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10 de octubre de 2010

10 / Diez

Una década, 3650 días, 87600 horas, 5256000 segundos. En total, diez años.
Han pasado 10 meses desde que se acabara la década del 2000, y me ha parecido apropiado que, justamente hoy, 10 de Octubre del 2010, un día tan mágico, repasemos juntos lo más destacado de ella.


¿Te acuerdas de cómo empezó todo?

Estábamos celebrando la llegada de un nuevo año, pero no sólo eso, además cambiábamos de siglo y de milenio. Como no podía ser de otra manera, algunos visionarios aprovecharon esta extraordinaria circunstancia para pronosticar el fin del mundo. La gente se acojonó pensando que, cuando las agujas del reloj pasaran de las doce, el mundo conocido se iría a la porra. Fue el llamado “Efecto 2000”. Se dijo mucho y la alarma cundió entre algunas buenas gentes que corrieron a los supermercados en busca de provisiones por lo que pudiera pasar. Y todo porque algunos programadores muy vagos habían pasado de poner la centuria en el almacenamiento de las fechas, asumiendo que el software funcionaría sólo durante los años cuyos nombres comenzaran con 19. Lo anterior tendría como consecuencia que después del 31 de diciembre de 1999, sería el 1 de enero de 1900 en vez de 1 de enero de 2000. En un mundo manejado por ordenadores esto suponía un problema muy gordo. Pero todo se arregló. Y la gente que esperaba una catástrofe a nivel mundial celebró el nuevo año con una pequeña decepción. Los ordenadores siguieron funcionando y todo siguió su curso normal.
El 2000 también fue el año de las olimpiadas de Sidney; el año del niño cubano Elián González, protagonista involuntario de una de las situaciones más polémicas de los últimos tiempos. El año de “Gran Hermano”, un nuevo formato televisivo que revolucionaria a España. Y el año de las vacas locas.


El 20 de enero de 2001 George W. Bush toma posesión como presidente de los EEUU; el 43er en la historia del país. Ese mismo año, el 11 de septiembre, las torres gemelas de Nueva York, y el pentágono en Washington serían atacados por extremistas islámicos; atribuyéndose la autoría de los ataques a Osama Bin Laden, el fundador de la red terrorista Al Qaeda.
La visión de las torres gemelas cayendo es una de las imágenes que más vivas tengo del 2001. Es más, lo recuerdo como si fuera ayer. Eran las dos de la tarde, iba a comer frente a la tele cuando el telediario se interrumpió para dar una información de última hora. Al principio no se sabía muy bien qué había pasado pero cuando otro avión se estrelló contra la segunda torre las dudas quedaron despejadas. Recuerdo esa tarde, pegada a la tele sin poder apartar los ojos de lo que estaba pasando a tiempo real a tantos kilómetros de distancia. Sintiendo el horror de aquellas gentes atrapadas en los pisos superiores, siendo testigo de la desesperación de los que decidían saltar al vacío. Y luego más horror, más pánico, más miedo, cuando finalmente, tras varias horas ardiendo, las torres se desplomaron sepultando vidas, sueños e ilusiones. Fue un horror televisado, un horror en directo, que llegó a miles de millones de personas. Estuvimos allí, a través de las ondas.
Tras la tragedia la respuesta de los americanos no se hizo esperar. El 7 de octubre Afganistán fue invadida.
El 2001 también fue el año de “El corralito” en Argentina, y el año que dos grandes sagas del cine se estrenaron por primera vez, “El señor de los anillos” y “Harry Potter”


El 2002 fue el año del Euro. Entramos al nuevo año pertrechados de calculadoras que supuestamente iban a hacernos la tarea más sencilla, pero seguíamos pensado en pesetas y aquellos números con comas nos sonaban a chino y a tomadura de pelo. Aquel nuevo dinero era de colorines, como de juguete, y además causaba alergias. Pronto descubrimos su cara negativa: el redondeo. Y ese fue el principio del fin. Estábamos tan a gusto con nuestras rubias, con nuestros duros de toda la vida, pagando lo justo por unos chicles y el café del desayuno, cuando vino el maldito euro a agujerearnos los bolsillos. De la noche a la mañana, lo que costaba 5 pasó a costar 10. De la noche a la mañana todo cambió, y no para mejor.
A nivel local, este fue el año de las riadas del 31 de Marzo que afectaron al área metropolitana de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna. Pero si por algo va a ser recordado este 2002 fue por el hundimiento del petrolero Prestige frente a las costas de Galicia, el 19 de noviembre.
Ese mismo año, un grande del cine, Billy Wilder, nos dejaba a la edad de 95 años.



El 2003 se presentaba negro, negro como el petróleo vertido por el Prestige, que hasta mediados de febrero siguió derramando su contenido sobre las costas gallegas.
El 20 de marzo comienza la guerra de Iraq. La estatua de Saddam Hussein situada en la plaza Fardus es derribada por soldados estadounidenses. José Couso es asesinado en la planta catorce del hotel Palestine por el impacto de un proyectil de un carro de combate americano.
El 2003 fue al año del fallecimiento de la oveja Dolly, clonada en 1996 a partir de una célula adulta; y el año que se logró completar la secuencia del genoma humano.


El 2004 fue el año de los atentados terroristas de Madrid. Fue un 11 de marzo, a las 7:37 de la mañana. Tres bombas explotaron en la estación de Atocha. Un minuto después tres bombas más hicieron explosión en las estaciones de El Pozo y Santa Eugenia. Segundos más tarde, finalmente, cuatro bombas estallaron en el tren 17305 de la calle Téllez. Fue un día negro, un día terrible. Al igual que el 11 de septiembre, este día está grabado en mi memoria por su horror; un horror que llegó a través de la pantalla de la televisión, pero aún así un dolor físico por todo el sufrimiento y la impotencia que aquel día maldito se respiró en Madrid. Hay imágenes que no se borran, y la del tren destrozado en la estación de Atocha es una de esas imágenes que no se van, que se quedan grabadas como a fuego. Aquel día 191 personas murieron en el peor ataque terrorista sufrido en nuestro país.
Unos días más tarde el PSOE gana las elecciones.
El 22 de mayo, un día lluvioso, Felipe de Borbón se casa con una periodista llamada Letizia Ortiz Rocasolano.
Estábamos a punto de terminar el año cuando una nueva tragedia nos golpeo de lleno. Ocurrió el 26 de diciembre, en Indonesia. Un terremoto marino, de magnitud 9.0 en la escala Richter, se originó en la costa noroccidental de Sumatra. El terremoto provocó un tsunami que asoló las costas de doce países. Más de 280000 personas perdieron la vida.


En el 2005 muere el papa Juan Pablo II a los 85 años tras más de veintiséis años de pontificado. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, es elegido nuevo papa.
Un atentado múltiple en Londres causa 56 victimas mortales y más de 700 heridos. El huracán Katrina, el más mortífero de EEUU desde 1928, arrasa Nueva Orleans, dejando un saldo de 1826 fallecidos.
A nivel local, la tormenta tropical Delta azota las islas Canarias. La consecuencia más inmediata, y más fastidiosa, se deja sentir en el suministro eléctrico. Durante una semana estuvimos a oscuras y pegados a la radio.
Este también sería el año de youtube, y de Fernando Alonso.


Comenzamos el 2006 sin humos; entra en vigor la ley antitabaco. Saddam es ejecutado. Pinochet muere a los 91 años sin pagar por sus crímenes. Conocemos el terrible caso de secuestro de Natascha Kampusch. TVE cumple cincuenta años. ETA anuncia una tregua.


Llegamos al 2007, un año marcado por la desaparición de la niña Madeleine McCann en Portugal. Este mismo año conocemos las nuevas siete maravillas del mundo, entre las que se incluyen la Muralla China y Machu Pichu entre otras. La saga de libros de JK Rowling llega a su fin con “Harry Potter y las reliquias de la muerte”. Un terrible terremoto asola la ciudad de Pisco, Perú. Se descubre un pequeño planeta extrasolar muy parecido a la Tierra, llamado Gliese 581 c.


El 2008 tiene nombre propio, Barack Obama; el primer afroamericano elegido presidente de los EEUU. Su “Yes, we can” se puso de moda. Pero sin duda si de algo se habló aquel año fue de la crisis económica mundial. El paro aumentó y las predicciones de futuro no auguraban nada bueno, aunque algunos se empeñaban en negar lo evidente. Famosa se hizo la frase, “crisis, ¿qué crisis?”
En el mes de agosto un avión de Spanair se estrellaba en el aeropuerto de Barajas al poco de despegar, muriendo 154 personas en el accidente.
La imagen que dio la vuelta al mundo fue la del zapatazo que recibió George W. Bush por parte de un periodista iraquí en una rueda prensa.
El 2008 también fue el año de “Crepúsculo”, y el de los juegos olímpicos de Pekín, y de la selección española de futbol.


El 2009 será recordado por una cosa, fue el año que murió el rey del pop. Michael Jackson tenía 50 años y estaba preparándose para volver a lo grande a los escenarios con una gira, pero una intoxicación con un medicamento llamado “propofol” provocó su muerte prematura. Tras su fallecimiento su discografía experimentó un incremento sorprendente en ventas; tanto así, que su padre Joe Jackson llegó a declarar que “valía más muerto que vivo”.
Este año fue el año de la gripe A. El año en que Obama recibió el Nobel de la Paz. El año del pesquero “Alakrana”. El año que supimos que había agua en la Luna.


Y hasta aquí este pequeño, extenso, repaso de la década. Ha sido un periodo marcado por el terrorismo y las guerras, por las catástrofes naturales y la crisis. Un periodo extraño, de cambios. Ojala esta nueva década que comenzamos diez meses atrás se caracterice por todo lo contrario. Que haya abundancia y prosperidad, pero sobre todo paz. Paz para todos los pueblos del mundo.

7 de octubre de 2010


El sándwich posee una historia que establece los orígenes en el siglo XVIII. Recibe su nombre de John Montagu, IV conde de Sandwich (1718-1792), un aristócrata del siglo XVIII, aunque no fue él su inventor. Se dice de éste conde que le gustaba comer de esta forma porque así podía jugar a las cartas sin ensuciarse los dedos.
En 1762, estuvo veinticuatro horas ante una mesa de juego. Para calmar el hambre, pidió un poco de carne entre dos rebanadas de pan. A este nuevo tentempié se le puso el nombre de sándwich, en honor a su inventor.


Más sobre el Sandwich...

En 1996 los británicos gastaban diariamente 7,9 millones de dólares en sándwiches, lo que supone un aumento del 75% en los cinco años anteriores. “Los sándwiches representan más de una tercera parte de todo el mercado de comida rápida”, informa el periódico londinense The Times, y se sirven en 8.000 establecimientos especializados.

Cada año se consumen en Gran Bretaña unos mil trescientos millones de sándwiches preparados. Pero estos suelen ser muy distintos de los emparedados sencillos que preparan las familias para comer en el campo o en la playa. Algunos establecimientos ofrecen sándwiches exóticos como por ejemplo de carne de canguro o de caimán, o de fresas y crema entre dos rebanadas de pan untado con pasta de chocolate.

Pese al propósito original del conde de Sandwich de comer con una sola mano, hoy en día ciertos tipos de sándwich se deben comer con cubiertos o con ambas manos. En algunos países es norma usar siempre cubiertos para comerlos. Pese a todo no fue hasta el año 1840 en el que el sándwich entró a formar parte de la gastronomía de Estados Unidos, cuando la cocinera Elizabeth Leslie describió en su libro de cocina por primera vez la receta de un sándwich.

En Aquisgrán se cuenta la historia de que el sándwich se inventó allí: participaba el Conde de Sandwich en las negociaciones de la Paz de Aquisgrán, en la delegación que representaba a la Emperatriz María Teresa. Pero su pasión por las cartas le llevaba a descuidar las comidas, lo que llegó a preocupar a sus criados, quienes empezaron a prepararle un alimento que pudiera comer sin dejar de jugar a las cartas. Sea o no cierto, en el ayuntamiento de aquella ciudad alemana cuelga un retrato del Conde de Sandwich.

Club sandwich. Dos siglos después, el undécimo conde, John Montagu, descendiente del IV conde de Sándwich, vio en el nombre de sándwich y en el legado de su antepasado la oportunidad de sacarle provecho y fue así que en el año 2000 abrió una empresa en Londres, con el nombre de The Earl of Sandwich, que espera convertir en cadena internacional.

6 de octubre de 2010

Dot

“Dot” es la animación en stop motion más pequeña del mundo, lo que le ha hecho aparecer en el libro Guinnes de los Records. Su protagonista es una muchachita de 9 mm de altura que lucha por sobrevivir en un mundo microscópico.
Dot ha sido grabado con un Nokia N8 NSeries y un microscopio.

4 de octubre de 2010


Isla de Pascua, denominada por sus habitantes Rapa Nui o Te Pito Te Henua, es la isla habitada más remota del mundo. Pertenece a Chile, se ubicada en la Polinesia, en medio del océano Pacifico. En ella se desarrolló una de las culturas más complejas -comparable sólo a grandes culturas megalíticas (egipcia, inca, maya)- en condiciones extremas de aislamiento.
La isla tiene una superficie de 163,6 km2 y una población de 3.791 habitantes, concentrados principalmente en Hanga Roa, capital y único poblado existente.


El nombre tradicional, Rapa Nui, significaría «isla grande» en el idioma de los antiguos navegantes provenientes de Tahití. En su idioma autóctono, la isla es conocida como “Te pito o te henua", que significa «El ombligo del mundo», y “Mata ki te rangi”, que equivale a «Ojos que miran al cielo». La denominación de Rapa Nui se hizo posteriormente extensiva para denominar al pueblo aborigen y a su idioma, pero como una única palabra, "rapanui".
Ladera del Rano Raraku

El nombre de isla de Pascua le fue dado por el navegante neerlandés Jakob Roggeveen, que la descubrió el 5 de abril de 1722, fecha correspondiente al día de Pascua de Resurrección. Recibió así el nombre de Paasers en neerlandés, que luego fue traducida al español como «Pascua». Con este nombre, y sus traducciones, es conocida la isla internacionalmente. Los habitantes de la isla, independientemente de su origen étnico, utilizan el gentilicio pascuense.
La isla también recibió el nombre de isla de San Carlos por el navegante español Felipe González Ahedo, que la denominó así en honor al rey Carlos III de España. Sin embargo, dicho nombre cayó en desuso.

Tukuturi, uno de los moáis más conocidos. Es el único arrodillado en actitud de oración

Además de las estatuas llamadas Moai los isleños también poseen la escritura de Rongo Rongo, el único lenguaje escrito en Oceanía.
Un moái, del rapanui moai, "escultura", es una estatua de piedra monolítica. Los más de 600 moáis conocidos tallados por los antiguos rapa nui se distribuyen por toda la isla. La mayoría de ellos fueron labrados en toba del volcán Rano Raraku, donde quedan 397 moáis más sin terminar. Lo que indica que la cantera fue abandonada repentinamente. Prácticamente todos los moáis terminados fueron derribados posteriormente por los isleños nativos en el período siguiente al cese de la construcción.

Siete moáis en Ahu Akivi

En un principio, estas estatuas gigantes llevaban también unos copetes o moños de piedra roja, llamados pukao, que pesan más de 10 toneladas, que se extraían en el cráter de Puna Pau, a veces muy lejos de las estatuas. Además, después debían ser levantados a la altura debida para colocarlos sobre las cabezas.


En 1978, se descubrió que en las cavidades oculares se colocaban placas de coral a modo de ojos. Estos fueron retirados, destruidos, enterrados o arrojados al mar, en donde también se han localizado. Esto concuerda con la teoría que los mismos pobladores los derribaron, quizás durante guerras tribales.



El significado de los moáis es aún incierto, y hay varias teorías en torno a estas estatuas. La más común de ellas es que las estatuas fueron talladas por los habitantes polinesios de las islas, entre los siglos XII y XVII, como representaciones de antepasados difuntos, de manera que proyectaran su mana (poder sobrenatural) sobre sus descendientes.



Debían situarse sobre los ahus (plataformas ceremoniales) con sus rostros hacia el interior de la isla y tras encajarles unos ojos de coral o roca volcánica roja se convertían en el aringa ora (rostro vivo) de un ancestro.



Se cree que montañas enteras fueron removidas para su creación. La roca volcánica podía ser cortada con relativa facilidad con herramientas de basalto y obsidiana, dándoles su forma básica en la propia cantera. Posteriormente eran extraídas y semienterradas en las cercanías para ser esculpidos los detalles.


Aún más controvertida es la manera en que eran trasportados por la isla hasta su ubicación definitiva. No se sabe exactamente cómo eran trasladados, pero es casi seguro que dicho proceso exigió el uso de trineos o rodillos de madera. Una segunda teoría apunta a que fueron movidos balanceándolos con cuerdas.


Pero quizá lo más sorprendente es que estas rocas no están simplemente colocadas allí, sino encajadas en agujeros tallados en el lecho de roca que forma el suelo de la isla. Un detalle relevante es que este tipo de agujeros se da en los tramos en los que la carretera discurre cuesta arriba. El Dr. Love especula con la posibilidad de que estos agujeros fueran colocados allí para acomodar algún tipo de mecanismo ideado para ayudar a mover las gigantescas cabezas de piedra y salvar desniveles que, de otra manera, requerirían un notable esfuerzo.


Estos agujeros, así como la curiosa forma en "V" de las carreteras nos indican que aún existen importantes incógnitas sobre el sistema que emplearon los nativos de la isla de Pascua para erigir sus misteriosos moáis.

Isla de Pascua en la Wikipedia

1 de octubre de 2010

Miedos 3D

Título original: The Hole 3-D
Director: Joe Dante
Guión: Mark L. Smith
Año: 2009
Duración: 98 min.
País: EEUU
Música: Javier Navarrete
Fotografía: Theo van de Sande
Reparto: Chris Massoglia, Nathan Gamble, Haley Bennett, Teri Polo, Bruce Dern
Productora: Bold Films / BenderSpink
Género: Thriller.
Sinopsis: Al mudarse a un nuevo vecindario, los hermanos Dane y Lucas descubren con su nueva vecina, Julie, una puerta en el sótano de su casa. Al abrirla hallan un pozo sin fondo que deja escapar todo el mal que aloja en su interior. Asediados por extrañas sombras que acechan detrás de cada esquina y por pesadillas que cobran vida, los tres jóvenes deberán afrontar sus peores miedos para poner fin al misterio del pozo.



Miedos 3D hubiera sido un bombazo en los años ochenta. Pero el tiempo ha pasado y nuestro concepto de miedo ha cambiado tanto desde entonces que ya nada, o casi nada, nos produce verdadero temor. Los adolescentes de hoy no se impresionan con las películas que a nosotros nos marcaron hace una década, igual que a nosotros nos dejaban más bien indiferentes las películas de terror de los años setenta y ochenta. El concepto de miedo cambia y aunque la tecnología avance de nada vale si lo que viene dentro de ese envoltorio resultón es lo mismo de siempre. Miedos 3D tiene un gusto añejo, que te reconforta al principio pero que te deja frío al final, justamente cuando la maquinaria 3D empieza a rodar. Es curioso que lo que lastre esta película sea precisamente su mayor reclamo. Porque aquí el 3D, aunque se ha usado moderadamente, desluce considerablemente la calidad de la cinta; y personalmente me parece un recurso fácil y tontorrón para atraer espectadores y llenarse las arcas.


Joe Dante es el director de una de las películas que más me gustan de los 80, Los Gremlins. Él, junto a la productora Amblin, fue el principal responsable de que en esa década el cine juvenil tuviera un hueco importante en las carteleras. Sólo por eso, y por todo lo que he disfrutado con ese cine, no me queda más remedio que declararle mi admiración más sincera. No es fácil hacer cine para todos los públicos, cine fresco y entretenido, de ahí que reconozca el mérito de Miedos 3D, y su intento de rescatar un género que no ha vuelto a brillar desde los añorados ochenta.
La principal baza con la que juega la película es su estética, y una idea que bien explotada hubiera dado mucho de si; porque a que es estremecedora la idea de asomarse a un agujero y enfrentarte a tus peores miedos. Aún así para ser sincera, miedo, lo que se dice miedo no vas a encontrar en esta película. Sí traumas, de esos casi inofensivos cuando creces pero aterradores cuando eres niño. Payasos de aspecto diabólico, oscuridad, y otros mucho más angustiosos, como la recurrente niña fantasmagórica, o un cinturón, que por si solo no puede provocar una emoción negativa sólo si le unimos elementos como padre y violencia.

Una película que te llenará de nostalgia si has pasado ya la adolescencia, y que te distraerá sin más si la estás pasando.


28 de septiembre de 2010


Las tapas, ese aperitivo tan español, surgieron a raiz de una anécdota protagonizada por Alfonso XIII de España, en una de sus visitas a Cadiz. Se cuenta que antes de regresar a palacio, el monarca se paró en una venta de la playa y pidió una copa de vino de Jerez, pero no se percató de que un remolino de viento amenazaba con llenar su vino de arena. Sin embargo, un camarero atento se precipitó a cubrirla con una loncha de jamón. Cuando el rey fue a dar un sorbo preguntó con sorpresa: "¿Qué es esto?" y el mozo le respondió: " Perdone su Majestad, le he puesto una tapa para que no entre arena en la copa". Se dice que el rey se comió el jamón y pidió que le sirvieran otra copa, pero con una "tapa" igual.


27 de septiembre de 2010

David Gray


David Gray no es muy conocido fuera de Inglaterra, aunque su álbum “White Ladder” obtuvo gran repercusión en 1999, sobre todo en Irlanda, gracias a los temas "This Years Love" y "Babylon". Ha sacado nueve discos, los tres primeros de escaso éxito. Su último disco se titula “Foundling” y salió este agosto.
Reconozco que le he escuchado poco, pero su canción “This years love” me encanta. De su nuevo disco he escuchado “Forgetting”, una canción que suena con muy poca fuerza para mi gusto. Claro que el factor de no entender muy bien el inglés le resta emotividad a sus letras, que por lo que he podido comprobar gracias al socorrido traductor online, son preciosas. Pura poesía.


25 de septiembre de 2010

Una voz en el desierto

El paisaje se transformó y fue entonces cuando fui consciente del cambio que iba a experimentar mi vida, aislado de la civilización en aquella isla remota. La extensión de plataneras fue quedando atrás mientras ascendíamos por una carretera llena de socavones y piedras que caían de las cumbres escarpadas. La vieja carretera arañaba la piedra vertical de un acantilado para internarse en sus entrañas. Pocos coches se atrevían a realizar aquel peligroso viaje, único camino que conducía al faro y al lugar que sería mi hogar los próximos seis meses. En algunos tramos de la sinuosa carretera el abismo se abría casi bajo mis pies y, en ocasiones, si la curva era muy cerrada, podía sentir el poder del precipicio tirando de mi estómago. Sin embargo no sentí miedo sino una emoción extraña, mitad alegría ante lo que me esperaba, mitad incertidumbre ante lo que iba a encontrar. Después de atravesar un oscuro túnel escarbado en la roca el sendero trazaba una suave bajada. El mar quedaba a mi derecha y pude ver por primera vez el faro y un valle, muy diferente a los que había dejado atrás. Sentí la desolación de aquel paraje moldeado por los vientos. Durante kilómetros lo único que vi fue la línea interminable de la desnuda y abrupta costa, el mar turbio y profundo, la pared de roca a mi izquierda, y a lo lejos, erguido frente a los elementos, el faro.

Al bajar del coche percibí el silencio insondable del lugar como si se tratara de un golpe, y temí haberme quedado sordo. Mis pasos sobre la gravilla y las gaviotas me devolvieron la sensación pérdida, pero no del todo. Al contemplar el lugar sentí que mi pecho se abría, el corazón me latía rápido y desacompasado.

Mi guía me ayudó a bajar las maletas del coche y nos dirigimos a la casa ubicada junto al faro. Hacía mucho que nadie la habitaba, y a pesar de que se había acondicionado para mi llegada, se percibía el abandono de las casas vacías. Cuando abrimos todas las ventanas el viento corrió por las estancias llevándose parte de ese abandono. La luz, el olor del mar y de la naturaleza fueron un bálsamo reparador.
Después de bajar las últimas provisiones mi guía se marchó. Me quedé solo, completamente solo por primera vez en mi vida. Fue una sensación extraña, que nunca antes había sentido, de vacío, vértigo y miedo; miedo a tener que convivir tan estrechamente conmigo mismo.
Aquella primera noche me venció el cansancio, dormí de un tirón y no soñé nada.

Mi primer día en la isla lo dediqué a recorrer el paraje cercano, tomando notas sobre la flora y fauna del lugar. El segundo día me arriesgué a ir en la motora hasta el islote donde se encontraban las focas monje, motivo principal de mi aventura. No me acerqué demasiado. Me limité a observarlas a una distancia prudencial, y ensimismado en mi análisis pasé casi toda la mañana en el mar. Cuando regresé, bien entrada la tarde, pude distinguir en el horizonte un bote que se alejaba. No pude ver quien lo ocupaba, pero durante toda la tarde no pude quitármelo de la cabeza.

Los primeros días de aislamiento pasaron rápido, y apenas sentí la soledad que me rodeaba. Casi todos los días salía con la motora a observar los delfines, o las focas, y al regresar a la pequeña cala veía alejarse aquel bote y a su misterioso ocupante. La curiosidad por saber quien era aquel esquivo visitante aumentaba cada día, y cuantos más días pasaba en el faro más urgente se volvía mi necesidad. Las noticias que me llegaban, gracias a la radio, me mantenían informado, me hacían sentir parte del mundo, pero a las pocas semanas de mi llegada empecé a echar en falta el calor humano, el sonido de una voz.
El guía que me había traído hasta allí regresó justo cuando se cumplían cuatro semanas y la despensa empezaba a vaciarse. Me trajo provisiones y conversación. Paseamos por la costa rocosa, tratando de mantenernos en pie a pesar del fuerte viento, y le hablé del extraño bote. Se echó a reír aliviando mis temores. Seguramente se trataba de un pescador que aprovechaba mi paseo para venir a pescar a la cala, o un ermitaño demasiado tímido para dejarse ver, me explicó, y me convencí.

La quietud de aquella tierra empezó a resultarme opresora cuando caía la tarde. A esas horas había acabado de trascribir mis informes y tenía toda la velada para mi solo. Llenar esas horas me resultaba desesperante. Había tanta calma flotando en el ambiente que la mayoría de las noches temía volverme loco. El arrullo de las olas lejos de serenarme me agobiaba. A pesar de lo cansado que me sentía la mayoría de los días no podía descansar bien. Era aquella quietud, aquella desesperante calma incrustándose en mi cerebro. Así que pasaba las noches en vela, y cuando conseguía pegar ojo era entrada la madrugada.

Una noche mis pasos me llevaron al viejo y fantasmal faro. Llevaba un candil pero su luz era insuficiente para penetrar aquella penumbra que se extendía por todas partes. Sólo estuve unos segundos, pues me sobrecogía aquel lugar. Aún así a la noche siguiente regresé. El viejo generador de gasolina que se usaba para alumbrar la estancia seguía allí y probé a encenderlo sin mucha convicción, pero para mi sorpresa aquel cacharro arrancó y las bombillas polvorientas se alumbraron con un chisporroteo. La luz me descubrió una estación de radioaficionado que había sido abandonada tiempo atrás. Jugando encendí la emisora y me mantuve a la escucha, girando la rueda para buscar una frecuencia fantasma, impresionado de que aquel cacharro pudiera funcionar. “Hola, ¿hay alguien ahí?”, dije, y aunque nadie contestó insistí con tanta impaciencia que yo mismo me sorprendí. Aquel juego duró unos minutos, durante los cuales yo repetía sin parar: “¿Hay alguien ahí?” Iba a tirar la toalla, cuando una voz distorsionada, algo robótica, resonó con fuerza desde el aparato.

—Aquí CM374, ¿con quién hablo?

Me quedé paralizado.

—Hola, aquí CM374, ¿con quién hablo?

Mi respiración se volvió pesada, jadeante, cuando logré arrancar de mi garganta la primera palabra que pronunciaba en horas: “Carlos”.

—¿Tienes licencia?

Titubeé antes de responder.

—Me temo que no, he llegado aquí por casualidad.

—¿Desde dónde trasmites?

—Desde un faro, un viejo faro abandonado.

El silencio se impuso de nuevo, y temí haber perdido a mi receptor.

—Es un lugar curioso —dijo al fin.

—Sí, y muy solitario.

Esas fueron las primeras e intrascendentes palabras de una conversación que se prolongaría horas. La primera de muchas conversaciones, porque noche tras noche regresaba al faro para hablar con aquel desconocido, CM374. Quizás fuera la soledad que me rodeaba, el insomnio que empezaba a consumir mi ánimo, pero aquella voz se convirtió en algo vital para mí. Poco a poco nuestras charlas se volvieron más profundas, pues él parecía sentirse tan solo como yo. Una noche empezamos una conversación que él tuvo que interrumpir. Había en su voz una oscuridad insondable, y entendí que sentía mucho dolor al hablar de aquello.

—Algún día te lo contaré—dijo entonces—, cuando nos veamos cara a cara.

No volvió. Durante las semanas siguientes le esperé inútilmente sin faltar un día. En ese tiempo seguí saliendo cada día al mar, refugiándome en el trabajo que me reconfortaba. Pero al llegar a la cala el desasosiego me atrapaba. El pescador huraño también había desaparecido sin rastro, lo que me hacía sentir más desamparado. Aquella extensión desierta empezó a parecerme una cárcel de la que no podía escapar. Estaba decidido abandonar aquel paraje para siempre cuando, regresando del islote de las focas, divisé un bote, el bote del pescador. Me esperaba en la arena, por primera vez. Según me aproximaba mi asombro crecía. Al saltar al agua pude fijarme mejor en el bote, pintado de blanco y rojo, con un nombre y unos números escritos en azul en una esquina del mismo: Carmen 374. Un hombre con el rostro curtido por el sol salió a mi encuentro extendiéndome una mano callosa y fuerte.

—Hola, soy José. Te debo una conversación —dijo, y me miró fijamente con una sonrisa.

Le estreché la mano fuertemente sonriendo con toda la extrañeza que sentía. Poniendo rostro por fin al propietario de aquella voz limpia y profunda que había sido un oasis en mi soledad.

22 de septiembre de 2010

No te vayas todavía... querido verano


Año tras año, cuando el verano se acaba, me siento algo triste. Es inevitable. Siempre me ha gustado esta estación, sinónimo de libertad y sol, y cuando se acaba me entristece porque siento que el otoño, con sus nubarrones y su oscuridad, se me echa encima. Con los años he dejado de tenerle tanta tirria a esa estación lánguida que es el otoño, y he sabido apreciar sus cosas. La electricidad de sus cielos, la intensidad de sus colores, la calidez de sus largas veladas. Pero no siempre fue así. La llegada del otoño significaba volver a la rutina después de muchos meses a la bartola. Volver al colegio, al instituto, a las obligaciones y a los deberes. Cambiar el jugar en la calle por estar sentada en un aula fría durante horas eternas. Me costaba adaptarme, coger el ritmo. No me gustaba el otoño.
Lo que menos me atraía de la estación otoñal, y no me atrae todavía, es su oscuridad. Cuando cambian la hora es como si me cambiaran por dentro, durante días estoy desubicada, con los ánimos revueltos. Los días son cortos, y las noches interminables. Y todo es oscuro y gris. Y eso me hace sentir triste y de mal humor.
Pero cuando me acostumbro, cuando mi cuerpo se acompasa al nuevo ritmo, la cosa mejora. Lo malo es que casi siempre coincide con la llegada del invierno.
Otra cosa que odiaba del otoño era la sensación de volver a empezar. Los fascículos coleccionables en los kioscos; los anuncios de gimnasios empapelando las paredes de la ciudad, alentándonos a deshacernos de nuestros excesos; la impresión de encerrar en un cajón la libertad disfrutada del verano, una sensación tan terrible como deshacer las maletas después de un viaje maravilloso...
Pero este volver a la normalidad también tenía sus cosas buenas. Recuerdo con nostalgia el olor de los libros nuevos que se amontonaban en la mesa del comedor al llegar el otoño. Era un olor especial y una emoción diferente disfrutar de aquellos libros nuevos; sentir la textura suave, flamante, luminosa de las hojas, y sumergirme en las palabras, y disfrutar con sus ilustraciones, o las fotos, porque había muchos mundos allí. Ventanas que me hablaban de personas de otros tiempos, de sucesos pasados, de números, de arte, de poesía, de muchas cosas. Los libros eran mi juguete ese día, y los disfrutaba.
Después encontré otras cosas que compensaban el trastorno que ocasionaba en mí la llegada del otoño. Empecé a mirar esta estación con otros ojos y encontré su belleza. Un cielo encapotado y amenazante puede ser la excusa perfecta para pasar una tarde calentita enrollada en la manta más abrigada viendo películas antiguas. El frío, afilado y húmedo tan característico de esta estación nos proporciona también muchas oportunidades, por ejemplo de estrenar la ropa de abrigo que nos compramos en las rebajas de verano porque estaba tirada de precio; sacar del cajón los calcetines, complemento indispensable para sobrevivir al otoño y a las gripes traicioneras que llegan con la vuelta a la rutina y las aglomeraciones en sitios cerrados y mal ventilados cuando llueve. Estrechar lazos familiares al facilitarnos la comunicación. El frío nos une en el sofá cuando no hay calefacción y caen goteras nuevamente; en la cocina cuando esperamos turno frente al microondas para calentarnos el nesquik, y en el botiquín cuando acudimos moqueantes a por la última pastilla efervescente que eliminará nuestro taladrante e insoportable dolor de cabeza.
Sí, hay cosas buenas en el otoño… para los pies fríos, calcetines hasta la rodilla, para las gargantas inflamadas, pastillas de chupar y bufandas de lana. Para las noches frías, edredones hasta las orejas y abrazos firmes. Para los charcos, botas de agua… Sí que hay cosas buenas. Los colores de los árboles. Una alfombra de hojas. La luz en algunos momentos del día, intensa y melodramática. El cambio gradual de la atmósfera tras una llovizna fuerte. El olor de la tierra y los árboles, y el sonido del trigo seco cuando el agua se evapora. El dibujo de las gotas en los cristales, y el vaho que sale de la boca cuando salimos a la calle. La sensación de tener las mejillas rojas por el frío, y el placer de dormir calentito con dos mantas encima. Y la sensación de estar protegido cuando hay una tormenta. Pero sobre todo la imagen como de otro tiempo de los castañeros, asando castañas. Una imagen que asocio instintivamente a la llegada del frío.

Feliz Otoño

20 de septiembre de 2010

Umbra

Umbra es un corto realmente intrigante, extraño. Hay un explorador, pero no sabemos dónde está, o qué es lo que ha venido hacer a ese lugar dominado por la sombra donde parece que nada tiene lógica, ni siquiera un principio, y mucho menos un final. Un lugar que... bueno será mejor que lo veas con tus propios ojos.

Umbra, un corto de Malcom Sutherland.


17 de septiembre de 2010


En 1683 el Imperio Otomano (actual Turquía), quiso invadir el Imperio Austrohúngaro, que en aquellos momentos era la puerta de entrada en Europa. Viena resistió un asedio larguísimo y finalmente los otomanos acabaron derrotados.
Para celebrar la victoria, el gremio de pasteleros de Viena quiso crear un pastel conmemorativo. Se convocó un concurso y el jurado escogió una pequeña pieza de brioche, en forma de media luna, símbolo del Imperio Otomano.
El nuevo pastel tuvo un éxito rotundo en toda Europa, sobre todo en Francia, donde enseguida lo llamaron “Lune Croissant” (Luna Creciente), pero como el nombre era demasiado largo, se quedó en “Croissant”.

13 de septiembre de 2010

Bright Star

Título Original: Bright Star
Año: 2009
Duración: 119 min.
País: Reino Unido
Director: Jane Campion
Guión: Jane Campion
Música: Marc Bradshaw
Fotografía: Greig Fraser
Reparto: Ben Whishaw, Abbie Cornish, Paul Schneider, Thomas Sangster
Productora: Coproducción GB-USA-Australia-Francia
Premios 2009: Oscar: Nominada al mejor vestuario
Género: Romance.
Sinopsis:
Londres, 1818. Una relación secreta comienza entre el joven poeta inglés de 23 años, John Keats (Ben Whishaw), y su vecina, Fanny Brawne (Abbie Cornish), una extrovertida y elegante estudiante. La atípica pareja empieza mal, él viéndola a ella como una frívola impertinente, y ella en absoluto impresionada no sólo por su poesía, sino por la literatura en general. Sin embargo, cuando Fanny descubre que Keats está cuidando de su hermano menor, gravemente enfermo, se ve conmovida y le pide entonces que le enseñe cosas sobre la poesía, a lo que él accede. La poesía se convierte así en un remedio romántico que funciona no sólo para resolver sus diferencias, sino como combustible de un apasionado romance. Cuando la alarmada madre de Fanny y el mejor amigo de Keats descubren la relación, ésta ya es imparable. Intensamente y sin remedio, absortos el uno en el otro, los jóvenes amantes se ven llevados por poderosas y nuevas sensaciones.


Algo bello es un goce perpetuo. Palabras que contienen la esencia de la película. Una película simplemente bella, sosegada, luminosa. Con momentos perfectos y evocadores. Encuadres llenos de luz y poesía gracias a una preciosa fotografía, quizás lo más destacable de la película junto a su extraordinario diseño de vestuario y una banda sonora delicada y ligera. Una película que, a pesar de su duración, se desliza suavemente sin hacer mucho ruido, de forma sutil y reposada. Una historia de primeros amores.



Aunque me gustó, sobre todo por las maravillosas imágenes, la historia que narra Jane Campion es demasiado contemplativa y no traspasa. Demasiado contenida. Aunque en la sinopsis ponga a Keats como protagonista, la verdadera protagonista es ella, la apasionada y vital Fanny Brawne, a la que da vida la actriz neozolandesa Abbie Cornish. De ella conocemos sus anhelos, su deseo, su necesidad sin límites, su rebeldía, mientras que él se muestra más lejano, sus sentimientos menos expuestos, menos visibles. Él es el poeta pero ella es la poesía. Por eso, por toda la sutileza que se derrama en cada fotograma, esta es una película que sólo sabrán apreciar aquellos que sientan su sensibilidad a flor de piel; aquellos que valoren silencios y miradas, puestas de sol y estrellas fugaces, campos bañados por la luz del atardecer, mariposas atrapadas en tarros de cristal, cortinas ligeras mecidas por el viento, manos que se buscan, que se encuentran, que se detienen en pliegues, que disfrutan de las texturas de la vida, de sus contornos, de sus aristas. Porque esta es una película tan llena de romanticismo que no se puede hablar de otra cosa. No hay otra cosa. Tal vez eso sea suficiente para compensar su ritmo lento, de abstracción, o tal vez no.



Personalmente creo que hay tanta perfección en las imágenes que la historia se queda en un segundo plano; la directora se deleita tanto en la belleza que se aleja de las pasiones de los protagonistas y estos se quedan descolgados. No se llega a profundizar del todo en su relación, porque Campion se contenta con ofrecernos fragmentos dispersos sin profundizar en ellos. Esto juega en contra de su protagonista, interpretado por Ben Whishaw, que como dije más atrás se ve distante, en un papel no demasiado consistente. En ese sentido el papel de Mr. Brown, interpretado por Paul Scheneider, tiene muchos más matices. Es un personaje que se aleja mucho de mi concepto de atrayente, de hecho su personaje es bastante odioso, pero es el contrapunto necesario a la protagonista, y quien da sabor a esta película algo sosa. También me gustó mucho, por la ternura de su papel, la niña Margaret “Toots”.
Esta es una película de detalles, de silencios, de esperas, de amor y dolor, de distancia y pérdida. Una película que ofrece muchas cosas, y aunque su excesiva formalidad empaña su brillo la recomiendo a todos los que aman el romanticismo y la poesía.


11 de septiembre de 2010


Un gran problema del Siglo XVIII era la muerte por escorbuto en los barcos que pasaban largo tiempo navegando en alta mar, hecho que preocupaba y al que querían encontrar una solución. Fue un joven cocinero francés, Nicolás Appert, quien comenzó a experimentar y observar que los alimentos hervidos a más de 80ºC y sin estar expuestos al aire, duraban más tiempo sin echarse a perder. A partir de esta observación se comenzaron a envasar alimentos en recipientes, sin aire, que luego eran esterilizados a temperaturas que eliminaban bacterias, microorganismos, etc., haciéndolos duraderos, sabrosos y alimenticios. Esta forma de conservación fue realizada en forma industrial en los comienzos del Siglo XIX. Nicolás Appert abrió una industria en Massy en 1812, realizando el envasado en frascos de vidrio cerrados con corchos y esterilizados a 100ºC a baño María por varias horas. Hacia mediados del S. XVIII, se logró elevar la temperatura y reducir el tiempo, por consiguiente elevar la producción. El envase de hojalata fue un invento de un inglés llamado Peter Durand, el cual lo patentó en 1810. José Colin (en algunos lugares figura como Joseph Collins), en 1820 montó una fábrica en Nantes y se dedicó a producir y envasar sardinas fritas y luego conservadas en aceite, llegando a tener una producción de más de 10.000 botes al día, de ahí el dicho, hasta muy entrado el siglo XX, de envasados al estilo de Nantes. La fábrica de Nantes fue convertida en museo por la casa Amieux pero fue destruida en 1943 en un bombardeo aéreo de la II Guerra Mundial.


Mas curiosidades sobre las latas:


El abrelatas fue inventado 44 años después de la aparición de las primeras latas de conservas, por lo que hasta ese momento se utilizaban todo tipo de instrumentos para abrirlas. Los soldados británicos de aquella época abrían sus latas con bayonetas, navajas, e incluso con disparos de fusil.

Antiguamente las latas de espárragos blancos usaban estaño para la soldadura de juntas y en la composición de la lata. El líquido de gobierno ( como se conoce al caldo donde vienen sumergidos) atacaba el estaño y se formaba cloruro de estaño, óxido de estaño y otros compuestos de estaño. Al oxidase antes el estaño que el espárrago aumentaba notablemente su periodo de conservación, otorgándole un sabor especial al espárrago. Cuando las latas empezaron a barnizarse por dentro surgió el problema de la oxidación del espárrago. A partir de ese momento se incluyeron sales de estaño en la composición del líquido de gobierno del envasado de espárragos.


En el siglo XIX Napoleón Bonaparte se encontraba en la campaña de Rusia cuando una hambruna diezmó las tropas de Napoleón debido a la dificultad de hacer llegar víveres a zonas tan lejanas, esto hizo que Napoleón ofreciese una recompensa de 12.000 francos a aquel que hallase “un método para mantener los alimentos largo tiempo y en buen estado”. Nicolás Appert un investigador francés al que se le otorgó el título de “Benefactor de la Humanidad” halló en 1803 un método para conservar alimentos por calor en recipientes herméticamente cerrados, consiguiendo con esto la recompensa de los 12.000 francos.


En un principio las latas se sellaban con soldadura de plomo, material de alta toxicidad. Famoso fue el caso de la expedición ártica de John Franklin en la que la tripulación fue víctima de envenenamiento, después de consumir alimentos enlatados durante tres años.


En 1900 se produjeron tan sólo en Estados Unidos más de 700 millones de latas. George Orwell definió la lata de conserva como un arma más mortífera que una ametralladora. Según este escritor inglés, sin esta invención no se habría podido llevar a cabo la Primera Guerra Mundial.

Andy Warhol convirtió la lata de conserva en un objeto de arte. En los años 60, este artista de arte pop pintó todas las 32 clases de latas de sopa marca Campbell´s. Sobre todo en Estados Unidos la lata se volvió la esencia del consumo americano. Era más confiable la verdura en tarro que la fresca del jardín.



8 de septiembre de 2010

SALA
DE
LECTURA







n El viejo y el mar - Ernest Hemingway









En un pequeño pueblo costero, un viejo pescador hace ya mucho tiempo que intenta en vano capturar un enorme pez. Un día se hace a la mar y, tras mucho esfuerzo, consigue que éste pique su cebo. Pero cuando se dispone a arrastrarlo a puerto, se desata una colosal lucha contra los hambrientos tiburones que pretenden devorarlo. Durante la gran pugna, el anciano descubre la admiración que siente por ese pez que ha sido su mayor desafio. Una parte del alma del pescador desaparecerá con su presa bajo las dentelladas de los depredadores.


Hace años que tengo este libro en casa, pero hasta ahora no lo había leído. Nunca me había llamado la atención, quizás porque es muy finito y pasaba desapercibido en la estantería de mi habitación. Pero hace unas semanas buscando una lectura rápida y ligera para el verano me topé con este librito azul celeste que tantas veces había pasado por alto, y decidí que ya era hora de sumergirme en sus páginas. Nunca hasta ese momento había leído nada de Hemingway y tenía mucha curiosidad. Lo leí muy rápido, pues tiene unas 145 páginas que se leen muy fácilmente. La historia te arrastra casi tan literalmente como el viejo a su captura a través del mar; te arrastra y no te suelta. Aunque hay algunos momentos repetitivos, quizás aburridos para los impacientes, el libro me gustó mucho. Y más cuando pasando los días esta historia del viejo cubano sin suerte y su gran pez no se iba de mi cabeza. Es sorprendente, o al menos a mi me parece una cosa excepcional lo que me ha pasado con este librito. Porque la historia no es nada del otro mundo, no está contada con afectación, palabras altisonantes, descripciones excesivas, es una historia sencilla, de un hombre luchando a brazo partido contra un gran pez, y sin embargo cuantas cosas hay en él; cuantas lecturas se pueden sacar entre líneas. Es una historia que te hace pensar, que te llega al corazón, y por eso entiendo que consiguiera convertirse en un clásico imprescindible. Hemingway y su manera de narrar, tan contundente, me han conquistado.
Él mismo llegó a decir que el secreto de su éxito residía en no saber escribir. Quizás por eso se distanciaba tanto de sus coetáneos. Se inició en el oficio escribiendo crónicas para periódicos, y ese estilo aséptico y directo es el que siempre emplearía en sus textos. Hemingway admiraba a Sherwood Anderson, quien tendría gran influencia en su manera de narrar. Sherwood dominaba el arte del relato breve y Hemingway encauzó su carrera hacía ese estilo breve y sobrio, evitando caer en circunloquios; algo que le enervaba.
Fue en 1935, mientras pescaba en las aguas de Cuba, cuando conoció la anécdota que luego sería la base de “El viejo y el mar”, pero no fue hasta 1951 cuando la escribiría. La novela se publicó en 1952, primero en la revista Life, y más tarde en forma de libro, consiguiendo desde el principio buenas críticas y muchos lectores.
Yo me quedo con una frase que resume el mensaje del libro:

“El hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.


Imagen: Quint Buthholz
Viñeta: Quino

5 de septiembre de 2010

Un corto de cine

35 películas se esconden en 35 mm, un corto de Pascal Monaco. A pesar de que he estado muy atenta yo no he logrado verlas todas.

¿Y tú, cuántas ves?


2 de septiembre de 2010

Origen

Título Original: Inception
Director: Christopher Nolan
Guión: Christopher Nolan
Música: Hans Zimmer
Fotografía: Wally Pfister
Reparto: Leonardo DiCaprio, Ken Watanabe, Joseph Gordon-Levitt, Marion Cotillard, Ellen Page, Tom Hardy, Cillian Murphy, Tom Berenger, Michael Caine, Dileep Rao, Lukas Haas, Pete Postlethwaite
Productora: Warner Bros. Pictures / Legendary Pictures / Syncopy Production
Género: Ciencia ficción.
Año: 2010
Duración: 148 min.
País: EEUU
Sinopsis:
Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) es un hábil ladrón, el mejor en el peligroso arte de la extracción: el robo de valiosos secretos desde la profundidad del subconsciente durante el sueño, momento en que la mente es más vulnerable. La excepcional capacidad de Cobb le ha permitido llegar a ser un codiciado jugador en este nuevo mundo de espionaje corporativo, pero también le ha convertido en un fugitivo internacional y le ha hecho perder todo lo que le importaba.
Ahora se le ofrece la oportunidad de redimirse. Un último trabajo podría devolverle su vida anterior si logra lo imposible. En lugar del robo perfecto, Cobb y su equipo de especialistas tienen que invertir la operación; su trabajo no consiste en robar una idea, sino en colocar una. Si tienen éxito, podría ser el crimen perfecto.
No obstante, ni su cuidadosa planificación ni su experiencia puede preparar al equipo para el peligroso enemigo que parece conocer de antemano cada uno de sus movimientos. Un enemigo que sólo Cobb podría prevenir.


Hace unas semanas vi Origen, la última película de Cristopher Nolan y Leonardo DiCaprio. He dejado pasar unos días para que mi mente asimilara lo que acababa de ver, pero ni por esas. No me da pudor confesar que no entendí demasiado, que anduve algo perdida en algunos — ¡muchos!— de los minutos que duró la película. Quizás es que estaba un poco empanada en el momento en que la vi, que todo puede ser, pero el caso es que ni mucho menos me pareció la maravilla que dicen que es. Dentro de su género destaca, no se puede negar. Pero sin embargo a mi personalmente no me ha llenado demasiado, quizás es que tenía altas expectativas porque había leído muy buenas críticas. Aún así debo aclarar que no es del estilo de películas que yo suelo ver, al menos últimamente, y que aunque mis gustos no se decantan hacia este estilo de cine disfrute la película, sobre todo de los impresionantes efectos especiales que te dejan sin respiración.



Y es que para ver Origen debes tener la precaución de tomarte una pastilla para el mareo si no quieres acabar dando más vueltas que un piojo. La trama es un laberinto de varios niveles que van intercalándose entre si y que hacen que por segundos una angustiosa sensación de asfixia nos invada. Es inevitable sentirse algo oprimida ya que dentro de esos niveles todo está planificado hasta el milímetro. Nunca sabemos a ciencia cierta si lo que vemos es un sueño, o es realidad, o si se mezclan ambas cosas. Es agotadora y te estresa. Es decir, es una de esas películas en la que parece que tienes que ir tomando apuntes para no quedar como una tonta si alguien te pregunta a la salida del cine si has entendido algo de lo que acabas de ver. Bloc de notas y ojos bien abiertos para que no se te escape ningún detalle oculto o implícito. Sinceramente no es el plan que yo busco cuando voy al cine. Sinceramente cine, CINE, así en mayúsculas es otra cosa. Esto es espectáculo, un espectáculo muy ruidoso, con imágenes realmente sorprendentes, muy surrealistas, inmejorables, pero sinceramente no es CINE. Lo siento por los críticos que la ponen por las nubes, no estoy nada de acuerdo. Tal vez cuando vuelva a verla y vea cosas que se me pasaron por alto cambie de idea, o me de cuanta que es una película con fondo y trasfondo, pero por el momento sigo opinando que tras la explosión de efectos especiales hay poca chicha. Creo que una de las cosas que van en contra de la película es su duración, demasiado extensa. Su densidad hace que sea desesperante, sobre todo en su parte final con ese coche cayendo al vacío durante unos minutos interminables.



En cuanto a las interpretaciones poco que decir. Leonardo me parece un actor muy bueno, pero aquí está algo plano. Marion Cotillard hace un papel difícil que repele, al menos a mi me molestaba verla cada vez que aparecía. Joseph Gordon Levitt hace lo que puede, pero tampoco se luce demasiado. En realidad ninguno de los personajes, a excepción del de Leonardo, está desarrollado, y es por esto que no tienen interés ni sus acciones en la pantalla transcendencia.
Es conclusión me resultó una película confusa y muy enrevesada.


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