, hace años, murió en las carreteras del mismo y que se aparece a los conductores haciendo autoestop.
Esta leyenda es una de las variantes locales que se han dado en muchos lugares del mundo de la denominada Autoestopista Fantasma, tales como las leyendas urbanas de la Dama Blanca o Chica de la Curva. También se ha visto un personaje similar en el Puerto de Galapagar.



Dos ejemplos de una leyenda que es internacional, pues alrededor del planeta se han dado más casos de autoestopistas fantasmas. Tanto ha calado la imagen de la chica de la curva que ya forma parte del imaginario colectivo.

2 de noviembre de 2018

La chica de la curva


Es de noche. La carretera está oscura como lo que te rodea. Al otro lado de los arcenes hay un monte. Lo sabes porque te llega el aroma de los pinos mojados a través de la ventanilla, pero la tiniebla es tan densa que no puedes ver nada, sólo una pequeña parcela borrosa; lo que los faros de tu coche consiguen arrancar a la oscuridad al pasar.
Es una carretera monótona y estás solo. Cae una lluvia fina.  La radio no sintoniza bien pero no quieres apagarla. Necesitas escuchar algo, aunque sean interferencias. No quieres dormirte. Hay muchas curvas en ese tramo.
A través de los imponentes árboles ves un cielo nuboso y una luna mordida que parece sacada de un cuento de terror. Pero pronto todo empieza a repetirse como un bucle. Carretera, oscuridad, una curva, otra curva, oscuridad, oscuridad, oscuridad… No quieres dormirte pero notas ese cosquilleo en los dedos, ese que precede al sueño.
Abres más la ventanilla para que el aire frío te despeje. Entonces la ves. Está allí en medio de la carretera, bajo la lluvia. Sólo te da tiempo a esquivarla y clavar los frenos. Tu coche se desliza más de lo que quieres sobre la capa de agua hasta pararse por completo. Tienes los ojos muy abiertos y las manos aferradas al volante. El corazón te va muy rápido. Miras los dígitos luminosos de la hora en el salpicadero, las doce en punto. Te sientes aturdido. ¿Qué acaba de pasar? Levantas la vista con un ligero temblor de cabeza para mirar por el espejo retrovisor. ¿Un accidente? No has visto ningún coche, ningún rastro, sólo aquella figura…
La luz de los faros rompe las sombras de delante pero detrás todo está a oscuras. Esa oscuridad tan extraña que ha sido tu compañera de viaje.
Te asomas al espejo retrovisor pero no ves nada. Estás temblando y no sabes por qué. Apagas la radio para escuchar. Pero no oyes ningún grito de auxilio. Ninguna voz reclamando ayuda.



Das marcha atrás despacio. Estaba allí, no estás loco. Lentamente tu coche deshace el camino pero no hay nadie. No puede ser, piensas. La viste, estás seguro. Decides bajarte y echar un vistazo. Abres la puerta, las finas gotas de lluvia caen sobre tu brazo. Al inspirar el aire helado sientes un escalofrío. Te sientes paralizado. ¿Una alucinación? Quizás tu mente te ha jugado una mala pasada.
No sabes por qué lo haces pero accionas el claxon, como si quisieras ahuyentar algo, para ahuyentar algo. Aún así todo permanece en calma. Esperas. Nada pasa así que cierras la puerta y te pones en marcha. El coche se ha enfriado, o quizás eres tú y es de ti de quien surge aquel gélido halito. Tiemblas tanto que te cuesta sujetar  el volante. Pero te sumerges en la carretera y sigues adelante.
Oscuridad, una curva, otra curva, oscuridad, oscuridad… El sueño golpeándote detrás de los párpados. Oscuridad… y una mano fría, mojada sobre tu hombro. Has estado a punto de dormirte otra vez. Abres los ojos y miras por el espejo retrovisor. El miedo te golpea en la nuca. Está ahí, detrás de ti y te grita: ¡Cuidado!
Vuelves la mirada hacia la carretera y frenas a fondo. Te has quedado a milímetros de despeñarte en esa curva y tu respiración agitada lo llena todo. Tienes que cerrar los ojos para soportar el latido de la cabeza. Cuando los abres ella ya se ha ido. Pero  sales bajo la lluvia a buscarla. Revisas el coche, los alrededores. Te asomas al abismo y das unos cuantos pasos tambaleantes por el asfalto mojado.
Hay algo a un lado del camino. Sacas el móvil y enciendes la linterna. Descubres una pequeña capilla de madera. Ves la  cruz, las flores de plástico, la foto plastificada con una nota al pie. “Inés, nunca te olvidaremos”. Son sus ojos, su rostro.  Un recordatorio de su vida y muerte.
Vuelves al coche, estás calado de la cabeza a los pies. La adrenalina aún recorre tu cuerpo como fogonazos. El frío se ha esfumado. Recorres el último tramo de aquella carretera conteniendo el aliento. Cuando llegas a la civilización sientes una sensación de alivio. Decides que no contarás a nadie lo sucedido. Aún no estás seguro de si lo soñaste, de si fue real o una alucinación.  Sólo sabes que nunca olvidarás aquellos ojos y el contacto de aquella mano fría en tu hombro.  No sabes quién fue Inés, si como parece, dejó su vida en aquella curva. De lo único de lo que estás seguro es de que será tu secreto mejor guardado.



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