28 de noviembre de 2016



El 5 de enero de 1791 un joven de la escuela militar patinaba sobre el hielo junto con otros compañeros en el foso helado que circundaba el fuerte de Auxone. Cuando eran las cinco en punto de la tarde, el joven se quitó los patines mientras sus compañeros, que seguían patinando, le invitaban a continuar.
-No, son las cinco y me voy.
Así lo hizo, mientras el resto siguió patinando. Entonces, el hielo se rompió y los patinadores se ahogaron sin que nada pudiera hacerse por salvarles. El joven que había dejado de patinar unos momentos antes no era otro que Napoleón Bonaparte.

19 de noviembre de 2016



Las cuevas de Waitomo están situadas bajo las colinas de Waitomo, en Nueva Zelanda, donde yace un laberinto de cuevas, simas y ríos subterráneos. El nombre de la zona proviene de las palabras maoríes "wai" (agua) y "tomo" (hoyo).


Estas cuevas que son de roca calcárea se originaron por la presión que ejercieron las corrientes subterráneas sobre la piedra caliza blanda durante miles de años. Su principal particularidad es la existencia de un gusano luminoso en el techo de las mismas, que le da al lugar una apariencia impresionante, como si fuera una pequeña galaxia de luciérnagas.



Así mismo,  del techo  al suelo se pueden contemplar impresionantes estalactitas y estalagmitas de rocas estratificadas, formadas por el goteo del agua durante siglos.



El gusano luminoso es la larva del insecto Arachnocampa luminosa, el cuál emite una luz brillante con la que atrae su presa acercándola a un hilo mucoso en el que el insecto atraído queda pegado con lo que el gusano retira el hilo y coge a su presa.



La primera exploración de la cueva de los gusanos (cueva de Aranui) se realizó en 1887 por Tane Tinorau, jefe maorí local y Fred Mace, topógrafo inglés. En 1888 la gruta fue abierta al público por Tinorau. En 1906 la gruta fue adquirida por el gobierno que la devolvió a sus antiguos dueños en 1989.




Hoy en día la forma más fácil de conocer las cuevas es a través de un tour a pie o en bote. 



16 de noviembre de 2016



James Dean  personificó el lema “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”.  Su trágica muerte en un accidente de coche el 30 de septiembre de 1955 sesgó una carrera prometedora, pero hizo catapultar su fama hasta convertirle en un mito.
A James le gustaba la velocidad, y estaba obsesionado con las carreras de coches. Con su primer descapotable compitió en varias de ellas alcanzando  notorios resultados, siempre entre los cuatro primeros.
Fue durante el rodaje de Gigantes (1955) cuando adquirió el famoso Porsche Spyder 550, al que bautizó como “Little Bastard”. En realidad, ese no era el coche que él deseaba. James había encargado un Lotus MK X, pero debido a un retraso en la entrega, y a su impaciencia por regresar a la competición,  se quedó con aquel coche mientras tanto.

Las heridas que sufrió James Dean eran mortales, murió de camino al War Memorial Hospital.

El Spyder era un vehículo de aluminio, que apenas pesaba 600 kilos y podía alcanzar sin dificultad los 220 kilómetros por hora.
Nueve días antes de su muerte, James estrenó el coche y dos días más tarde coincidió con el actor Alec Guinness en un restaurante. Por extraño que parezca, fue él quien predijo su triste final. Cuando James le enseñó su nueva adquisición, Alec le dijo: "Si conduces ese coche que tienes, pintado de ese color, será invisible para otros conductores. Refleja demasiado los rayos del sol... de lejos puede no verse. Si lo conduces, morirás en una semana". Eso fue exactamente lo que sucedió.

Alec Guinnes coincidió con James Dean en un restaurante. Al ver el nuevo coche del actor hizo una predicción que se cumplió; el joven Dean moriría en una semana.

El 30 de septiembre James se dirigía hacia Paso de Robles, en Salinas, California, junto a su mecánico, Rolf Wütherich, pues iba a competir  en una carrera. Con ellos viajaban su amigo Bill Hickman conduciendo la ranchera que remolcaba el Porsche 550, y el fotógrafo Sandford Roth. James decidió bajarse de la ranchera para conducir el Little Bastard; según dijo, para familiarizarse con su conducción antes de la competición.  Rolf subió con él.

Tras el accidente los restos del coche fueron vendidos por piezas. Todos aquellos que las compraron  sufrieron una desgracia tras otra, lo que dio pie a creer que el "Little Bastard" estaba maldito.
A pesar de la advertencia de un policía de tráfico que les paró por exceso de velocidad dos horas antes del siniestro, James apenas levantó el pie del acelerador hasta el cruce de la Ruta 41 con la 466, donde le cortó el paso un Ford Custom Tudor,  conducido por Donald Turnupspeed. El choque fue inevitable.  El Porsche, que en aquel momento iba a una velocidad de 89 kilómetros por hora, no pudo frenar y se estrelló contra un poste quedando convertido en un amasijo de metal. El actor murió camino del hospital; Rolf Wuetherich salió disparado del Spyder y sufrió varias lesiones, pero ninguna de gravedad.

El Ford Tudor con el que chocó el Porche 550 Spyder. A la derecha el estado en el que quedó el "Little Bastard"

Minutos después, Donald Turnupseed, quien sólo tenía heridas leves,  declaró a la policía no haber visto el Porsche Spyder 550, pues al ser un vehículo muy bajo y de color gris parecía haberse mimetizado con el asfalto.


7 de noviembre de 2016



Algunas crónicas cuentan que Oscar Wilde estaba convencido de que, en un gran número de ocasiones, la gente no escuchaba cuando se les hablaba, por lo que para demostrarlo explicaba a sus conocidos la anécdota que le ocurrió el día que tuvo que asistir a una importante fiesta a la que llegó tarde.
Para justificar su tardanza ante la anfitriona, Wilde puso como excusa que se había demorado debido a que ‘había tenido que enterrar a una tía suya a la que acababa de matar’.
La dama sin inmutarse contestó al escritor irlandés:

«No se preocupe usted. Lo importante es que haya venido»

6 de noviembre de 2016

Tal como éramos (1973) "El manual de instrucciones, por favor"

En Tal como éramos la pareja protagonista vive un romance intenso,  principalmente por el carácter de Katie (Barbra Streisand)  y por sus ideales políticos. Ella es vehemente, dramática, explosiva, idealista, reivindicativa e incapaz de disfrutar de nada; continua y perpetuamente insatisfecha.
Él, Hubbel (Robert Redford) es todo lo contrario. Deportista, escritor sin confianza en sí mismo, un guaperas con una vida fácil, despreocupado, frío, y demasiado  cauto. 
Por alguna razón estos dos opuestos se atraen, aunque saben que es una relación condenada al fracaso. 




Tenía muchas ganas de ver  esta película, de la que había oído hablar por su canción original, The way we were, la cual, junto a la banda sonora, a cargo de Madvin Hamlisch, ganó un Oscar en 1973. En total la película alcanzó nada menos que seis nominaciones a los Oscar, y entre los premios que consiguió a nivel general destacan un Globo de Oro en 1974 a la mejor canción y un Grammy en 1975.

Sidney Pollack, Barbra Streisand y Robert Redford 



EsEs indudable que tanto la música como la fotografía son preciosas. La ambientación, que abarca desde los años 30 hasta los años 60, está bastante lograda. Ellos están entregados, sobre todo Barbra. Su personaje requería ese punto de sobreactuación y contradicción. Robert parece más palo, menos expresivo, quizás porque nunca estuvo convencido de participar en la película. Redford consideraba que su personaje en el guión de Laurents era un simple títere sin personalidad. Así que la negativa inicial de del actor hizo que se barajaran otros nombres para el personaje de Hubbel. Se pensó en  Ryan O´Neal, pero Sidney Pollack, el director de la cinta y amigo íntimo del Robert Redford, insistió y logró convencerle para que lo interpretara pues no quería a otro para el papel. Aún así se nota cierta incomodidad por parte de Redford, como si en el fondo no terminara de conectar con su personaje.



La verdad es que a mí la película se me hizo larga… un eufemismo para no decir que más bien me ha parecido aburrida y un tostón, que no he conseguido identificarme con los protagonistas y su historia. Además me ha parecido que el guión cojea hacia la mitad y que todo se resuelve con precipitación. Sinceramente me ha decepcionado. Esperaba encontrar una historia romántica y no es el caso, es una historia sobrevalorada de dos personas que no sabemos el porqué se enamoran, se quieren, chocan, conviven, pelean, y se separan. Porque el amor es así, complicado de narices; una montaña rusa de la que te bajas con las piernas temblando jurando que nunca te volverás a subir pero a la que vuelves a subirte antes de lo que te imaginas.



Lo dijo Zenón de Elea, nadie puede explicar por qué el amor entra o sale del alma. Los necios creen saber por qué aman, los tontos incluso dan sus razones pero los sabios saben que no las hay… El corazón tiene razones que la razón no entiende, pero lo qué daríamos por un manual de instrucciones.