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7 de enero de 2015




En 1898, W. Reginald Bray empezó a estudiar la regulación del Servicio Postal Británico. Se compró un libro que describía con detalle las normas que regían el por aquel entonces complejo funcionamiento del sistema postal de Gran Bretaña, que había establecido además una tarifa muy económica y accesible, y, aburrido de su monótona rutina como contable en Londres, decidió experimentar y poner a prueba todo lo que había aprendido... de una forma bastante curiosa.



Decidió enviar sin empaquetar objetos extraños. Un desafío para el sistema postal británico, que Bray tomó como un reto para ver hasta qué punto la Oficina de Correos podría cumplir sus propias normas y burocracia.
Sin empaquetar pero debidamente etiquetados y sellados, Bray envió cerca de 32.000 curiosos objetos, tales como una cebolla, una tubería, una bomba de bicicleta, un cepillo, una colilla de cigarrillo, una camisa, una zapatilla, una mata de algas secas, e incluso el cráneo de un conejo...
A Bray le fascinaban especialmente las normas relativas al envío postal de criaturas vivas, llegando a descubrir que la más pequeña permitida era una abeja, y la más grande un elefante. Le hubiera gustado comprobar estos límites, pero se tuvo que conformar con el envío, sin jaula, de su perro Bob. Seis minutos más tarde la recepción del envío fue firmada en casa de Bray.
Después de este éxito, el bueno de Bray probó a enviarse a sí mismo por correo.

Bray es entregado en su domicilio. Es recibido por su  paciente padre, Edmund Bray.

Un formulario oficial de fecha 14 de noviembre de 1903, y firmado por el jefe de correos en Forest Hill, reconoce “la entrega ciclista de una persona” en el domicilio de Bray. Y llegó a su casa por menos de lo que le hubiera costado un taxi. Aunque, no fue un envío tan agradable, pues Bray tuvo que pedalear la bici, mientras que el chico encargado del reparto le indicaba el camino.
Más tarde explicó con sorna en un artículo de prensa que esto resultaba especialmente útil cuando “en una noche de mucha niebla no puedes encontrar la casa de un amigo, así que en vez de vagar durante horas, te envías por correo y te entregan en pocos minutos”
Después de probar los límites del servicio postal, Bray centró su atención en la colección de autógrafos por correo. Envió miles de tarjetas a infinidad de personajes populares, incluso mandó una al Papa. Con los años llegó a amasar unos 15000. En realidad mandó más de 30.000 solicitudes pero la mitad no respondieron a su petición. Entre los que no lo hicieron estaban George V, Winston Churchill y Adolf Hitler.


Fuentes: Wikipedia, La aldea irreductible. 

4 comentarios:

Ligia dijo...

Qué curiosidad más curiosa!!! Lo de enviarse a sí mismo es un puntazo. ¿Te imaginas que nos presentemos en la oficina de correos de La Laguna y digamos que nos envíen a algún sitio? Ja Ja, no quiero ver la cara de alguno de los que trabajan allí. Abrazos

Ana Bohemia dijo...

Yo me enviaría al Caribe, a alguna islita tranquila y soleada, jaja. La verdad es que el Bray era un poco pesado, ya me imagino la cara de los de la oficina de Correos al verlo aparecer: "¡Puff, ya esta aquí de nuevo, a ver que nos trae ahora!"
Muy curiosa esta entrada
:D

Raquel dijo...

Les da un colapso.
Un abrazo Ligia :)

Muy pesado, un tocanarices nivel experto, jajaja.
Al Caribe no sé, la verdad es que mandarse así empaquetado no puede ser demasiado agradable.
Un beso Anita :)

Durrell dijo...

Se me escapó la carcajada jaja, espero que hayan cambiado las normas de correo, porque esto puede repetirse... XDDD

Besosss...

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