Año tras año, cuando el verano se acaba, me siento algo triste. Es inevitable. Siempre me ha gustado esta estación, sinónimo de libertad y sol, y cuando se acaba me entristece porque siento que el otoño, con sus nubarrones y su oscuridad, se me echa encima. Con los años he dejado de tenerle tanta tirria a esa estación lánguida que es el otoño, y he sabido apreciar sus cosas. La electricidad de sus cielos, la intensidad de sus colores, la calidez de sus largas veladas. Pero no siempre fue así. La llegada del otoño significaba volver a la rutina después de muchos meses a la bartola. Volver al colegio, al instituto, a las obligaciones y a los deberes. Cambiar el jugar en la calle por estar sentada en un aula fría durante horas eternas. Me costaba adaptarme, coger el ritmo. No me gustaba el otoño.
Lo que menos me atraía de la estación otoñal, y no me atrae todavía, es su oscuridad. Cuando cambian la hora es como si me cambiaran por dentro, durante días estoy desubicada, con los ánimos revueltos. Los días son cortos, y las noches interminables. Y todo es oscuro y gris. Y eso me hace sentir triste y de mal humor.
Pero cuando me acostumbro, cuando mi cuerpo se acompasa al nuevo ritmo, la cosa mejora. Lo malo es que casi siempre coincide con la llegada del invierno.
Lo que menos me atraía de la estación otoñal, y no me atrae todavía, es su oscuridad. Cuando cambian la hora es como si me cambiaran por dentro, durante días estoy desubicada, con los ánimos revueltos. Los días son cortos, y las noches interminables. Y todo es oscuro y gris. Y eso me hace sentir triste y de mal humor.
Pero cuando me acostumbro, cuando mi cuerpo se acompasa al nuevo ritmo, la cosa mejora. Lo malo es que casi siempre coincide con la llegada del invierno.
Otra cosa que odiaba del otoño era la sensación de volver a empezar. Los fascículos coleccionables en los kioscos; los anuncios de gimnasios empapelando las paredes de la ciudad, alentándonos a deshacernos de nuestros excesos; la impresión de encerrar en un cajón la libertad disfrutada del verano, una sensación tan terrible como deshacer las maletas después de un viaje maravilloso...
Pero este volver a la normalidad también tenía sus cosas buenas. Recuerdo con nostalgia el olor de los libros nuevos que se amontonaban en la mesa del comedor al llegar el otoño. Era un olor especial y una emoción diferente disfrutar de aquellos libros nuevos; sentir la textura suave, flamante, luminosa de las hojas, y sumergirme en las palabras, y disfrutar con sus ilustraciones, o las fotos, porque había muchos mundos allí. Ventanas que me hablaban de personas de otros tiempos, de sucesos pasados, de números, de arte, de poesía, de muchas cosas. Los libros eran mi juguete ese día, y los disfrutaba.
Después encontré otras cosas que compensaban el trastorno que ocasionaba en mí la llegada del otoño. Empecé a mirar esta estación con otros ojos y encontré su belleza. Un cielo encapotado y amenazante puede ser la excusa perfecta para pasar una tarde calentita enrollada en la manta más abrigada viendo películas antiguas. El frío, afilado y húmedo tan característico de esta estación nos proporciona también muchas oportunidades, por ejemplo de estrenar la ropa de abrigo que nos compramos en las rebajas de verano porque estaba tirada de precio; sacar del cajón los calcetines, complemento indispensable para sobrevivir al otoño y a las gripes traicioneras que llegan con la vuelta a la rutina y las aglomeraciones en sitios cerrados y mal ventilados cuando llueve. Estrechar lazos familiares al facilitarnos la comunicación. El frío nos une en el sofá cuando no hay calefacción y caen goteras nuevamente; en la cocina cuando esperamos turno frente al microondas para calentarnos el nesquik, y en el botiquín cuando acudimos moqueantes a por la última pastilla efervescente que eliminará nuestro taladrante e insoportable dolor de cabeza.
Sí, hay cosas buenas en el otoño… para los pies fríos, calcetines hasta la rodilla, para las gargantas inflamadas, pastillas de chupar y bufandas de lana. Para las noches frías, edredones hasta las orejas y abrazos firmes. Para los charcos, botas de agua… Sí que hay cosas buenas. Los colores de los árboles. Una alfombra de hojas. La luz en algunos momentos del día, intensa y melodramática. El cambio gradual de la atmósfera tras una llovizna fuerte. El olor de la tierra y los árboles, y el sonido del trigo seco cuando el agua se evapora. El dibujo de las gotas en los cristales, y el vaho que sale de la boca cuando salimos a la calle. La sensación de tener las mejillas rojas por el frío, y el placer de dormir calentito con dos mantas encima. Y la sensación de estar protegido cuando hay una tormenta. Pero sobre todo la imagen como de otro tiempo de los castañeros, asando castañas. Una imagen que asocio instintivamente a la llegada del frío.
Pero este volver a la normalidad también tenía sus cosas buenas. Recuerdo con nostalgia el olor de los libros nuevos que se amontonaban en la mesa del comedor al llegar el otoño. Era un olor especial y una emoción diferente disfrutar de aquellos libros nuevos; sentir la textura suave, flamante, luminosa de las hojas, y sumergirme en las palabras, y disfrutar con sus ilustraciones, o las fotos, porque había muchos mundos allí. Ventanas que me hablaban de personas de otros tiempos, de sucesos pasados, de números, de arte, de poesía, de muchas cosas. Los libros eran mi juguete ese día, y los disfrutaba.
Después encontré otras cosas que compensaban el trastorno que ocasionaba en mí la llegada del otoño. Empecé a mirar esta estación con otros ojos y encontré su belleza. Un cielo encapotado y amenazante puede ser la excusa perfecta para pasar una tarde calentita enrollada en la manta más abrigada viendo películas antiguas. El frío, afilado y húmedo tan característico de esta estación nos proporciona también muchas oportunidades, por ejemplo de estrenar la ropa de abrigo que nos compramos en las rebajas de verano porque estaba tirada de precio; sacar del cajón los calcetines, complemento indispensable para sobrevivir al otoño y a las gripes traicioneras que llegan con la vuelta a la rutina y las aglomeraciones en sitios cerrados y mal ventilados cuando llueve. Estrechar lazos familiares al facilitarnos la comunicación. El frío nos une en el sofá cuando no hay calefacción y caen goteras nuevamente; en la cocina cuando esperamos turno frente al microondas para calentarnos el nesquik, y en el botiquín cuando acudimos moqueantes a por la última pastilla efervescente que eliminará nuestro taladrante e insoportable dolor de cabeza.
Sí, hay cosas buenas en el otoño… para los pies fríos, calcetines hasta la rodilla, para las gargantas inflamadas, pastillas de chupar y bufandas de lana. Para las noches frías, edredones hasta las orejas y abrazos firmes. Para los charcos, botas de agua… Sí que hay cosas buenas. Los colores de los árboles. Una alfombra de hojas. La luz en algunos momentos del día, intensa y melodramática. El cambio gradual de la atmósfera tras una llovizna fuerte. El olor de la tierra y los árboles, y el sonido del trigo seco cuando el agua se evapora. El dibujo de las gotas en los cristales, y el vaho que sale de la boca cuando salimos a la calle. La sensación de tener las mejillas rojas por el frío, y el placer de dormir calentito con dos mantas encima. Y la sensación de estar protegido cuando hay una tormenta. Pero sobre todo la imagen como de otro tiempo de los castañeros, asando castañas. Una imagen que asocio instintivamente a la llegada del frío.
Feliz Otoño
Leyendo lo que has escrito, Raquel, da la sensación que más que disgustarte el otoño te atrae.
ResponderEliminarYo hace mucho tiempo que me enamoré de esa estación al verla una tarde en el parque con tantas hojas en el pelo. Caminando, olía sus troncos y escuchaba lo que a mi paraguas la fragante lluvia le iba contando.
Y es que no sé tú, Raquel, pero yo abrazo mucho mejor bajo un paraguas.
Bonito tema escogiste.
Un abrazo ¡huy, qué lastima...! se me olvidó.
Zhivago
Tengo una relación amor-odio con el otoño. Será porque todas las cosas que nos disgustan un poco y nos acaban atrayendo de una forma u otra. Me gustan algunas cosas de esta estación pero otras las odio. Necesito el sol, la luz, y en estos meses excasea. Ahora mismo esta muy nublado, llueve, no sé ve nada por la ventana.
ResponderEliminarLa verdad es que se me pasó lo de los paraguas. Qué artilugio más romántico :)
Un abrazo, aunque no sea bajo un paraguas.
Esta tarde ha caído una buena por donde yo vivo, y también me da como una tristeza pensar que se está yendo el verano. Me ha encantado el post, lleno de sentimientos y recuerdos, evocando hasta los olores. Abrazos
ResponderEliminar"No te vayas, verano" pero se fue, no hizo caso y nos trajo su frío y su lluvia (menuda cayó ayer) pero como dices no todo es malo con la llegada del Otoño, porque sinceramente me parece una estación muy romántica, además el frío une, ¿no? aunque solo sea para entrar en calor es una oportunidad de estrechar lazos mientras se pisan las hojas secas que caen de los árboles. Creo yo que esta también es una época inspiradora, es bonito hablar sobre el Otoño, bonito como lo que has escrito.
ResponderEliminarBesos
:)
Qué fantástica la fotografía otoñal que has escogido, preciosa Raquel !!!
ResponderEliminarTe diré. A mi me encantan las cuatro estaciones, pero me molesta bastante que en Madrid sólo tenemos dos, " seis meses de invierno y seis de infierno". Aquí no sabemos lo que son rebecas, pareos y manoletinas. Ayer sin ir más lejos tuve una manoletinas preciosas en mis manos y me dije "para qué comprarlas, si sólo podré lucirlas cuatro días".
En fin, tal vez esta tarde me las compre. Pero esa carencia de otóño y primavera, me entristece bastante.
Besotísimos otoñales
Lo que es por mi zona, el verano no dio señales de vida, siempre ese plata, cuando salía un día azul y luminoso decías, qué bien, ya empieza y nada otras dos semanas de grises. Así que no nos ha cogido por aquí de sorpresa el otoño, salvo en que sí se ven más hojas caídas.
ResponderEliminarExcelentes artículos Raquel.
Abrazos
Pues me encanta el otoño...como a ti aunque lo disimules.
ResponderEliminarEl cole, los calcetines, las escapadas por los bosques en busca de setas o caracoles o nada...las hojas que caen en una alfombra nueva...las peleas de chicos...la lluvia al fondo...una delicia.
Un fuerte abarzo.
Gracias Ligia. A mi es lo que me pasa cuando se acerca el verano, me evoca recuerdos del pasado, olores, vivencias; el otoño me pone un poco nostálgica.
ResponderEliminarUn beso grande.
Sí, es verdad, el otoño es una estación que une, y como dices es un momento romántico, hya una atmósfera especial. Pero sobre todo es inspirador.
Gracias Anita, un beso :)
La verdad es que aqui, en Tenerife, no es que el cambio sea muy radical. Las temperaturas son siempre cálidas, no llega a hacer frío de verdad, pero en La Laguna, mi ciudad, si que se nota un poco más el otoño, el fresco, el sereno, el frío mañanero. Tiene que ser duro vivir seis meses de frío y seis de calor intenso, la verdad.
Un beso grande.
Gracias Miguel. En La Laguna tampoco es que el tiempo sea una maravilla, pero hemos tenido un verano muy bueno; cielos despejados, azules, y una temperatura agradable. En verano si que es una gozada vivir aqui.
Un beso y de nuevo gracias por tu cometario.
Ejem Prometeo, se me nota demasiado ¿no? Me gusta un poco, algunas cosas, otras no. Pero creo que con los años las cosas que me gustan pesan cada vez más en mi balanza. Los calcetines, los caracoles :), el sonido de la lluvia...
Un fuerte abrazo.