No me malinterpretes, no es porque me alegre de ello, ni
mucho menos; es que no tienes que sentirte mal por no estar bien. No te sientas
culpable, no te avergüences, no finjas que no pasa nada; date ese tiempo para
ti mismo. Sin presiones, sin fechas límite, porque el dolor hay que transitarlo
para salir fortalecido.
Nos han hecho creer que podemos con todo. Que debemos
tener siempre una sonrisa, y que llorar se debe hacer en la intimidad o no
hacerse. Que ante cualquier adversidad
debemos vestirnos con la capa de superhéroe sin pararnos ni un segundo a
lamentarnos. Estamos en una sociedad que te exige ser feliz, que te ha hecho
creer que esa frase inspiradora de la taza del desayuno, mágicamente,
conseguirá cambiar tu ánimo sin esfuerzo alguno. Cada vez hay más lemas y
eslóganes optimistas que te dicen qué hacer, cómo vivir, cómo actuar, que
demonizan el hecho de sentirse una mierda, de sólo tener ganas de tirarse a un rincón para rumiar las
penas, para maldecir, para llorar a moco tendido. Pero no es verdad que puedas
con todo, y desahogarte es mucho más sano que actuar como si nada hubiera
pasado, fingiendo una fortaleza que no tienes.
Sientes, estás vivo, y vas a sufrir, lo quieras o no.
Y está bien admitir que no puedes hacerlo, que te
queda grande, que te da miedo, que dudas, que te has perdido, que has perdido
la ilusión, que no sabes cómo volver a tu yo de antes de la tristeza.
Está bien.
Lo que no es bueno es revolcarse en ella. Lo que puede
perderte para siempre es cerrar los ojos y olvidar que dentro de ti hay una
luz, una luz que genera calor, energía, cambio.
Si estás triste mucho tiempo se apagará
irremediablemente. Quizás no para siempre, pero encenderla una vez que ya está
extinta y fría es un trabajo muy arduo, muy complicado.
Está bien sentirse mal, pero no mucho rato.
Permítete ese momento pero luego busca a alguien con
quien hablarlo.
Háblalo. Quítatelo de encima. Pero nunca te
avergüences de llorar. Llorar no es debilidad, llorar es de fuertes, de esos a
los que no les importa mostrar lo que sienten.
Hace mucho tiempo que comencé este blog, tanto que he
perdido la cuenta de los años. Aún hoy sigo acercándome de vez en cuando. He
publicado 792 entradas, y de todas ellas la que más visitas ha generado, y por
mucha diferencia, es esta: “…porque la vida es bella”. Mucha gente se acerca y deja mensajes, algunos me sorprenden
porque me dan las gracias o me dicen que el texto les ha alegrado el día; también
hay quien recrimina el mensaje: a veces cuesta creer que a pesar de todo la
vida sea bella. A veces los pesimistas se salen con la suya...
Recuerdo muy bien cuando escribí aquel texto y el
momento que estaba viviendo. Fue en 2012, y ese fue uno de los años más duros
que me ha tocado vivir. Muchas cosas ponían a prueba mi fortaleza, pero aún así
sentía que debía ser yo misma quien saliera de aquello que me hacía daño,
plantando buena cara al mal tiempo. A veces la vida te conduce por caminos que
no hubieras querido transitar y lo más duro, quizás cuando has tenido muchas
rachas malas, es tener confianza y optimismo. Seguir viendo el lado bueno de
las cosas y de la vida.
Por eso entiendo que haya quien vea en esas palabras
algo hueco e impostado; un eslogan para vender felicidad.
Sin embargo, así lo creo aunque tenga días en que dude
mucho, que siempre hay algo que vale la pena, algo que te saca una sonrisa, y
que te salva.
La vida, digan lo que digan los pesimistas, puede ser bella.