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25 de julio de 2018

Consecuencias del turismo descontrolado






























Viajar abre la mente. Es una experiencia que  enriquece, que derriba prejuicios, fronteras, ideas preconcebidas, y que en el mejor de los casos puede cambiarnos para siempre. Ya lo dijo Mark Twain, quien recomendaba este ejercicio contra la intolerancia y la estrechez mental, y también Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito y viajero incansable, quien decía que el que viaja feliz viaja ligero porque para ello sólo se necesita voluntad y poco más, y el Dalai Lama, que recomienda visitar una vez al año un lugar en el que no hayas estado nunca.
Viajar es una experiencia vital y así ha quedado reflejado en miles de cuadernos y bitácoras de viajeros ilustres que recorrieron mundo y a los que el gusanillo viajero se les metió bajo la piel para no abandonarles nunca. Viajar es aprender y sobre todo estar dispuesto a hacerlo, y por el camino permitirte vivir sólo el presente conociéndote a ti mismo. Pero el hábito de viajar ha creado una nueva raza que poco tiene que ver con todo esto, el turista.
El turista, así en general, no quiere vivir una experiencia vital, quiere alojarse en un resort con todo incluido, tirarse horas al sol y sacar muchas fotos; y es este tipo de turismo de masas el que está poniendo en riesgo la sostenibilidad de nuestro planeta.

Sobreexplotación, contaminación, pérdida de identidad, reducción de hábitats naturales y extinción de especies son algunas de las consecuencias de esta actividad descontrolada.

Hace poco más de sesenta años se producían unos 25 millones de desplazamientos al año, pero hoy en día la cifra es asombrosa y alarmante, pues alcanza los 1200 millones, lo que convierte al turismo en el negocio más productivo al generar el 10% de la riqueza mundial.
En España es el sector que más crece y por lo tanto el que más empleo crea. En el 2013 nuestro país recibió 60 millones de visitantes y pasó a 82 en sólo seis años; un ritmo insostenible, pues el turismo que recibe nuestro país no es precisamente rentable ni de calidad. Basado en el típico reclamo de “sol y playa”, los turistas que abarrotan nuestras costas e islas gastan poco dinero, y debido a la competitividad del sector se apuesta por la masificación. Cuantos más mejor. Cuanto más barato mejor. Lo que en las regiones que reciben este tipo de turismo ha generado recelos y animadversión,  pues se sienten invadidos por esta plaga que, desgraciadamente en muchos casos, no se comportan con el debido civismo.

Algunos de los lugares que están sufriendo esta plaga son:

Europaland
 Amsterdam, París, Barcelona, Roma o Venecia son algunas de las ciudades europeas que peor llevan la presión turística. Este año los habitantes de Venecia se plantaron frente a la invasión que está poniendo en riesgo uno de los lugares más bonitos del mundo, pues recibe más turistas de los que puede soportar, cerca de 28 millones, lo que genera colas interminables, aumento del coste de vida para los locales e impacto ambiental por los enormes cruceros que navegan cerca de los míticos canales.



Bali, un paraíso contaminado
El crecimiento desbordante de turistas ha propiciado la deforestación de la región. En los terrenos ganados se elevan enormes construcciones hoteleras, pero la falta de infraestructuras y canalizaciones adecuadas para la eliminación de los residuos generados por esta actividad pone en riesgo las paradisíacas playas que acumulan toneladas de basuras y plásticos que son arrojadas al mar, provocando la muerte de especies marinas.



Everest, hora punta en la montaña más alta del mundo
No todo el que se lo propone lo consigue pero cada vez son más los y las que se ponen como meta alcanzar la cima del Everest lo que se traduce en un hecho insólito, largas filas de personas en procesión ascendiendo por una de las montañas más peligrosas y extremas del planeta. A un módico precio, que suele oscilar de entre los 10.000  y 50.000 euros por cabeza, cualquiera puede intentarlo aunque el riesgo se traduzca en perder la propia vida. A pesar de que muchos escaladores expertos han exigido un mayor control en la zona, Nepal  ha hecho oídos sordos. Parece que los millones de dólares que se embolsa al año gracias a la inconsciencia de algunos tienen algo que ver en ello.



La muralla china, patrimonio de la multitud
China es, además de uno de los países más poblados, una potencia emergente que se ha convertido también en el principal emisor de turistas del mundo. A si mismo China tiene uno de los principales atractivos que atraen visitantes, La Gran Muralla China, que es visitada por 18 millones de personas al año. En 2014 se registró un récord histórico el día Nacional de la República Popular China, que se celebra el uno de Octubre, acudieron a ella nada menos que 8 millones de personas. Hay otras dos fechas en que posiblemente te encuentres entre una multitud parecida si decides viajar a la muralla que son el día de año nuevo y el día del trabajador.



Playas de Tailandia, abarrotadas.
Phuket o Phi Phi son playas de postal, de esas que el cine y la publicidad ha retratado infinidad de veces. Arena blanca y fina, aguas turquesas y cristalinas, cielos resplandecientes y un entorno idílico para disfrutar sin prisa. Sin embargo la realidad es otra. Miles de turistas abarrotan cada centímetro cuadrado, la masificación que sufre Tailandia está poniendo en peligro el frágil ecosistema del archipiélago, en donde desaparecen selvas para construir hoteles y la barrera de coral está muy dañada por las lanchas cargadas de turistas que lo surcan cada día. Para evitar que este paraíso siga deteriorándose se ha limitado el acceso a algunos de estos enclaves, como a la playa May Bay,  que cerrará cinco meses al año.




20 de julio de 2018



















En muchos países, incluido el nuestro, este gesto no es de buena educación. En los países angloparlantes  significa algo así como: Fuck you (Traducido como: Jódete. Tan contundente en español como en inglés), pero ¿cómo empezó a enseñarse el dedo del medio con esta connotación?
Pues tenemos que remontarnos a la lejana Guerra de los Cien Años, que duró desde el 1337 hasta 1453. Más concretamente a la batalla de Angincourt, en 1415, en donde los franceses, que anticipaban su victoria frente a los ingleses, decidieron que cortarían el dedo del medio a cada uno de los prisioneros de guerra, ya que sin ese dedo sería imposible disparar los famosos y poderosos arcos de flechas británicos, elaborados con madera de tejo y que medían dos metros  de alto, por lo que les impedirían usar un arma clave en futuras batallas. El acto de lanzar flechas era conocido vulgarmente entre los soldados ingleses como "halar el tejo", refiriéndose a dicho árbol.



Para sorpresa de los franceses, los ingleses ganaron la batalla y luego dieron muestras de que conocían sus planes secretos, ya que comenzaron a mostrarles el dedo del medio en sus narices, mientras decían mofándose de los prisioneros: "todavía podemos halar el tejo". Y fue así como surgió esta costumbre que luego se extendió por el mundo como muestra de burla, sarcasmo y desafío.
La misma leyenda se atribuye al gesto de levantar los dedos índice y corazón, a modo de “V” (aquí la versión es que los franceses cortarían a los arqueros esos dos dedos).
No obstante, otras teorías afirman que ese gesto con el “digitus infamis” o “digitus impudicus” se menciona varias veces en los textos de la antigua Roma, bien para desviar la amenaza del mal de ojo o como insulto sexual y obsceno.



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