31 de marzo de 2015

Lucas Levitan




Lucas Levitan, ilustrador brasileño residente en Londres,  es el creador del proyecto Photo Invasion, una original y divertida reinvención de fotografías ya existentes que Lucas modifica con sus ilustraciones para darles un nuevo significado. Parte de la inspiración del autor  proviene de Instagram, de donde Levitan “toma prestadas” fotos para  dar rienda suelta a sus caricaturas siempre en tono de humor.
Dice el autor que con su trabajo pretende demostrar que ninguna obra puede darse por concluida, ya que siempre puede ser alterada. Ahí radica lo más interesante de su proyecto, pues se puede dar una nueva lectura a lo que alguien más ya interpretó y fotografió.  
El nombre de su proyecto surgió de una forma muy curiosa. Lucas estuvo a punto de morir cuando un ladrillo desprendido de una cornisa a punto estuvo de caerle encima.
“Fue como si una mano mágica lo apartara de mí, e imaginé cómo sería el mundo si esa mano sobrenatural actuase siempre”

 Para ver más sobre Lucas Levitan:
 https://instagram.com/lucaslevitan/




















23 de marzo de 2015

Historia de una silla vieja



Una silla tiene que tener dos características para resultar útil, ser cómoda y constituir un bonito elemento decorativo. Pero nuestra silla no poseía ninguno de esos atributos. Había sido construida en hierro y ensamblada como otras miles en una fábrica a las afueras de París.
Era fea, pequeña, incómoda, plegable y azul. Tenía una compañera idéntica. Pertenecían a un conjunto de terraza, como las llamaban, que constaba también de una mesa de metal. Y durante un tiempo fue ahí donde languidecieron, en una sombría terraza desde la que escuchaban las campanas de Notre Dame.
Más tarde su dueño la eligió a ella para usarla. Como nadie lo había hecho se sintió hinchada de felicidad. Él era pintor y muy mayor, y aunque ella se avergonzaba de su reducida constitución, de la ligereza de su material, y de su color, su dueño nunca dio muestras de disgusto cuando salían de excursión.
Le fascinaba el cambio que percibía en él cuando después de observar el paisaje minuciosamente daba sus primeras y vibrantes pinceladas al lienzo. Él había estado a punto de perder la vista pero una operación le había devuelto la luz, y era luz lo que aquel artista, Claude, captaba con sus pinceles.
Sin embargo, cuando él murió poco después su suerte también se apagó. Parte de los objetos del pintor fueron sacados de la casa, algunos se vendieron, otros se tiraron, y otros, como ella, se perdieron. Fue así, al resbalar de un camión de mudanzas, como terminó en manos de su segunda dueña, una joven ama de casa que apoyaba en su asiento un cesto lleno de ropa para tender.
Cuando terminaba su labor, que normalmente le ocupaba media hora, se sentaba en ella, se secaba el sudor con un delantal y suspiraba muy hondo mientras miraba más allá de la ciudad, por encima de los edificios, hacía el atardecer, esperando que en el cielo se encendieran las primeras estrellas. 
Cuando llegó el invierno dejó de verla. Los meses  de frío hicieron mella en su armazón. Cada vez le costaba más plegarse, estaba despintada y sucia. Dejó de ser  útil y terminó en una buhardilla, junto con otros trastos inservibles.
Pasó mucho tiempo, un tiempo gris, un invierno completo de bombas, destrucción, miseria, muerte y abandono. Se había olvidado de la intensidad del sol así que cuando su tercer dueño la rescató de la oscuridad la sorpresa fue muy grata.
Acabó en otra azotea donde sólo veía ladrillo, esta vez como palo de portería. Era agradable escuchar a su tercer dueño jugar, alborotar y reír.  Le tranquilizaba que jamás tuviera en cuenta sus achaques y que la considerara esencial en su diversión. A su edad aquello era un regalo. Y además desde allí le llegaba el sonido del mar. Sospechaba que lo era porque cuando el viento cambiaba lo sentía sobre ella como un sudor salado.
Sabía que no duraría, pero no permitió que eso le amargara. Disfrutó de aquel tiempo y su recuerdo le dio fuerzas para aguantar otros inviernos, otros períodos de abandono.
Había llegado al ocaso de su vida. Tenía casi cuarenta años cuando alguien la recogió de un cubo de basura, la penúltima parada de su existencia, y se la llevó. Ella la lijó, la engrasó, la pintó de un bonito amarillo,  le cosió un mullido cojín de estampado frutal y la colocó en su nueva ubicación.
Era una noche de verano y se sentía como nunca en aquella enorme terraza donde veía las rocas oscuras de una cala y la espuma de mar coronando un mar verdoso y trasparente.
El cielo despejado, el sonido de las olas, las luces, la música, las charlas relajadas, las bebidas de colores, las risas. Por fin el frío había pasado y nunca volvería a sentirlo.
Quién iba a decirle, allá en su año de nacimiento, que tendría una vida tan larga y que tras tantas penurias, tanto gris y tanto humo, tendría otra oportunidad para renacer, para vivir la vida que siempre se mereció vivir; esa, en la que todas y cada una de sus noches serían siempre noches de verano.  

18 de marzo de 2015

El archivo oculto de Vivian Maier



Ni ella misma lo sabía, pero su compulsiva afición por la fotografía le reportaría, aunque sólo después de su muerte, el reconocimiento a su increíble talento.

La vida de Vivian Maier está envuelta en brumas. Nadie supo nunca quién fue aquella mujer que parecía no tener familia. Vivió su existencia solitaria y austera entre Chicago y Nueva York ejerciendo de niñera, pero en sus ratos libres Maier salía a las calles para capturar todo  tipo de escenas cotidianas. Retrató niños de ojos grandes, ancianos, borrachos, mujeres de mirada desafiante con su cámara Rolleiflex que siempre llevaba colgada al cuello. Durante cuarenta años se dedicó a fotografiar, pero no sólo eso, grababa sonidos callejeros y filmaba en Super 8, pero jamás revelaba sus carretes. Su escaso sueldo no se lo permitía.

En vida Maier acumuló más de 100.000 negativos, además de otras cosas, no tiraba nada. Ropa vieja, zapatos, recortes de periódicos, libros de arte, cartas y cajas con tesoros tales como dientes de leche de los niños a los que cuidaba, monedas o insignias.  

En 2007 John Maloof se topó en un mercadillo con una de esas cajas llenas de negativos y la compró sin imaginar el tesoro que tenía entre las manos. Decidió revelar parte de aquel material y revenderlo por Internet. Maloof recibió poco después una llamada de Allan Sekula, un crítico de arte,  quien le avisó de que aquel material que estaba dispersando no era cualquier cosa, en aquellos negativos revelados había talento.

Maloof decidió investigar sobre Vivian Maier y descubrió que había muerto dos días antes de que él iniciara su búsqueda. Tenía 83 años. Cuatro meses antes se había golpeado la  cabeza mientras caminaba en el hielo.
Desde entonces John Maloof gestiona su archivo, un archivo secreto que aún tiene que desvelarnos muchos tesoros ocultos.

Una fascinante historia de una mujer invisible, que jamás sintió la necesidad de ser reconocida, tan sólo disfrutaba del placer de captar imágenes e historias.