—Es una edición muy rara—exclamó, observando con júbilo los grabados rojos y azules —. Existen pocos incunables impresos sobre pergamino.
—¿Incunable? ¿Está diciendo qué ese libro viejo vale algo?
—Eso digo. Es una lástima que no haya podido traerlo, me hubiera gustado echarle un vistazo más detenido —dijo, incorporándose ligeramente de la silla para devolverle las fotografías a color.
Juan y Marta se miraron fijamente, tomando ella la palabra.
—Profesor, ¿de cuánto dinero podríamos estar hablando?
—Como le dije es difícil precisarlo a través de unas fotografías, pero de mucho dinero. Hay coleccionistas que pagarían una buena suma por tenerlo.
Ella se volvió para clavar una mirada entre ceja y ceja a su compañero, mientras él aguantaba el tipo a duras penas.
Se despidieron y salieron del despacho, él, pálido y sudoroso, y ella, roja y furiosa.
—¡Mucho dinero! —cacareó ella sujetándolo de la camisa. —¡Tú estás tonto!
—¡Cómo iba saberlo! Si lo hubieras visto no pensarías que eso tuviera valor. Era un libro viejo, enmohecido. ¡Si se caía a trozos!
Irritada, lo empujó de mala manera contra la pared, al borde de las lágrimas.
—No…te preocupes, lo recuperaré —dijo él tratando de apaciguarla—. Es mi herencia, no se negará si se lo pido.
—Lo hará, ese notario es muy listo y tú muy tonto.
—Lo recuperaré, volveré a comprárselo por el precio que los dos convinimos.
—No accederá, sólo un gilipollas lo haría.
Él se mordió un labio, le temblaba la mandíbula.
—Pues no tendrá más remedio.
—¡Mucho dinero! —cacareó ella sujetándolo de la camisa. —¡Tú estás tonto!
—¡Cómo iba saberlo! Si lo hubieras visto no pensarías que eso tuviera valor. Era un libro viejo, enmohecido. ¡Si se caía a trozos!
Irritada, lo empujó de mala manera contra la pared, al borde de las lágrimas.
—No…te preocupes, lo recuperaré —dijo él tratando de apaciguarla—. Es mi herencia, no se negará si se lo pido.
—Lo hará, ese notario es muy listo y tú muy tonto.
—Lo recuperaré, volveré a comprárselo por el precio que los dos convinimos.
—No accederá, sólo un gilipollas lo haría.
Él se mordió un labio, le temblaba la mandíbula.
—Pues no tendrá más remedio.
Juan había pasado dos horas en aquella silla incómoda de la sala de espera. Estaba perdiendo los nervios y la pierna izquierda le dolía cada vez más. No había aire acondicionado y las ventanas abatibles se abrían escasamente un palmo. El calor en la pequeña y enmoquetada sala empezaba a resultar insoportable. A Juan le parecía estar guisándose dentro de su propia camisa. En el momento en que estaba pensando marcharse la puerta del despacho se abrió y el notario asomó la cabeza con aire estudiadamente distraído.
—¡Vaya, sigue usted aquí! Disculpe la tardanza pero tenía unos asuntos urgentes que tratar.
Juan se acercó y pasó al interior refrigerado y luminoso de la oficina.
—¡Qué sorpresa verle tan pronto! ¿Ha pasado algo, tiene alguna duda que consultarme?
—De hecho, sí.
—Usted dirá.
—Quiero recuperar el libro que me legó mi abuelo.
El notario sonrió apáticamente.
—Ayer estaba convencido de lo contrario.
— Ayer, pero hoy lo he pensado mejor y…es lo último que me queda de él.
—Ya.
—Le devolveré el dinero que me dio y asunto zanjado.
—Entiendo —comentó el notario sonriendo de medio lado.
Él chico se puso en pie sonriendo satisfecho.
— ¿Dijimos 50? —y buscó la cartera en el bolsillo del pantalón.
El notario carraspeó y consultó su lujoso reloj de pulsera.
—Juan, hay un problema.
El muchacho le miró con los ojos como platos.
—No entiendo.
—Tengo otro comprador interesado en el libro.
—No veo el problema por ningún lado, usted me lo vende a mí y punto.
—Comprendo su situación, y lo mucho que significa para usted este objeto de tanto valor sentimental pero, compréndame, ayer le hablé a un amigo del libro y se entusiasmó tanto con la idea de que se lo vendiera que se sentiría defraudado si no fuera así.
—¿Qué significa eso?
—Bueno, como es comprensible, no puedo vendérselo por la cantidad que dice.
—¿Cómo? Es la cantidad que usted concertó ayer.
—Tiene mala memoria. Si hace un esfuerzo recordará que fue usted quien lo tasó. Nunca llegué a hacerle una oferta. Usted estaba realmente decepcionado, no podía creer que su abuelo le hiciera una broma de tan mal gusto al dejarle como toda herencia un libro viejo.
—Así que me engañó.
El notario le miró fijamente.
—En ningún momento. Usted se ofreció a vendérmelo por 50 euros, yo simplemente accedí.
—¡Pero usted sabía que valía mucho más!
El notario frunció el cejo y se levantó enérgicamente.
—¡Vaya, sigue usted aquí! Disculpe la tardanza pero tenía unos asuntos urgentes que tratar.
Juan se acercó y pasó al interior refrigerado y luminoso de la oficina.
—¡Qué sorpresa verle tan pronto! ¿Ha pasado algo, tiene alguna duda que consultarme?
—De hecho, sí.
—Usted dirá.
—Quiero recuperar el libro que me legó mi abuelo.
El notario sonrió apáticamente.
—Ayer estaba convencido de lo contrario.
— Ayer, pero hoy lo he pensado mejor y…es lo último que me queda de él.
—Ya.
—Le devolveré el dinero que me dio y asunto zanjado.
—Entiendo —comentó el notario sonriendo de medio lado.
Él chico se puso en pie sonriendo satisfecho.
— ¿Dijimos 50? —y buscó la cartera en el bolsillo del pantalón.
El notario carraspeó y consultó su lujoso reloj de pulsera.
—Juan, hay un problema.
El muchacho le miró con los ojos como platos.
—No entiendo.
—Tengo otro comprador interesado en el libro.
—No veo el problema por ningún lado, usted me lo vende a mí y punto.
—Comprendo su situación, y lo mucho que significa para usted este objeto de tanto valor sentimental pero, compréndame, ayer le hablé a un amigo del libro y se entusiasmó tanto con la idea de que se lo vendiera que se sentiría defraudado si no fuera así.
—¿Qué significa eso?
—Bueno, como es comprensible, no puedo vendérselo por la cantidad que dice.
—¿Cómo? Es la cantidad que usted concertó ayer.
—Tiene mala memoria. Si hace un esfuerzo recordará que fue usted quien lo tasó. Nunca llegué a hacerle una oferta. Usted estaba realmente decepcionado, no podía creer que su abuelo le hiciera una broma de tan mal gusto al dejarle como toda herencia un libro viejo.
—Así que me engañó.
El notario le miró fijamente.
—En ningún momento. Usted se ofreció a vendérmelo por 50 euros, yo simplemente accedí.
—¡Pero usted sabía que valía mucho más!
El notario frunció el cejo y se levantó enérgicamente.
—No voy a permitirle que me ofenda.
—¡Usted sí me ofende al tomarme por tonto!
—Voy a tener que pedirle que salga de mi despacho. Tengo mucha prisa, ya llego tarde a una cita.
Guardó la estilográfica de oro que adornaba el escritorio en el bolsillo de la americana, y se encaminó hacía la puerta sacando de un cajón un maletín viejo y gastado. Le miró desafiante desde allí.
—Por favor, no lo haga más difícil, todo fue legal, tengo un recibo de venta firmado por usted.
—¿Así que es eso lo que hace? Se dedica a robar a sus clientes.
—Mira, aquí nadie ha robado a nadie; yo no puse el precio, lo pusiste tú. Me pareció que te ayudaba, que salías muy satisfecho con la venta. No hay más, muchacho. La vida es así. No se gana siempre.
Juan rió amargamente. Se le acercó con la cara morada y sudorosa.
—Esto no quedará así—le amenazó alejándose como alma que lleva al diablo.
—¡Usted sí me ofende al tomarme por tonto!
—Voy a tener que pedirle que salga de mi despacho. Tengo mucha prisa, ya llego tarde a una cita.
Guardó la estilográfica de oro que adornaba el escritorio en el bolsillo de la americana, y se encaminó hacía la puerta sacando de un cajón un maletín viejo y gastado. Le miró desafiante desde allí.
—Por favor, no lo haga más difícil, todo fue legal, tengo un recibo de venta firmado por usted.
—¿Así que es eso lo que hace? Se dedica a robar a sus clientes.
—Mira, aquí nadie ha robado a nadie; yo no puse el precio, lo pusiste tú. Me pareció que te ayudaba, que salías muy satisfecho con la venta. No hay más, muchacho. La vida es así. No se gana siempre.
Juan rió amargamente. Se le acercó con la cara morada y sudorosa.
—Esto no quedará así—le amenazó alejándose como alma que lleva al diablo.
—Te engañó como a un chino.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir flagelándome con eso?
—Hasta que me canse.
Juan resopló.
— ¿Te vas a quedar así? —le hostigó ella—Si no fuera por mi ni siquiera se te hubiera ocurrido consultar el titulo del libro en Internet, ni ir a ver a mi profesor…
—¡Quieres dejarlo!
—Tienes que recuperar ese libro. Nos comen las deudas, hace cuatro meses que no pagamos el alquiler. Pero, ¿es que no vas a hacer nada?
—No sé qué quieres que haga. ¿Dime? ¿Le apunto con una pistola o le pido rescate por el perro? —gritó golpeando la mesa—. No me vuelvas loco.
—Pues mira, podría ser.
Él la contempló en silencio.
—Si no te conociera creería que hablas en serio.
—Estoy desesperada y muy enfadada. Ahora mismo podría hacer cualquier cosa.
Los dos se miraron fijamente.
—Sólo quiero que le apretemos un poco las tuercas. Hagamos que se arrepienta de lo que te hizo.
Juan suspiró ruidosamente, cansado y aturdido, sin ganas de replicar.
—Hablo en serio, Juan— tanteó ella pero él siguió callado—. ¡No tienes sangre en las venas!
—Marta no empecemos que ya he tenido suficiente.
Seis días más tarde, el notario salía de la oficina como cada día a las siete menos cinco de la tarde. Casi había olvidado aquel triste asunto, aunque alguien se había empeñado en recordárselo arañando su coche con un destornillador.
La venta del incunable estaba prácticamente cerrada. Aquella tarde iba a reunirse con el comprador en un restaurante cercano, por eso, y aunque no le hacía gracia, llevaba consigo el valioso libro.
Veloz, cruzó el desértico aparcamiento, y accionó el mandó del coche que pitó e iluminó el lugar con sus luces parpadeantes. Se sobresaltó a descubrir a una chica apoyada sobre el capó.
—Bonito coche.
—¿Quién eres?
—Alguien que quiere recuperar lo que es suyo.
El notario rió.
—No tengo tiempo para tonterías.
—Yo tampoco.
La chica le sostuvo la mirada.
—Bueno, ya he tenido suficiente, baja del coche —exclamó el notario agarrándola violentamente de un brazo.
Pero ella sacó un destornillador y le amenazó. Él reculó.
—Quiero el libro.
—¿El libro? ¿Crees que me voy a achantar por un simple destornillador? En este aparcamiento hay cámaras, y esto es un delito.
—El libro, no quiero repetírtelo.
Él la miró estupefacto. Sacó el móvil del bolsillo.
— Llamaré a la policía…
—Mejor que llame a su casa, tal vez tengan noticias importantes que darle.
El notario no quería dar pábulo a sus palabras pero al oírla no pudo evitar sentirse nervioso. Marcó el número de la casa pero nadie contestó.
—No hay nadie.
—Puede que estén en la policía, es lo que se hace cuando alguien desaparece sin rastro.
Pálido, rió a carcajadas sin poder evitarlo.
—No me tomes el pelo, maldita chiflada. Ya te has divertido bastante, lárgate antes de…
— ¿Es su hijo, el de siete años, el que estudia en ese colegio tan exclusivo de la calle Cardenal? Para ser un modesto notario tiene un nivel de vida muy alto.
La sangre se le escapó del cuerpo.
—¿Qué?
—¿Tiene un hijo, no? Que estudia en un colegio pijo del centro. A estas horas ya tendría que estar en casa.
El corazón le dio un vuelco. Con dedos torpes marcó el número de móvil de su mujer.
—Apagado o fuera de cobertura.
Ella le miró fríamente.
—Qué pena, con lo nervioso que está. Ahora, dame el libro.
En un momento de descuido él retorció la muñeca que sostenía el destornillador pero ella, demostrando unos reflejos extraordinarios, le propinó una patada en la entrepierna. El notario cayó al suelo hecho un ovillo, aullando de dolor.
—Por favor, se acaba el tiempo para su hijo. El libro.
—De acuerdo—susurró resignado.
Subieron al despacho y él abrió la caja fuerte. Sacó una caja de cartón cerrada y se la tendió.
—Mi hijo…
—Está bien, supongo; de compras con mamá —y sonrió abriendo la caja impulsivamente.—Llame, compruébelo.
Él accedió y al segundo tono escuchó la voz ingenua y tranquila de su mujer.
—Me engañaste.
—No, tú quisiste creerlo.
—Tú plan era muy arriesgado.
—Fue una suerte que tu mujer no cogiera el móvil en ese momento, me hubieras pillado.
Los ojos de ella contemplaron con arrebato el libro.
—Parece mentira que esto valga tanto —comentó poniéndose en pie—. Por cierto, ha sido un placer—exclamó guiñándole un ojo antes de desaparecer por la puerta.
El notario se quedo mirando el hueco por el que la joven acababa de desaparecer.
—Lo mismo digo.
Sentado tras su escritorio jugó con el abrecartas unos minutos sin decidirse a marcar el número del comprador que aquellas horas debía estar esperándole en el lugar acordado. Aunque finalmente se obligó a hacerlo.
—Voy a tardar más de lo previsto. He tenido una visita indeseada…Sí, está solucionado…La gente cree lo que quiere creer…No te preocupes, está a buen recaudo… ¡No hombre!, no empecemos con las suspicacias…Entiendo, pero yo soy de fiar…Toda precaución es poca…Si no te fías llama al perito…Primero tengo que hacer otra llamada…Sí, tengo que denunciar un atraco. No veas lo inseguros que se han vuelto los aparcamientos…De acuerdo. Hasta pronto.
El notario se acercó a la caja fuerte que seguía abierta y la cerró con cuidado. Antes de apagar las luces y salir del despacho se quedó mirando los dibujos infantiles de su hijo y la fotografía de su mujer. Estaba empezando a cansarse de aquella vida y por primera vez se planteó dejar sus negocios y volver a ser un modesto notario.
No se puede ganar siempre, se dijo, y se dirigió al ascensor cabizbajo.
La venta del incunable estaba prácticamente cerrada. Aquella tarde iba a reunirse con el comprador en un restaurante cercano, por eso, y aunque no le hacía gracia, llevaba consigo el valioso libro.
Veloz, cruzó el desértico aparcamiento, y accionó el mandó del coche que pitó e iluminó el lugar con sus luces parpadeantes. Se sobresaltó a descubrir a una chica apoyada sobre el capó.
—Bonito coche.
—¿Quién eres?
—Alguien que quiere recuperar lo que es suyo.
El notario rió.
—No tengo tiempo para tonterías.
—Yo tampoco.
La chica le sostuvo la mirada.
—Bueno, ya he tenido suficiente, baja del coche —exclamó el notario agarrándola violentamente de un brazo.
Pero ella sacó un destornillador y le amenazó. Él reculó.
—Quiero el libro.
—¿El libro? ¿Crees que me voy a achantar por un simple destornillador? En este aparcamiento hay cámaras, y esto es un delito.
—El libro, no quiero repetírtelo.
Él la miró estupefacto. Sacó el móvil del bolsillo.
— Llamaré a la policía…
—Mejor que llame a su casa, tal vez tengan noticias importantes que darle.
El notario no quería dar pábulo a sus palabras pero al oírla no pudo evitar sentirse nervioso. Marcó el número de la casa pero nadie contestó.
—No hay nadie.
—Puede que estén en la policía, es lo que se hace cuando alguien desaparece sin rastro.
Pálido, rió a carcajadas sin poder evitarlo.
—No me tomes el pelo, maldita chiflada. Ya te has divertido bastante, lárgate antes de…
— ¿Es su hijo, el de siete años, el que estudia en ese colegio tan exclusivo de la calle Cardenal? Para ser un modesto notario tiene un nivel de vida muy alto.
La sangre se le escapó del cuerpo.
—¿Qué?
—¿Tiene un hijo, no? Que estudia en un colegio pijo del centro. A estas horas ya tendría que estar en casa.
El corazón le dio un vuelco. Con dedos torpes marcó el número de móvil de su mujer.
—Apagado o fuera de cobertura.
Ella le miró fríamente.
—Qué pena, con lo nervioso que está. Ahora, dame el libro.
En un momento de descuido él retorció la muñeca que sostenía el destornillador pero ella, demostrando unos reflejos extraordinarios, le propinó una patada en la entrepierna. El notario cayó al suelo hecho un ovillo, aullando de dolor.
—Por favor, se acaba el tiempo para su hijo. El libro.
—De acuerdo—susurró resignado.
Subieron al despacho y él abrió la caja fuerte. Sacó una caja de cartón cerrada y se la tendió.
—Mi hijo…
—Está bien, supongo; de compras con mamá —y sonrió abriendo la caja impulsivamente.—Llame, compruébelo.
Él accedió y al segundo tono escuchó la voz ingenua y tranquila de su mujer.
—Me engañaste.
—No, tú quisiste creerlo.
—Tú plan era muy arriesgado.
—Fue una suerte que tu mujer no cogiera el móvil en ese momento, me hubieras pillado.
Los ojos de ella contemplaron con arrebato el libro.
—Parece mentira que esto valga tanto —comentó poniéndose en pie—. Por cierto, ha sido un placer—exclamó guiñándole un ojo antes de desaparecer por la puerta.
El notario se quedo mirando el hueco por el que la joven acababa de desaparecer.
—Lo mismo digo.
Sentado tras su escritorio jugó con el abrecartas unos minutos sin decidirse a marcar el número del comprador que aquellas horas debía estar esperándole en el lugar acordado. Aunque finalmente se obligó a hacerlo.
—Voy a tardar más de lo previsto. He tenido una visita indeseada…Sí, está solucionado…La gente cree lo que quiere creer…No te preocupes, está a buen recaudo… ¡No hombre!, no empecemos con las suspicacias…Entiendo, pero yo soy de fiar…Toda precaución es poca…Si no te fías llama al perito…Primero tengo que hacer otra llamada…Sí, tengo que denunciar un atraco. No veas lo inseguros que se han vuelto los aparcamientos…De acuerdo. Hasta pronto.
El notario se acercó a la caja fuerte que seguía abierta y la cerró con cuidado. Antes de apagar las luces y salir del despacho se quedó mirando los dibujos infantiles de su hijo y la fotografía de su mujer. Estaba empezando a cansarse de aquella vida y por primera vez se planteó dejar sus negocios y volver a ser un modesto notario.
No se puede ganar siempre, se dijo, y se dirigió al ascensor cabizbajo.
Bueno...mientras la suerte siga estando de mi lado tendré que aprovechar —pensó, convencido de que ni el perito más experimentado podría descubrir que aquel libro tampoco se trataba del original.
Hola Raquel. Me has hecho pasar por diferentes sentimientos pero ha predominado la rabia contra Juan y mucho más contra el notario y me ha hecho meditar en las veces que pasa la suerte por nuestro lado y no la aprovechamos.
ResponderEliminarMe ha atraido tu relato desde el principio hasta el final.
Un beso, Raquel.
Hola Malena.
ResponderEliminarHace poco que he vuelto a retomar esta afición gracias a un concurso de relatos de internet. Me obligo a escribir, que es lo que más me cuesta, y la verdad es que me divierto.
Gracias por pasarte por mi desván.
Un beso.
Es un relato genial, Raquel. Tienes un gran ritmo en los diálogos y sabes jugar con la información sin ocultarla, como hacen los buenos.
ResponderEliminarQué casualidad. En ese mismo foro escribía yo hace un par de años, entonces era muy estimulante y había gente muy buena y algún escritor profesional de éxito incluso. Seguro que los viejos de ese tintero recordarán a este lagarto, Lizard King, que ganó bastantes semanas en dura competencia ;)
Me ha encantado leerte.
Felicidades Raque, me has hecho pasar un muy buen rato leyendo este estupendo relato. Estoy con Malena y su comentario: a veces no aprovechamos la ocasión cuando se presenta o no la sabemos ver.
ResponderEliminarBueno, la verdad es que el notario con el que se toparon tampoco era muy legal y les engañó como a un chino, hay que tener cuidado de quien te fías.
Un beso muy grande. :)
Raquel, ya he leído todo lo anterior. Ya sabes que cada cosa que escribes es muy importante.
ResponderEliminarPero te digo una cosa... este relato me ha dejado estupefacto. No sólo la trama que de por sí es fantástica sino joooo, qué bien relatas, qué cuento, es una maravilla. Impecable. Los diálogos, cómo vas llevando las escenas, como tramas el misterio, la coherencia, excelentemente escrito.
Toma, y te prodigas tan poco... pero si eres una escritora de primera...
Me he sentido llevado y fascinado como lector, es una maravilla tener blogs así donde puedes pasar unas espléndidas horas.
Besos
Raquel, preciosa, enhorabuena que compartimos podio en el T.V. Si me lees, pásate por ahí y nos dices algo.
ResponderEliminarSmuaquis
Buen realto, bien escrito y modulado en el tiempo y esa cierta inquina ¿no sera profesional? hacia los notarios o eso espero...un abarzo.
ResponderEliminarGracias NoSurrender.
ResponderEliminarHace unos años que escribo en ese foro, aunque por circunstancias no todo lo que me gustaría. Recuerdo ese nick, eras y sigues siendo muy bueno :)
El sitio ya no es lo que era, y ahora menos porque esta dividido, unos por un lado y otros por otro, pero para los que como yo escribimos por hobby y más poco de lo que deberiamos es una buena escuela. Estimulante porque te obligas a pensar sobre un tema y escribir sobre el mismo.
Un beso.
Ana, gracias. A veces no vemos lo que tenemos delante, no le sabemos dar el valor que tienen. Las apariencias engañan y eso es lo que le pasó al protagonista. Tenía un tesoro pero para él era un libro viejo. Bueno, y que también se topó con un listo muy listo.
Miguel estupefacta me quedo yo con tu comentario. Madre mía, tu si que sabes animar. Estoy por enmarcar tu comentario. Soy bstante insegura con lo que escribo y en gneral, pero vamos que me has subido la moral y el ego también.
Gracias y un beso :))
Gemmayla nhorabuena a ti también :))
Besos
Prometeo no, claro que no, jejeje. Me parecía interesnate la idea de poner de malo a un notario.
Gracias por tus palabras.
Besos.
Estoy con los demás, Raquel, en cuanto a la calidad del relato. Muy interesante. Abrazos
ResponderEliminarpues sí, Raquel, Espejito, es excelente. A base de diálogo preciso y justo. Cinematógrafico y muy bueno.
ResponderEliminarEl tintero virtual... ya había leído por aquí a Lizard y a Gemmayla... ¡tantos años allí! (soy Andrea, claro) bueno, al menos me quedas tú, Durrell y 'mi' anónimo de Cantabría.
un beso.
A mi también me ha enganchado tu relato, así que te doy la enhorabuena.
ResponderEliminarEs verdad eso de que a veces no valoramos las oportunidades, o solo nos damos cuenta de ellas, cuando las oimos en boca de otros..
Y a partir de ahora a quererse más, que VALER, vales mucho!! y eso es un error de génetica, valorarse poco jeje.
Un MUAKSSS enorme!! Sigue así ;)
Gracias Ligia.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias María. El Tintero va de mal en peor pero aqui reistimos.
Un beso.
Ya, pero cuando no tienes confianza en ti mismo ver tus virtudes cuesta más que encontrar tus defectos.
Un beso grande, Sara.