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10 de marzo de 2011

Hans, el buhonero y el espejo

Había una vez un molinero que tenía tres hijos. Los dos mayores habían abandonado el hogar familiar hacía tiempo, pero el más pequeño seguía viviendo en la casa junto a su anciano padre.
Los dos hermanos mayores habían formado su propia familia y vivían modestamente. En cambio el hermano menor perdía el tiempo ociosamente enfrascado en el estudio del universo.
Aquello preocupaba enormemente al viejo molinero. Sin oficio ni beneficio, negro futuro le auguraba a su tercer hijo.
—Soy mayor y mi final se acerca. Antes de morir quiero que hagas algo importante.
—Padre, ¿acaso no es importante lo que hago?
—¡Mirar estrellas! ¿Va a darte de comer eso cuando yo falte?
Y el tercer hijo, avergonzado, no tuvo más remedio que agachar la cabeza.
—Has un hatillo y sal ahí fuera, y no regreses hasta que te hayas convertido en un hombre de bien.
Y el tercer hijo, a regañadientes, no tuvo más remedio que abandonar el confortable hogar en busca de aventura.
Mi padre quiere que vea mundo, se decía para si el tercer hijo, pero llevo tanto tiempo mirando el cielo que me siento perdido en la tierra. Ojala encontrara alguien que pudiera indicarme dónde ir.
Y al poco rato pasó por allí un buhonero arrastrando un pesado carromato lleno de trastos.
—Amable señor, me dirijo en busca de aventuras. ¿Sabe de alguna hazaña que pudiera hacer para impresionar a mi anciano padre?
—Cerca de aquí hay una princesa atrapada en una torre, custodiada por las fieras más feroces que existen. Los que se han aventurado han muerto atrozmente; ¿por qué no lo intentáis?
—Pero eso sería un suicidio.
—No para un valiente como vos.
—¿Valiente yo?
—Si os parece difícil el desafío, en aquella dirección, al sur de la tierra de fuego, hay un santuario en cuyo interior encontrareis el mayor tesoro que podáis concebir. Imaginad cómo os recibiría vuestro padre al veros llegar cubierto de oro.
—¿En aquella dirección? ¿Y tan sencillo es de entrar?
—Una vasta extensión de arenas movedizas custodia el lugar. Nadie que lo ha intentado ha salido con vida. Pero con vuestros reflejos y agilidad seguro que lo lográis.
—No sé, buhonero. Mis músculos están agarrotados de no moverlos. Intentarlo sería una muerte segura.
—Bueno, si no os creéis capaz, al otro lado de ese valle, en el tupido bosque, hay un oso fiero que tiene atemorizado a media comarca. Es tan huidizo que nadie ha acertado a dispararle. Quizás con vuestra privilegiada vista consigáis abatirlo. Vuestro padre os recibiría con honores si nos librarais de tal bestia.
—De tanto mirar estrellas mis ojos se han gastado. Temo que no podría acertarle ni estando a dos palmos de distancia.
—¿Y no habéis pensado en aprender un oficio? Quizás eso agradaría a vuestro padre.
—¿Y ser uno más entre tantos? Grandes aspiraciones tiene puestas en mí mi padre; no podría defraudarle.
—Pues en tales circunstancias no puedo ayudaros. Seguro que encontrareis fuera de esta región grandes gestas a la altura de vuestras posibilidades. Con un poco de coraje lograreis lo que os propongáis. Pero yo tengo que seguir mi viaje. Pronto oscurecerá y no es sensato permanecer en los caminos de noche.
—Agradezco vuestra ayuda, buhonero.




La noche caía sobre el páramo y el buhonero apiadándose del muchacho le pidió que le acompañara. Pero, a medida que avanzaban más oscuros se volvían los caminos. Las referencias que seguía el buhonero para orientarse desaparecieron en la oscuridad, y los dos se perdieron. Caminaron mucho rato sin saber donde dirigirse, con la amenaza del oso pegada a su espaldas. El buhonero estaba asustado pero el muchacho, Hans, que así se llamaba el tercer hijo del molinero, permanecía tranquilo contemplando la bóveda oscura, absolutamente extasiado.
—Muchacho, nos hemos perdido, y caminar a ciegas es peligroso. Además podríamos estar acercándonos al oso sin darnos cuenta. ¿Qué podemos hacer?
—Las estrellas pueden indicarnos el camino para llegar a la aldea.
—Nunca he sabido leer el cielo.
—Pero yo sí. Sólo tenéis que decirme si el pueblo se encuentra hacia al norte o hacia al sur.
Y gracias a los conocimientos de Hans los dos llegaron sanos y salvos a la aldea. Una vez instalados en la posada, frente a una espumosa y negra jarra de cerveza, el viejo buhonero se sintió profundamente agradecido con el joven muchacho.
—No vales para nada, pero gracias a tus estrellas estamos de una pieza. No tenía intención de deshacerme de él pero te lo mereces. —Y tendiéndole una mano tiznada y sucia le entregó un viejo, oscuro y descascarillado espejo—, seguro que tu anciano padre se sentirá orgulloso de ti ahora.
Hans observó el espejo, decepcionado.
—¿Un espejo?
—Pero no uno cualquiera; un espejo mágico.
—¿Y para qué sirve?
—Da respuestas. No importa cuan difícil sea la pregunta, o el problema, el espejo siempre da soluciones.
—¿Y por qué os desaseéis de él?
—Lo he tenido durante mucho tiempo, y aunque me ha traído fortuna también desgracia. Si se abusa de su poder el espejo se rebela. Él me convirtió en lo que soy, un pobre buhonero. Pero si actuáis con cabeza, riqueza y poder obtendréis de él.
Al día siguiente, tras despedirse del buhonero, Hans decidió probar su espejo mágico.
Si capturo al oso me convertiré en un héroe, pensó, asomándose a la oscurecida superficie del espejo. Y preguntó la manera más sencilla de capturar al oso sin sufrir daño alguno. El espejo mostró la respuesta y Hans construyó una trampa.
Aclamado por el pueblo entero, Hans empezó a sentirse confiado.
Soy un héroe, pero sigo siendo pobre. Si tuviera el tesoro que custodian las arenas movedizas mi padre se alegraría mucho. Y asomado al espejo preguntó la manera de sortearlas sin sufrir daño alguno. El espejo mostró la respuesta y Hans construyó un globo.
Con más oro del que pudiera gastar en una vida, Hans se sintió orgulloso. Pero estaba solo.
Si rescatara a la princesa cautiva de la torre podría casarme con ella y así mi felicidad sería completa. Y asomado de nuevo al espejo preguntó la manera de dormir a las fieras para salvar a la princesa. El espejo mostró la respuesta, y Hans tocó su flauta haciendo que todas las fieras cayeran en un profundo sueño.
Hans se casó con la princesa, y ambos vivieron felices. El padre de Hans vivió muchos años más, dichoso por la felicidad de su tercer hijo.
Hasta que un día, veinte años después, la hija de Hans, Ethel, encontró el espejo, guardado durante todo ese tiempo en una caja. Y al igual que Pandora su curiosidad fue más fuerte. Cautivada por el poder del espejo Ethel pasaba día y noche asomada a su oscura superficie. Hasta que un día el espejo se rebeló y Ethel fue convertida en mendiga, bajo una horrible apariencia. Una maldición que sólo se rompería con un beso de amor verdadero.
Pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.


Ilustración: John Bauer

5 comentarios:

Nacida en África dijo...

Mi querida Raquel: Soy una enamorada de los cuentos y he disfrutado como una niña con éste. Miles de gracias.

Brisas y besos.

Malena

Ana Bohemia dijo...

Me ha encantado leer este cuento, me he trasportado a mi infancia, y tiene mucho de los hermanos Grimm, un homenaje, ¿verdad?
Un beso enorme
:)

Ligia dijo...

Muy lindo el cuento, Raquel. Espero el desenlace de la pobre Ethel. Abrazos

EL BLOG DE MARPIN Y LA RANA dijo...

A mi, contemplar y entender el universo, me ha parecido siempre la mejor forma de comprender la vida.Ya lo decía Trimegisto: "Lo que es arriba es abajo".

Un cordial saludo.

Marpín y La Rana

Raquel dijo...

Sí, un homenaje a los cuentos clásicos de toda la vida de los hermanos Grimm.
Muchas gracias a todos por vuestra opinión, que para mi es muy importante.
Un beso grande a cada uno :)

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