Hace tanto frío que tengo congeladas las ideas. Mis pobres dedos tampoco es que estén muy allá; al igual que mi nariz roja y las azuladas y tirantes mejillas que completan el cuadro impresionista en que se ha convertido mi cara.
Este intento de nota en mi teclado de teclas rígidas me está costando un esfuerzo considerable. Los dedos entumecidos no golpean con suficiente fuerza por lo que mi voluntad debe ser más enérgica, y eso es todo un reto cuando los nervios de mis manos a duras penas reaccionan a los impulsos que les envío.
Hoy es uno de esos días en el que me dejaría arrastrar por la fuerza de la gravedad. Para empezar me levanté de mal humor, el frío, el tiempo revuelto, las noticias de la tele, la rutina que no cambia… las excusas de siempre.
El agua de la ducha, a ratos tibia tirando a fría y a ratos caliente tirando a hirviendo, relajó mis músculos tensos, paliando el frío que sentía alojado en el pecho, y deshizo el mal humor que acabó desapareciendo, para fortuna de mi familia, por el desagüe del baño.
Me reí pensativamente un rato mientras me secaba el pelo pensando que la vida es una cosa curiosa y extraña. De extremos, aunque predomine el término medio.
Hoy mi día es tibio tirando a frío, y en parte me alegro de que sea así puesto que eso me ha permitido sentarme a escribir con determinación y energía sobre un tema tan intrascendente como el tiempo. Como he dicho mis ideas están algo congeladas.
Ha nevado en la península, en Madrid más concretamente. No sé si es noticia que a estas alturas del invierno nieve, y más cuando semanas atrás las televisiones ya nos enseñaron las primeras y tempranas nevadas en otros lugares de España.
Pero que nevara en Madrid fue la noticia estrella, por el colapso que provocó en las carreteras y porque, según he leído, es poco usual que nieve por allí. Otra de las noticias impactantes del fin de semana, por decir algo, fueron los retrasos de Iberia. El mar de maletas amontonadas, olvidadas y perdidas impresiona y es una muestra del caos que se debió vivir en la T-4. Sin embargo por encima de estas noticias hay una que duele por su crueldad: los bombardeos israelíes sobre Gaza. Al margen de consideraciones políticas que no estoy capacitada para hacer, quiero expresar mi solidaridad con las gentes de Gaza, con los niños inocentes que no saben de odio. Es una utopía, pero sueño con vivir en un mundo sin guerras, sin victimas inocentes, sin violencia.
Hace demasiado frío, y eso no me gusta. Pero el frío tiene algo bueno, me hace valorar los días soleados. Me he sorprendido arañando los flacos rayos de un sol de invierno como un lagarto que está en las últimas; con tanta urgencia que me he sorprendido de lo mucho que añoro el calor, y el verano. Y no es que no me guste el invierno; el vaho en los cristales, las mantas abrigadas, las bufandas de triple vuelta, el chocolate caliente quemando el paladar… Me gusta el invierno, pero no soporto sentir los pies fríos, ni la gripe, ni las horas de oscuridad interminables. Me gusta la lluvia tras los cristales, el rocío en la hierba que se asemeja a brillantes refulgiendo en la claridad grisácea, y el olor de los troncos húmedos. Me gusta la lluvia porque de ella te puedes resguardar, pero el frío se cuela por las rendijas de las ventanas, enfría las sábanas y las paredes, y va cercándote donde mas a gusto deberías sentirte. La casa se vuelve una nevera y conciliar el sueño es una odisea que consume la paciencia. El frío te pesa porque lo llevas en la ropa, te ha seguido desde la calle. El frío te seca los labios y las palabras, y tensa la mandíbula impidiéndote sonreír.
Pero hay otros fríos, fríos que nacen de uno mismo y traspasan los huesos, la carne, la piel.
Hay fríos como los de las bombas de Gaza, que se agazapan en la sangre y saltan de generación en generación.
Fríos como esos se enquistan en el alma, en el corazón, y nunca se van.
Hay gente muy fría en este mundo, quizás les falta calor humano, sonreír, amar, perdonar...
ResponderEliminarEl frío me entumece pero te despierta, a lo mejor nuestras ideas se vuelven mas frescas, ¿no?
Abrígate.
Tu Anita.
Hay muchas clases de frío, Raquel, y no sé cuál de ellos me da más miedo. Aunque para qué engañarte, el frío que trae consigo la soledad no buscada o el que emana del corazón de una persona son los peores.
ResponderEliminarUn beso, mi niña.
Gracias, Anita :)
ResponderEliminarCreo que el frío de la soledad es el más evidente. Pero el frío de un corazón es el peor sin duda.
Un beso, Malena.
Gracias por visitarme.
Aunque todo depende de la dosis, por lo sufrido, yo prefiero el frío al calor. Con aquel me abrigo, me muevo y hasta observo el viento, la lluvia o la nieve, con este me aletargo y me incomodo tanto que bien podría ser una definición del agobio.
ResponderEliminarDicen que el frío peor es el de la indiferencia, aunque al reafirmarse como una declaración de intenciones es también muy llevadero, incluso cuando más de una vez haya tenido uno que ir en pelotas (con perdón).
:)
ResponderEliminarZhivago es lo que dices, que depende de la dosis.
Lo que dices de la indiferencia me gusta, pero no creo que sea muy llevadera. Los humanos necesitamos atención desesperadamente; es preferible que nos odien a que nos ignoren sin duda alguna.
Saludos.