28 de septiembre de 2010


Las tapas, ese aperitivo tan español, surgieron a raiz de una anécdota protagonizada por Alfonso XIII de España, en una de sus visitas a Cadiz. Se cuenta que antes de regresar a palacio, el monarca se paró en una venta de la playa y pidió una copa de vino de Jerez, pero no se percató de que un remolino de viento amenazaba con llenar su vino de arena. Sin embargo, un camarero atento se precipitó a cubrirla con una loncha de jamón. Cuando el rey fue a dar un sorbo preguntó con sorpresa: "¿Qué es esto?" y el mozo le respondió: " Perdone su Majestad, le he puesto una tapa para que no entre arena en la copa". Se dice que el rey se comió el jamón y pidió que le sirvieran otra copa, pero con una "tapa" igual.


27 de septiembre de 2010

David Gray


David Gray no es muy conocido fuera de Inglaterra, aunque su álbum “White Ladder” obtuvo gran repercusión en 1999, sobre todo en Irlanda, gracias a los temas "This Years Love" y "Babylon". Ha sacado nueve discos, los tres primeros de escaso éxito. Su último disco se titula “Foundling” y salió este agosto.
Reconozco que le he escuchado poco, pero su canción “This years love” me encanta. De su nuevo disco he escuchado “Forgetting”, una canción que suena con muy poca fuerza para mi gusto. Claro que el factor de no entender muy bien el inglés le resta emotividad a sus letras, que por lo que he podido comprobar gracias al socorrido traductor online, son preciosas. Pura poesía.


25 de septiembre de 2010

Una voz en el desierto

El paisaje se transformó y fue entonces cuando fui consciente del cambio que iba a experimentar mi vida, aislado de la civilización en aquella isla remota. La extensión de plataneras fue quedando atrás mientras ascendíamos por una carretera llena de socavones y piedras que caían de las cumbres escarpadas. La vieja carretera arañaba la piedra vertical de un acantilado para internarse en sus entrañas. Pocos coches se atrevían a realizar aquel peligroso viaje, único camino que conducía al faro y al lugar que sería mi hogar los próximos seis meses. En algunos tramos de la sinuosa carretera el abismo se abría casi bajo mis pies y, en ocasiones, si la curva era muy cerrada, podía sentir el poder del precipicio tirando de mi estómago. Sin embargo no sentí miedo sino una emoción extraña, mitad alegría ante lo que me esperaba, mitad incertidumbre ante lo que iba a encontrar. Después de atravesar un oscuro túnel escarbado en la roca el sendero trazaba una suave bajada. El mar quedaba a mi derecha y pude ver por primera vez el faro y un valle, muy diferente a los que había dejado atrás. Sentí la desolación de aquel paraje moldeado por los vientos. Durante kilómetros lo único que vi fue la línea interminable de la desnuda y abrupta costa, el mar turbio y profundo, la pared de roca a mi izquierda, y a lo lejos, erguido frente a los elementos, el faro.

Al bajar del coche percibí el silencio insondable del lugar como si se tratara de un golpe, y temí haberme quedado sordo. Mis pasos sobre la gravilla y las gaviotas me devolvieron la sensación pérdida, pero no del todo. Al contemplar el lugar sentí que mi pecho se abría, el corazón me latía rápido y desacompasado.

Mi guía me ayudó a bajar las maletas del coche y nos dirigimos a la casa ubicada junto al faro. Hacía mucho que nadie la habitaba, y a pesar de que se había acondicionado para mi llegada, se percibía el abandono de las casas vacías. Cuando abrimos todas las ventanas el viento corrió por las estancias llevándose parte de ese abandono. La luz, el olor del mar y de la naturaleza fueron un bálsamo reparador.
Después de bajar las últimas provisiones mi guía se marchó. Me quedé solo, completamente solo por primera vez en mi vida. Fue una sensación extraña, que nunca antes había sentido, de vacío, vértigo y miedo; miedo a tener que convivir tan estrechamente conmigo mismo.
Aquella primera noche me venció el cansancio, dormí de un tirón y no soñé nada.

Mi primer día en la isla lo dediqué a recorrer el paraje cercano, tomando notas sobre la flora y fauna del lugar. El segundo día me arriesgué a ir en la motora hasta el islote donde se encontraban las focas monje, motivo principal de mi aventura. No me acerqué demasiado. Me limité a observarlas a una distancia prudencial, y ensimismado en mi análisis pasé casi toda la mañana en el mar. Cuando regresé, bien entrada la tarde, pude distinguir en el horizonte un bote que se alejaba. No pude ver quien lo ocupaba, pero durante toda la tarde no pude quitármelo de la cabeza.

Los primeros días de aislamiento pasaron rápido, y apenas sentí la soledad que me rodeaba. Casi todos los días salía con la motora a observar los delfines, o las focas, y al regresar a la pequeña cala veía alejarse aquel bote y a su misterioso ocupante. La curiosidad por saber quien era aquel esquivo visitante aumentaba cada día, y cuantos más días pasaba en el faro más urgente se volvía mi necesidad. Las noticias que me llegaban, gracias a la radio, me mantenían informado, me hacían sentir parte del mundo, pero a las pocas semanas de mi llegada empecé a echar en falta el calor humano, el sonido de una voz.
El guía que me había traído hasta allí regresó justo cuando se cumplían cuatro semanas y la despensa empezaba a vaciarse. Me trajo provisiones y conversación. Paseamos por la costa rocosa, tratando de mantenernos en pie a pesar del fuerte viento, y le hablé del extraño bote. Se echó a reír aliviando mis temores. Seguramente se trataba de un pescador que aprovechaba mi paseo para venir a pescar a la cala, o un ermitaño demasiado tímido para dejarse ver, me explicó, y me convencí.

La quietud de aquella tierra empezó a resultarme opresora cuando caía la tarde. A esas horas había acabado de trascribir mis informes y tenía toda la velada para mi solo. Llenar esas horas me resultaba desesperante. Había tanta calma flotando en el ambiente que la mayoría de las noches temía volverme loco. El arrullo de las olas lejos de serenarme me agobiaba. A pesar de lo cansado que me sentía la mayoría de los días no podía descansar bien. Era aquella quietud, aquella desesperante calma incrustándose en mi cerebro. Así que pasaba las noches en vela, y cuando conseguía pegar ojo era entrada la madrugada.

Una noche mis pasos me llevaron al viejo y fantasmal faro. Llevaba un candil pero su luz era insuficiente para penetrar aquella penumbra que se extendía por todas partes. Sólo estuve unos segundos, pues me sobrecogía aquel lugar. Aún así a la noche siguiente regresé. El viejo generador de gasolina que se usaba para alumbrar la estancia seguía allí y probé a encenderlo sin mucha convicción, pero para mi sorpresa aquel cacharro arrancó y las bombillas polvorientas se alumbraron con un chisporroteo. La luz me descubrió una estación de radioaficionado que había sido abandonada tiempo atrás. Jugando encendí la emisora y me mantuve a la escucha, girando la rueda para buscar una frecuencia fantasma, impresionado de que aquel cacharro pudiera funcionar. “Hola, ¿hay alguien ahí?”, dije, y aunque nadie contestó insistí con tanta impaciencia que yo mismo me sorprendí. Aquel juego duró unos minutos, durante los cuales yo repetía sin parar: “¿Hay alguien ahí?” Iba a tirar la toalla, cuando una voz distorsionada, algo robótica, resonó con fuerza desde el aparato.

—Aquí CM374, ¿con quién hablo?

Me quedé paralizado.

—Hola, aquí CM374, ¿con quién hablo?

Mi respiración se volvió pesada, jadeante, cuando logré arrancar de mi garganta la primera palabra que pronunciaba en horas: “Carlos”.

—¿Tienes licencia?

Titubeé antes de responder.

—Me temo que no, he llegado aquí por casualidad.

—¿Desde dónde trasmites?

—Desde un faro, un viejo faro abandonado.

El silencio se impuso de nuevo, y temí haber perdido a mi receptor.

—Es un lugar curioso —dijo al fin.

—Sí, y muy solitario.

Esas fueron las primeras e intrascendentes palabras de una conversación que se prolongaría horas. La primera de muchas conversaciones, porque noche tras noche regresaba al faro para hablar con aquel desconocido, CM374. Quizás fuera la soledad que me rodeaba, el insomnio que empezaba a consumir mi ánimo, pero aquella voz se convirtió en algo vital para mí. Poco a poco nuestras charlas se volvieron más profundas, pues él parecía sentirse tan solo como yo. Una noche empezamos una conversación que él tuvo que interrumpir. Había en su voz una oscuridad insondable, y entendí que sentía mucho dolor al hablar de aquello.

—Algún día te lo contaré—dijo entonces—, cuando nos veamos cara a cara.

No volvió. Durante las semanas siguientes le esperé inútilmente sin faltar un día. En ese tiempo seguí saliendo cada día al mar, refugiándome en el trabajo que me reconfortaba. Pero al llegar a la cala el desasosiego me atrapaba. El pescador huraño también había desaparecido sin rastro, lo que me hacía sentir más desamparado. Aquella extensión desierta empezó a parecerme una cárcel de la que no podía escapar. Estaba decidido abandonar aquel paraje para siempre cuando, regresando del islote de las focas, divisé un bote, el bote del pescador. Me esperaba en la arena, por primera vez. Según me aproximaba mi asombro crecía. Al saltar al agua pude fijarme mejor en el bote, pintado de blanco y rojo, con un nombre y unos números escritos en azul en una esquina del mismo: Carmen 374. Un hombre con el rostro curtido por el sol salió a mi encuentro extendiéndome una mano callosa y fuerte.

—Hola, soy José. Te debo una conversación —dijo, y me miró fijamente con una sonrisa.

Le estreché la mano fuertemente sonriendo con toda la extrañeza que sentía. Poniendo rostro por fin al propietario de aquella voz limpia y profunda que había sido un oasis en mi soledad.

22 de septiembre de 2010

No te vayas todavía... querido verano


Año tras año, cuando el verano se acaba, me siento algo triste. Es inevitable. Siempre me ha gustado esta estación, sinónimo de libertad y sol, y cuando se acaba me entristece porque siento que el otoño, con sus nubarrones y su oscuridad, se me echa encima. Con los años he dejado de tenerle tanta tirria a esa estación lánguida que es el otoño, y he sabido apreciar sus cosas. La electricidad de sus cielos, la intensidad de sus colores, la calidez de sus largas veladas. Pero no siempre fue así. La llegada del otoño significaba volver a la rutina después de muchos meses a la bartola. Volver al colegio, al instituto, a las obligaciones y a los deberes. Cambiar el jugar en la calle por estar sentada en un aula fría durante horas eternas. Me costaba adaptarme, coger el ritmo. No me gustaba el otoño.
Lo que menos me atraía de la estación otoñal, y no me atrae todavía, es su oscuridad. Cuando cambian la hora es como si me cambiaran por dentro, durante días estoy desubicada, con los ánimos revueltos. Los días son cortos, y las noches interminables. Y todo es oscuro y gris. Y eso me hace sentir triste y de mal humor.
Pero cuando me acostumbro, cuando mi cuerpo se acompasa al nuevo ritmo, la cosa mejora. Lo malo es que casi siempre coincide con la llegada del invierno.
Otra cosa que odiaba del otoño era la sensación de volver a empezar. Los fascículos coleccionables en los kioscos; los anuncios de gimnasios empapelando las paredes de la ciudad, alentándonos a deshacernos de nuestros excesos; la impresión de encerrar en un cajón la libertad disfrutada del verano, una sensación tan terrible como deshacer las maletas después de un viaje maravilloso...
Pero este volver a la normalidad también tenía sus cosas buenas. Recuerdo con nostalgia el olor de los libros nuevos que se amontonaban en la mesa del comedor al llegar el otoño. Era un olor especial y una emoción diferente disfrutar de aquellos libros nuevos; sentir la textura suave, flamante, luminosa de las hojas, y sumergirme en las palabras, y disfrutar con sus ilustraciones, o las fotos, porque había muchos mundos allí. Ventanas que me hablaban de personas de otros tiempos, de sucesos pasados, de números, de arte, de poesía, de muchas cosas. Los libros eran mi juguete ese día, y los disfrutaba.
Después encontré otras cosas que compensaban el trastorno que ocasionaba en mí la llegada del otoño. Empecé a mirar esta estación con otros ojos y encontré su belleza. Un cielo encapotado y amenazante puede ser la excusa perfecta para pasar una tarde calentita enrollada en la manta más abrigada viendo películas antiguas. El frío, afilado y húmedo tan característico de esta estación nos proporciona también muchas oportunidades, por ejemplo de estrenar la ropa de abrigo que nos compramos en las rebajas de verano porque estaba tirada de precio; sacar del cajón los calcetines, complemento indispensable para sobrevivir al otoño y a las gripes traicioneras que llegan con la vuelta a la rutina y las aglomeraciones en sitios cerrados y mal ventilados cuando llueve. Estrechar lazos familiares al facilitarnos la comunicación. El frío nos une en el sofá cuando no hay calefacción y caen goteras nuevamente; en la cocina cuando esperamos turno frente al microondas para calentarnos el nesquik, y en el botiquín cuando acudimos moqueantes a por la última pastilla efervescente que eliminará nuestro taladrante e insoportable dolor de cabeza.
Sí, hay cosas buenas en el otoño… para los pies fríos, calcetines hasta la rodilla, para las gargantas inflamadas, pastillas de chupar y bufandas de lana. Para las noches frías, edredones hasta las orejas y abrazos firmes. Para los charcos, botas de agua… Sí que hay cosas buenas. Los colores de los árboles. Una alfombra de hojas. La luz en algunos momentos del día, intensa y melodramática. El cambio gradual de la atmósfera tras una llovizna fuerte. El olor de la tierra y los árboles, y el sonido del trigo seco cuando el agua se evapora. El dibujo de las gotas en los cristales, y el vaho que sale de la boca cuando salimos a la calle. La sensación de tener las mejillas rojas por el frío, y el placer de dormir calentito con dos mantas encima. Y la sensación de estar protegido cuando hay una tormenta. Pero sobre todo la imagen como de otro tiempo de los castañeros, asando castañas. Una imagen que asocio instintivamente a la llegada del frío.

Feliz Otoño

20 de septiembre de 2010

Umbra

Umbra es un corto realmente intrigante, extraño. Hay un explorador, pero no sabemos dónde está, o qué es lo que ha venido hacer a ese lugar dominado por la sombra donde parece que nada tiene lógica, ni siquiera un principio, y mucho menos un final. Un lugar que... bueno será mejor que lo veas con tus propios ojos.

Umbra, un corto de Malcom Sutherland.


17 de septiembre de 2010


En 1683 el Imperio Otomano (actual Turquía), quiso invadir el Imperio Austrohúngaro, que en aquellos momentos era la puerta de entrada en Europa. Viena resistió un asedio larguísimo y finalmente los otomanos acabaron derrotados.
Para celebrar la victoria, el gremio de pasteleros de Viena quiso crear un pastel conmemorativo. Se convocó un concurso y el jurado escogió una pequeña pieza de brioche, en forma de media luna, símbolo del Imperio Otomano.
El nuevo pastel tuvo un éxito rotundo en toda Europa, sobre todo en Francia, donde enseguida lo llamaron “Lune Croissant” (Luna Creciente), pero como el nombre era demasiado largo, se quedó en “Croissant”.

13 de septiembre de 2010

Bright Star

Título Original: Bright Star
Año: 2009
Duración: 119 min.
País: Reino Unido
Director: Jane Campion
Guión: Jane Campion
Música: Marc Bradshaw
Fotografía: Greig Fraser
Reparto: Ben Whishaw, Abbie Cornish, Paul Schneider, Thomas Sangster
Productora: Coproducción GB-USA-Australia-Francia
Premios 2009: Oscar: Nominada al mejor vestuario
Género: Romance.
Sinopsis:
Londres, 1818. Una relación secreta comienza entre el joven poeta inglés de 23 años, John Keats (Ben Whishaw), y su vecina, Fanny Brawne (Abbie Cornish), una extrovertida y elegante estudiante. La atípica pareja empieza mal, él viéndola a ella como una frívola impertinente, y ella en absoluto impresionada no sólo por su poesía, sino por la literatura en general. Sin embargo, cuando Fanny descubre que Keats está cuidando de su hermano menor, gravemente enfermo, se ve conmovida y le pide entonces que le enseñe cosas sobre la poesía, a lo que él accede. La poesía se convierte así en un remedio romántico que funciona no sólo para resolver sus diferencias, sino como combustible de un apasionado romance. Cuando la alarmada madre de Fanny y el mejor amigo de Keats descubren la relación, ésta ya es imparable. Intensamente y sin remedio, absortos el uno en el otro, los jóvenes amantes se ven llevados por poderosas y nuevas sensaciones.


Algo bello es un goce perpetuo. Palabras que contienen la esencia de la película. Una película simplemente bella, sosegada, luminosa. Con momentos perfectos y evocadores. Encuadres llenos de luz y poesía gracias a una preciosa fotografía, quizás lo más destacable de la película junto a su extraordinario diseño de vestuario y una banda sonora delicada y ligera. Una película que, a pesar de su duración, se desliza suavemente sin hacer mucho ruido, de forma sutil y reposada. Una historia de primeros amores.



Aunque me gustó, sobre todo por las maravillosas imágenes, la historia que narra Jane Campion es demasiado contemplativa y no traspasa. Demasiado contenida. Aunque en la sinopsis ponga a Keats como protagonista, la verdadera protagonista es ella, la apasionada y vital Fanny Brawne, a la que da vida la actriz neozolandesa Abbie Cornish. De ella conocemos sus anhelos, su deseo, su necesidad sin límites, su rebeldía, mientras que él se muestra más lejano, sus sentimientos menos expuestos, menos visibles. Él es el poeta pero ella es la poesía. Por eso, por toda la sutileza que se derrama en cada fotograma, esta es una película que sólo sabrán apreciar aquellos que sientan su sensibilidad a flor de piel; aquellos que valoren silencios y miradas, puestas de sol y estrellas fugaces, campos bañados por la luz del atardecer, mariposas atrapadas en tarros de cristal, cortinas ligeras mecidas por el viento, manos que se buscan, que se encuentran, que se detienen en pliegues, que disfrutan de las texturas de la vida, de sus contornos, de sus aristas. Porque esta es una película tan llena de romanticismo que no se puede hablar de otra cosa. No hay otra cosa. Tal vez eso sea suficiente para compensar su ritmo lento, de abstracción, o tal vez no.



Personalmente creo que hay tanta perfección en las imágenes que la historia se queda en un segundo plano; la directora se deleita tanto en la belleza que se aleja de las pasiones de los protagonistas y estos se quedan descolgados. No se llega a profundizar del todo en su relación, porque Campion se contenta con ofrecernos fragmentos dispersos sin profundizar en ellos. Esto juega en contra de su protagonista, interpretado por Ben Whishaw, que como dije más atrás se ve distante, en un papel no demasiado consistente. En ese sentido el papel de Mr. Brown, interpretado por Paul Scheneider, tiene muchos más matices. Es un personaje que se aleja mucho de mi concepto de atrayente, de hecho su personaje es bastante odioso, pero es el contrapunto necesario a la protagonista, y quien da sabor a esta película algo sosa. También me gustó mucho, por la ternura de su papel, la niña Margaret “Toots”.
Esta es una película de detalles, de silencios, de esperas, de amor y dolor, de distancia y pérdida. Una película que ofrece muchas cosas, y aunque su excesiva formalidad empaña su brillo la recomiendo a todos los que aman el romanticismo y la poesía.


11 de septiembre de 2010


Un gran problema del Siglo XVIII era la muerte por escorbuto en los barcos que pasaban largo tiempo navegando en alta mar, hecho que preocupaba y al que querían encontrar una solución. Fue un joven cocinero francés, Nicolás Appert, quien comenzó a experimentar y observar que los alimentos hervidos a más de 80ºC y sin estar expuestos al aire, duraban más tiempo sin echarse a perder. A partir de esta observación se comenzaron a envasar alimentos en recipientes, sin aire, que luego eran esterilizados a temperaturas que eliminaban bacterias, microorganismos, etc., haciéndolos duraderos, sabrosos y alimenticios. Esta forma de conservación fue realizada en forma industrial en los comienzos del Siglo XIX. Nicolás Appert abrió una industria en Massy en 1812, realizando el envasado en frascos de vidrio cerrados con corchos y esterilizados a 100ºC a baño María por varias horas. Hacia mediados del S. XVIII, se logró elevar la temperatura y reducir el tiempo, por consiguiente elevar la producción. El envase de hojalata fue un invento de un inglés llamado Peter Durand, el cual lo patentó en 1810. José Colin (en algunos lugares figura como Joseph Collins), en 1820 montó una fábrica en Nantes y se dedicó a producir y envasar sardinas fritas y luego conservadas en aceite, llegando a tener una producción de más de 10.000 botes al día, de ahí el dicho, hasta muy entrado el siglo XX, de envasados al estilo de Nantes. La fábrica de Nantes fue convertida en museo por la casa Amieux pero fue destruida en 1943 en un bombardeo aéreo de la II Guerra Mundial.


Mas curiosidades sobre las latas:


El abrelatas fue inventado 44 años después de la aparición de las primeras latas de conservas, por lo que hasta ese momento se utilizaban todo tipo de instrumentos para abrirlas. Los soldados británicos de aquella época abrían sus latas con bayonetas, navajas, e incluso con disparos de fusil.

Antiguamente las latas de espárragos blancos usaban estaño para la soldadura de juntas y en la composición de la lata. El líquido de gobierno ( como se conoce al caldo donde vienen sumergidos) atacaba el estaño y se formaba cloruro de estaño, óxido de estaño y otros compuestos de estaño. Al oxidase antes el estaño que el espárrago aumentaba notablemente su periodo de conservación, otorgándole un sabor especial al espárrago. Cuando las latas empezaron a barnizarse por dentro surgió el problema de la oxidación del espárrago. A partir de ese momento se incluyeron sales de estaño en la composición del líquido de gobierno del envasado de espárragos.


En el siglo XIX Napoleón Bonaparte se encontraba en la campaña de Rusia cuando una hambruna diezmó las tropas de Napoleón debido a la dificultad de hacer llegar víveres a zonas tan lejanas, esto hizo que Napoleón ofreciese una recompensa de 12.000 francos a aquel que hallase “un método para mantener los alimentos largo tiempo y en buen estado”. Nicolás Appert un investigador francés al que se le otorgó el título de “Benefactor de la Humanidad” halló en 1803 un método para conservar alimentos por calor en recipientes herméticamente cerrados, consiguiendo con esto la recompensa de los 12.000 francos.


En un principio las latas se sellaban con soldadura de plomo, material de alta toxicidad. Famoso fue el caso de la expedición ártica de John Franklin en la que la tripulación fue víctima de envenenamiento, después de consumir alimentos enlatados durante tres años.


En 1900 se produjeron tan sólo en Estados Unidos más de 700 millones de latas. George Orwell definió la lata de conserva como un arma más mortífera que una ametralladora. Según este escritor inglés, sin esta invención no se habría podido llevar a cabo la Primera Guerra Mundial.

Andy Warhol convirtió la lata de conserva en un objeto de arte. En los años 60, este artista de arte pop pintó todas las 32 clases de latas de sopa marca Campbell´s. Sobre todo en Estados Unidos la lata se volvió la esencia del consumo americano. Era más confiable la verdura en tarro que la fresca del jardín.



8 de septiembre de 2010

SALA
DE
LECTURA







n El viejo y el mar - Ernest Hemingway









En un pequeño pueblo costero, un viejo pescador hace ya mucho tiempo que intenta en vano capturar un enorme pez. Un día se hace a la mar y, tras mucho esfuerzo, consigue que éste pique su cebo. Pero cuando se dispone a arrastrarlo a puerto, se desata una colosal lucha contra los hambrientos tiburones que pretenden devorarlo. Durante la gran pugna, el anciano descubre la admiración que siente por ese pez que ha sido su mayor desafio. Una parte del alma del pescador desaparecerá con su presa bajo las dentelladas de los depredadores.


Hace años que tengo este libro en casa, pero hasta ahora no lo había leído. Nunca me había llamado la atención, quizás porque es muy finito y pasaba desapercibido en la estantería de mi habitación. Pero hace unas semanas buscando una lectura rápida y ligera para el verano me topé con este librito azul celeste que tantas veces había pasado por alto, y decidí que ya era hora de sumergirme en sus páginas. Nunca hasta ese momento había leído nada de Hemingway y tenía mucha curiosidad. Lo leí muy rápido, pues tiene unas 145 páginas que se leen muy fácilmente. La historia te arrastra casi tan literalmente como el viejo a su captura a través del mar; te arrastra y no te suelta. Aunque hay algunos momentos repetitivos, quizás aburridos para los impacientes, el libro me gustó mucho. Y más cuando pasando los días esta historia del viejo cubano sin suerte y su gran pez no se iba de mi cabeza. Es sorprendente, o al menos a mi me parece una cosa excepcional lo que me ha pasado con este librito. Porque la historia no es nada del otro mundo, no está contada con afectación, palabras altisonantes, descripciones excesivas, es una historia sencilla, de un hombre luchando a brazo partido contra un gran pez, y sin embargo cuantas cosas hay en él; cuantas lecturas se pueden sacar entre líneas. Es una historia que te hace pensar, que te llega al corazón, y por eso entiendo que consiguiera convertirse en un clásico imprescindible. Hemingway y su manera de narrar, tan contundente, me han conquistado.
Él mismo llegó a decir que el secreto de su éxito residía en no saber escribir. Quizás por eso se distanciaba tanto de sus coetáneos. Se inició en el oficio escribiendo crónicas para periódicos, y ese estilo aséptico y directo es el que siempre emplearía en sus textos. Hemingway admiraba a Sherwood Anderson, quien tendría gran influencia en su manera de narrar. Sherwood dominaba el arte del relato breve y Hemingway encauzó su carrera hacía ese estilo breve y sobrio, evitando caer en circunloquios; algo que le enervaba.
Fue en 1935, mientras pescaba en las aguas de Cuba, cuando conoció la anécdota que luego sería la base de “El viejo y el mar”, pero no fue hasta 1951 cuando la escribiría. La novela se publicó en 1952, primero en la revista Life, y más tarde en forma de libro, consiguiendo desde el principio buenas críticas y muchos lectores.
Yo me quedo con una frase que resume el mensaje del libro:

“El hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.


Imagen: Quint Buthholz
Viñeta: Quino

5 de septiembre de 2010

Un corto de cine

35 películas se esconden en 35 mm, un corto de Pascal Monaco. A pesar de que he estado muy atenta yo no he logrado verlas todas.

¿Y tú, cuántas ves?


2 de septiembre de 2010

Origen

Título Original: Inception
Director: Christopher Nolan
Guión: Christopher Nolan
Música: Hans Zimmer
Fotografía: Wally Pfister
Reparto: Leonardo DiCaprio, Ken Watanabe, Joseph Gordon-Levitt, Marion Cotillard, Ellen Page, Tom Hardy, Cillian Murphy, Tom Berenger, Michael Caine, Dileep Rao, Lukas Haas, Pete Postlethwaite
Productora: Warner Bros. Pictures / Legendary Pictures / Syncopy Production
Género: Ciencia ficción.
Año: 2010
Duración: 148 min.
País: EEUU
Sinopsis:
Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) es un hábil ladrón, el mejor en el peligroso arte de la extracción: el robo de valiosos secretos desde la profundidad del subconsciente durante el sueño, momento en que la mente es más vulnerable. La excepcional capacidad de Cobb le ha permitido llegar a ser un codiciado jugador en este nuevo mundo de espionaje corporativo, pero también le ha convertido en un fugitivo internacional y le ha hecho perder todo lo que le importaba.
Ahora se le ofrece la oportunidad de redimirse. Un último trabajo podría devolverle su vida anterior si logra lo imposible. En lugar del robo perfecto, Cobb y su equipo de especialistas tienen que invertir la operación; su trabajo no consiste en robar una idea, sino en colocar una. Si tienen éxito, podría ser el crimen perfecto.
No obstante, ni su cuidadosa planificación ni su experiencia puede preparar al equipo para el peligroso enemigo que parece conocer de antemano cada uno de sus movimientos. Un enemigo que sólo Cobb podría prevenir.


Hace unas semanas vi Origen, la última película de Cristopher Nolan y Leonardo DiCaprio. He dejado pasar unos días para que mi mente asimilara lo que acababa de ver, pero ni por esas. No me da pudor confesar que no entendí demasiado, que anduve algo perdida en algunos — ¡muchos!— de los minutos que duró la película. Quizás es que estaba un poco empanada en el momento en que la vi, que todo puede ser, pero el caso es que ni mucho menos me pareció la maravilla que dicen que es. Dentro de su género destaca, no se puede negar. Pero sin embargo a mi personalmente no me ha llenado demasiado, quizás es que tenía altas expectativas porque había leído muy buenas críticas. Aún así debo aclarar que no es del estilo de películas que yo suelo ver, al menos últimamente, y que aunque mis gustos no se decantan hacia este estilo de cine disfrute la película, sobre todo de los impresionantes efectos especiales que te dejan sin respiración.



Y es que para ver Origen debes tener la precaución de tomarte una pastilla para el mareo si no quieres acabar dando más vueltas que un piojo. La trama es un laberinto de varios niveles que van intercalándose entre si y que hacen que por segundos una angustiosa sensación de asfixia nos invada. Es inevitable sentirse algo oprimida ya que dentro de esos niveles todo está planificado hasta el milímetro. Nunca sabemos a ciencia cierta si lo que vemos es un sueño, o es realidad, o si se mezclan ambas cosas. Es agotadora y te estresa. Es decir, es una de esas películas en la que parece que tienes que ir tomando apuntes para no quedar como una tonta si alguien te pregunta a la salida del cine si has entendido algo de lo que acabas de ver. Bloc de notas y ojos bien abiertos para que no se te escape ningún detalle oculto o implícito. Sinceramente no es el plan que yo busco cuando voy al cine. Sinceramente cine, CINE, así en mayúsculas es otra cosa. Esto es espectáculo, un espectáculo muy ruidoso, con imágenes realmente sorprendentes, muy surrealistas, inmejorables, pero sinceramente no es CINE. Lo siento por los críticos que la ponen por las nubes, no estoy nada de acuerdo. Tal vez cuando vuelva a verla y vea cosas que se me pasaron por alto cambie de idea, o me de cuanta que es una película con fondo y trasfondo, pero por el momento sigo opinando que tras la explosión de efectos especiales hay poca chicha. Creo que una de las cosas que van en contra de la película es su duración, demasiado extensa. Su densidad hace que sea desesperante, sobre todo en su parte final con ese coche cayendo al vacío durante unos minutos interminables.



En cuanto a las interpretaciones poco que decir. Leonardo me parece un actor muy bueno, pero aquí está algo plano. Marion Cotillard hace un papel difícil que repele, al menos a mi me molestaba verla cada vez que aparecía. Joseph Gordon Levitt hace lo que puede, pero tampoco se luce demasiado. En realidad ninguno de los personajes, a excepción del de Leonardo, está desarrollado, y es por esto que no tienen interés ni sus acciones en la pantalla transcendencia.
Es conclusión me resultó una película confusa y muy enrevesada.