“Has it ever struck
you that life is all memory, except for the one present moment that goes by you
so quick you hardly catch it going?”
“La vida es toda memoria excepto por el momento presente que pasa tan rápido que apenas lo ves irse”.
Tennessee Williams
El camino le alejaba de
todo lo que una vez fue, le alejaba de su casa, de su madre, de su hermano, de
su niñez hasta ahora plácida, esa placidez que sólo conoces en la infancia, que
no vuelves a encontrar por mucho que la busques.
Aquel viaje sin rumbo
era el inicio de una nueva existencia, y sentado allí en el asiento del copiloto,
mirando por la ventanilla un paisaje repetitivo que no dejaba ninguna impresión en su cerebro,
su mente volaba hacia lo desconocido. Era una sensación extraña, como si todo su
ser, todo su cuerpo, supiera que no
volvería a ser el mismo; que ya no volvería a sentirse dentro de aquella
burbuja, protegido, a salvo.
Ante si se desplegaba
otra vida, llena de incertidumbre, de soledad y de recuerdos.
Nadie le había
preparado para aquello. Nadie le había preparado para la perdida. Y ahora,
cuando recordaba su existencia pasada, sentía que no era él, que nunca fue
aquel niño feliz que jugaba en los árboles,
que corría sin motivo y sonreía al sol tumbado boca arriba en el prado
verde frente a su casa. ¿Cómo podía respirar así aquel niño, como podía reírse a
carcajadas hasta sentir sus costillas doloridas; cómo podía aquel niño dormirse
en el porche, exhausto, con la sangre aún hormigueando por sus venas?
Ya no miraba igual, sus
ojos habían cambiado, y su padre, que conducía en silencio a su lado, se había
dado cuenta. Como también se había
percatado del abismo que se había interpuesto entre los dos, y de que su
presencia se había hecho de pronto más rotunda. Su hijo estaba ahora en el
mundo, reclamando su lugar, buscando su hueco en él. En un abrir y cerrar de
ojos había dejado de ser aquel muchacho de andar ligero y sonrisa espontánea
para convertirse en el hombre taciturno que tenía al lado. Como un pinchazo en
el pecho sintió también la perdida como la había sentido su hijo. Sin saber
cómo, ni cuándo, el tiempo de los dos había pasado, y seguía escapándose fugaz a
medida que avanzaban por aquella interminable carretera con destino incierto.
Ambos sabían que al final de aquel viaje jamás volverían a verse.