30 de julio de 2013




Desde la Antigüedad

Para encontrar el origen del pintalabios hay que remontarse a la antigua Mesopotamia. Allí, alrededor del 5.000 a.C., las mujeres se aplicaban una mezcla de piedras semi-preciosas trituradas para embellecer labios y ojos.
Estos antiguos egipcios extraían los pigmentos de sustancias que tenían serios efectos sobre la salud; por ejemplo utilizaban el fucus-algin para obtener un tinte rojo-amoratado, una solución de 0.01% de yodo, y algo de bromo mannite, que provocaba enfermedades e incluso la muerte.
Los hombres egipcios también se maquillaban, aunque éstos preferían los tintes negros azulados y el bermellón. En la tumba de Tutankhamón se encontraron vasijas con este tipo de pigmentos.
Cleopatra elaboraba su propio pintalabios triturando escarabajos de carmín, que poseían un pigmento rojo profundo, y hormigas para la base. Los pintalabios con efectos brillantes se hacían usando una sustancia iridiscente encontrada en las escamas de los peces, llamada esencia de perlas.




En el Valle del Indo, en el 3.000 a.C, también era usual pintarse los labios de rojo. Para ello empleaban elementos tales como la arcilla roja, henna, algas, oxido de hierro (herrumbre) y yodo.
La Reina Puabi (Shub-ad) de Ur, de Sumeria, se aplicaba una mezcla de piedras rojas trituradas y plomo blanco.
Durante siglos, una crema roja hecha con sustancias vegetales, y coloreada con sulfuro rojo de mercurio, provocó numerosas intoxicaciones, ya que era venenosa.

En la Antigua Grecia sólo las prostitutas se pintaban los labios, mientras que las mujeres respetables se dejaban la cara limpia. Esta diferenciación de género social era tan estricta, que se estableció una ley para evitar que los hombres confundiesen a las damas con prostitutas. Era obligatorio que las cortesanas se pintaran los labios, maquillaran, y merodearan sólo a ciertas horas del día.
Con el tiempo esta costumbre desapareció y las mujeres pudientes comenzaron a pintarse los labios, mientras que las de clase baja prefirieron no hacerlo.
Los hombres romanos se pintaban los labios de acuerdo a su estatus social, mientras que las mujeres adineradas poseían su propio séquito de esclavos para asegurarse de ir perfectamente maquilladas. Los productos que elaboraban para pintar los labios todavía llevaban metales perjudiciales, como plomo o mercurio.
La clase baja, en cambio, consiguió evitar las intoxicaciones, ya que coloreaban sus labios con el sedimento que producía el vino.



Durante la Edad de Oro del Islam, el conocido médico, cirujano y especialista en cosméticos andaluz Abu al-Qasim al-Zahrawi (Abulcasis), desarrolló las primeras barras de labios sólidas, que se perfumaban y prensaban en moldes especiales. Este método se puede leer en la enciclopedia medicinal Al-Tasrif.



El color del pecado


En la edad media el pintalabios fue vetado por la iglesia. Se le consideraba “la encarnación de Satán”, reservándose su uso a las prostitutas, ya que sólo ellas, al tratarse de seres amorales, se atrevían a desafiar la belleza natural que Dios les había otorgado sin miedo al castigo divino. 
En el siglo XVI, los pintalabios empezaron a ganar popularidad gracias a que la reina Isabel I impuso la moda de los rostros pálidos y los labios intensamente rojos. Tal era su pasión por el maquillaje que incluso en su lecho de muerte llevó los labios generosamente pintados.
En ese entonces, los lápices labiales se obtenían mezclando cochinilla, clara de huevo, goma arábiga, savia de higuera, cera de abejas y pigmentos rojos de distintas plantas (rosas y geranios).


Durante el Renacimiento se daba mucha importancia a la belleza. Las mujeres de esta época creían que pintarse los labios poseía propiedades mágicas.
En 1770 se propuso una ley al parlamento británico en la que se debía señalar como brujas a las mujeres que se pintasen los labios, y se pedía la anulación de un matrimonio si la mujer se maquillaba antes del día de su boda.
En el siglo XIX el pintalabios no fue bien recibido por la alta sociedad de la época. Cuando la reina Victoria ascendió al trono declaró que el maquillaje era símbolo de la vulgaridad propia de las clases bajas, del espectáculo y de la prostitución.

Para tener un color saludable en los labios, las mujeres de la alta sociedad optaban por besar papel crepé rojo, morderse los labios, aplicarse bálsamos rojizos o vino de Oporto, o bien realizar ejercicios vocales en los que repetían por orden palabras como “peas, prunes, prisms” (guisantes, ciruelas, prismas) para realizar muecas. Otras simplemente importaban furtivamente los cosméticos de Francia.
En la década de 1850 aparecieron algunas publicaciones advirtiendo de la peligrosidad de ciertos cosméticos basados en el plomo y bermellón.



Una barra revolucionaria


Al finalizar el siglo XIX, Guerlain, una compañía de cosméticos francesa, comenzó a producir barra de labios. El primer pintalabios comercial fue desarrollado en 1883 por perfumistas de París. La barra se cubría con un papel sedoso y se fabricaba con sebo de ciervo, aceite de ricino y cera de abeja. Hasta la fecha, los pintalabios se hacían de forma casera en casa.
A principios del siglo XX, se utilizó el pintalabios como símbolo de rebelión e independencia por parte de las mujeres. En el punto álgido del movimiento por el sufragio femenino, líderes como Elizabeth Cady Stanton y Charlotte Perkins Gilman instaron a las mujeres a emplear pintura de labios rojo carmesí en sus concentraciones. Tanto en Estados Unidos como Reino Unido, las mujeres se aplicaban pintalabios en público para escandalizar a los hombres.



Muchas sufragistas estadounidenses llevaban lápiz de labios rojo en su afán de escapar de las actitudes victorianas de la época. Miss Arden participó en este movimiento, llegando incluso a marchar con las sufragistas por la Quinta Avenida frente a la Puerta Roja de su propio Salón de Belleza. Escuchando su intuición como empresaria, ofreció a estas mujeres el lápiz de labios Elizabeth Arden. Con la promulgación de la 19 Enmienda en 1920, a las mujeres estadounidenses se les concedió finalmente el derecho al voto. Desde entonces, el lápiz de labios rojo sigue siendo un símbolo de poder.
En 1915 Maurice Levy comercializó el pintalabios en cilindros de metal. Este nuevo formato más cómodo, la barra se deslizaba a la parte superior gracias a una pequeña palanca, permitió que tuviesen mejor aceptación entre las féminas.
Durante la década de 1920, pintarse los labios era un modo de revelarse ante las normas sociales estipuladas.



Del cine a la calle


Las barras de color rojo oscuro fueron muy populares en la década de 1920, en parte porque eran los preferidos por las actrices del cine en blanco y negro, ya que hacía destacar sus bocas frente a las cámaras.
Las chicas  de los años 20 optaban por pintarse los labios formando un “arco de cupido”, inspirándose en la actriz Clara Bow. Por aquella época, aplicarse pintalabios en público durante la comida era correcto, pero nunca durante la cena.
Max Factor puso color a las actrices de Hollywood de aquella época, como Jean Harlow, Claudette Colbert, Bette Davis, Norma Shearer, Joan Crawford y Judy Garland.



Aunque en la Segunda Guerra Mundial escaseaban algunos elementos para su fabricación (petróleo y aceite de ricino), el pintalabios siguió en auge gracias a la industria del cine, que mostraba a sus actrices con los labios pintados como un complemento de su belleza.
Durante la década de 1950, el lápiz de labios se convirtió en algo común, los cilindros de metal fueron sustituidos por tubos de plástico; un objeto que se vendía como rosquillas. Las actrices icónicas crearon sus propios looks, como por ejemplo Marilyn Monroe o Audrey Hepburn. Los tonos blanco, beige o metálico se convirtieron en tendencia.



En tiempos de guerra

La sociedad de los 40 se cuestionaba si era "patriótico" dedicar tanta atención a "la imagen" mientras la mayoría de los hombres luchaba en el frente. Pero los soldados preferían ver a mujeres bellas antes de salir a combate. 
A las mujeres marines se les ofrecían pintalabios junto con el uniforme, además de consejos sobre cómo aplicarse el maquillaje,  y lecciones de elegancia y etiqueta.
Tras la guerra, el ministerio estadounidense de Economía determinó que las mujeres que trabajaran para la industria armamentística lucirían carmín para incrementar la productividad.
La guerra permitió que las mujeres pudiesen trabajar como ingenieras o científicas, y al finalizar la década de 1940, Hazel Bishop, ingeniera de New York, creó el primer lápiz de labios de larga duración, denominado “Sin Mancha”.






Más


En Japón, las geishas obtenían su pintalabios aplastando pétalos de cártamo.

Durante el reinado de Luis XIV, las mujeres usaban limones para enrojecer sus labios.

En 1889 se publica el libro: “La belleza y la forma de mantenerla” donde se dan consejos de belleza utilizando el pintalabios como elemento fundamental.

En la década de 1890 el carmín comenzó a mezclarse con aceite y cera, siendo mejor aceptado por las mujeres al considerarse que tenía un toque más natural.


Las actrices Lillie Langtry y Sarah Bernhardt fueron pioneras en ir maquilladas en público. Sarah lo llamaba “bolígrafo del amor”.

En la década de 1920 Elizabeth Arden y Estee Lauder empezaron a vender pintalabios en sus salones.

En 1923 fue patentado el primer pintalabios que se abría girando la base, ideado por James Bruce Mason Jr. en Nashville, Tennessee.

Durante la Gran Depresión de la década de 1930 las mujeres se pintaron los labios más que nunca. A principios de dicha década, Elizabeth Arden introdujo varios colores de pintalabios y se inspiró en otras compañías para crear diferentes tonalidades.




Un estudio realizado en 1937, reveló que cerca del 50% de las chicas se había peleado con sus padres por culpa del lápiz de labios. En esa época se veía como un símbolo de sexualidad adulta. Las chicas jóvenes creían que pintarse los labios era una señal de madurez, mientras que los adultos lo veían como una señal de subversión.

George Washington usaba pintalabios de vez en cuando... Y maquillaje, y peluca...

La Reina Isabel II encargó un pintalabios personalizado para que hiciera juego con su ropa durante su coronación en 1952. El tono elegido, un suave rojo-azul, se llamó 'El lápiz Balmoral', en homenaje a su país de origen (Escocia).

A Liz Taylor le gustaba tanto su rojo de labios que intentó evitar que las demás mujeres le robaran protagonismo dictando que solo ella podría llevarlo en el set de rodaje.



En la II Guerra Mundial, todos los cosméticos a excepción del pintalabios fueron racionados. Churchill decidió seguir produciendo este último porque creía que aportaba un efecto positivo en la moral de la sociedad. Sobra decir que las ventas durante esos años aumentaron de manera significativa.

A medida que miles de mujeres se unían al esfuerzo de guerra, Elizabeth Arden fue creando varios tonos de rojo, como el 'Rojo Montezuma' y el 'Rojo Victoria', a juego con los uniformes de las mujeres que prestaban servicio en el ejército. Ese gesto demostraba que estas podían ser femeninas y fuertes, convirtiéndose la exhibición de este enérgico tono en un signo de valentía y patriotismo.

A mediados de los 40, las revistas advertían a las chicas que maquillarse podía arruinar su popularidad y la oportunidad de tener una carrera de provecho; el carmín todavía se asociaba a la prostitución. Las publicaciones reflejaron que los hombres preferían el aspecto natural en la mujer antes que uno maquillado.


En los 60 la compañía de cosméticos Gala introdujo el lápiz de labios con un brillo muy suave. Más tarde, Max Factor creó un lápiz de labios denominado Strawberry Meringue (Merengue Fresa) que gozó de gran popularidad.

El color blanco fue popular en la década de 1960, poniéndose de moda gracias a grupos de rock como The Ronettes y The Shirelles.

Las mujeres que no se pintaban los labios eran consideradas lesbianas o se creía que padecían algún trastorno psicológico.

En los 70, el punk-rock puso de moda los labios violetas o negros para expresar su inconformidad.

Las feministas de los años setenta creían que el pintalabios era un utensilio creado por los hombres para marcarlas como un objeto sexual o mercancía, por lo que dejaron de usarlo.



En la década de los 90, los cosméticos facturaban más de 18.000 millones de dólares en Estados Unidos. Las empresas más grandes eran Revlon, Clinique, Max Factor, Cover Girl y Estee Lauder.

En el año 1995, Cosméticos MAC creó “Drag Queen Ru Paul“, el primer labial para hombres.

La toxicidad del lápiz labial no se circunscribe solamente a la antigüedad. Un estudio de 2007 encontró trazas de plomo en algunas barras de labios que superaban los límites establecidos por la ley.

Si tú barra de labios tiene un nivel de fijación muy alta puede deberse a un alto contenido en plomo. Para comprobarlo puedes hacer esta prueba: Pinta tu mano con el labial y pasa un anillo de oro por encima. Si el color del labial cambia a negro, es que contiene plomo.

Existe una “teoría del pintalabios”, descrita por Leonard Lauder, que describe los momentos más amargos en la economía mundial como los más adecuados para vender más lápices de labios. En vez de gastar en bienes de lujo como coches o elegantes abrigos, la gente prefiere comprar utensilios de lujo baratos, como pintalabios.

Se estima que una mujer puede llegar a consumir entre 1,8 a 2,7 Kilos de labial durante su vida al tocar sus labios con la lengua.


25 de julio de 2013

Tragedia ferroviaria en Santiago


El accidente de tren ocurrido ayer noche a eso de las nueve ha puesto una aciaga nota de duelo al día grande de Galicia, el día de Santiago.
Toda España llora la tragedia por los instantes de horror vividos anoche por el accidente de tren en Angrois, la localidad cercana a la infausta curva de A Grandeira. Ya se han establecido 3 días de luto nacional. El Gobierno gallego también ha decretado 7 días de luto, el mayor luto en la historia de la autonomía.
El alcance de la tragedia ha ascendido (por el momento, en espera de la lista definitiva de muertos y heridos por identificar) a 80 muertos y 168 heridos. 36 continúan en estado crítico.
Se señala como posible causa del siniestro a un exceso de velocidad. El tren circulaba a 190 km/h, el doble de la velocidad indicada para cruzar el tramo de vía que en ese momento trazaba una curva muy complicada y muy cerrada. Fallo técnico o fallo humano es algo que tendrá que determinarse en la investigación de las causas del accidente.
Según testigos presenciales, todos los vagones del convoy se salieron de los raíles y algunos de ellos volaron hasta quedar subidos a un talud.
La participación ciudadana fue crucial en los primeros y confusos momentos. De inmediato los vecinos se movilizaron para colaborar en las labores de ayuda a las víctimas, a quienes procuraron todas las mantas y toallas que encontraron en sus casas. Incluso algunos ayudaron a mover a pulso los vehículos que impedían el paso de ambulancias y camiones de bomberos. El drama hizo aflorar la solidaridad de toda la población, que acudió masivamente a los centros sanitarios para donar sangre en respuesta a la demanda.
El descarrilamiento del tren Alvia que cubría la ruta Madrid-Ferrol, es el segundo accidente de tren más grave ocurrido en España y el más grave sucedido en Europa desde el año 2000.

Desde El desván secreto sólo me cabe dar mí mas sentido pésame por este duro desastre a los heridos y a los familiares de las  victimas mortales, mis mejores palabras de consuelo para ellos.
¡Mucho ánimo Galicia!

Fuentes:
.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2013/07/25/gente-muerta-dios-/0003_201307G25P3991.htm
.rtve.es/noticias/20130725/accidentes-ferroviarios-mas-graves-historia-espana/723800.shtml
politica.elpais.com/politica/2013/07/25/actualidad/1374713876_139202.html

21 de julio de 2013

Los 90 ¿otra vez?


Hace unas temporadas sufrimos un revival ochentero en toda regla, y si los ochenta volvieron los noventa no iban a ser menos. Parece que en cuestiones de moda todo se recicla y los diseñadores han tomado la década de los 90 como fuente de inspiración.
Si no quieres quedarte desfasado tendrás que rescatar del armario los vaqueros con rotos y las camisas horteras florales que tanto proliferaron en los noventa. 
Aunque admitámoslo, esa no fue una década precisamente  “glamurosa”. Hasta hace nada mucha gente renegaba de ella, y con toda la razón. Estilísticamente hablando fue una período hortera. Y sin embargo, será la perspectiva, pero con qué cariño la recordamos. Ahora evocamos las mallas florales con cariño, las camisas ombligueras fluorescentes no nos parecen tan cutres, y revolvemos en nuestros joyeros buscando aquellos anillos tan chulos con calaveras y cruces que a nuestra abuela le horrorizaban. Pero si quieres dar el pego de verdad, y parecer un “noventero” como dios manda, te aconsejo que sigas leyendo.
¿Te animas a hacer un viaje en el tiempo hasta esa década?



Te acuerdas de…

¿Las Doc Martens?

Si había algo chulo de verdad que los jóvenes debían llevar en los 90 eran unas Doc Martens de colores. Unas originales Doc Martens podían dejarte sin la paga de todo un año pero, ¡y lo qué fardábamos después con ellas puestas!
Botas militares. Normales o en su versión ligeramente más extrema de caña alta. 
Durante los 90 las botas, en todas sus versionas, moteras, militares, con puntera metálica, fueron imprescindibles. Botas con un poco de plataforma y de aspecto agresivo con las que intimidar a cualquier incauto que se topase con nosotros en la misma acera.
El estilo grunge puso de moda el aspecto desaliñado; camisas de cuadros, mugrientas zapatillas converse, vaqueros anchos, rotos y caídos, pelos largos sobre la cara, actitud pesimista, inconformista pero pasiva.
Otra tendencia más radical surgió en esta década, y sus fachas fueron imitadas por un determinado sector de la población con las ideas y las cabezas rasuradas. Fueron los skin heads, -grupo ultraderechista con ideología nazi-, y su malsana influencia llegó a poner de moda el estilo militar; “cazadoras bomber”,  pantalones  de camuflaje o ajustados pantalones pitillo. Estas cazadoras, usualmente negras con el forro naranja, abundaron en los armarios de algunos adolescentes con gustos por la música “bakala”. Las bomber se llamaron así porque eran las que usaban los pilotos de los bombarderos americanos durante la segunda guerra  mundial.



El tejido vaquero, en todas sus versiones, siguió encabezando la lista de prendas vitales en los armarios.
Pantalones vaqueros raídos, descocidos, con tachuelas, agujereados, recortados y rasgados. Esta tendencia surgió en los años 70 como símbolo de rebeldía durante la era punk. La estética grunge se adjudicó como propia la moda de los rotos, tanto en jeans, como en jerséis, chalecos y camisetas.
Existe un precedente en este tipo de ropa. Se llamaban lansquenetes a los soldados alemanes del siglo XVI; estos tenían la costumbre de aprovechar las prendas de los caídos en combate; si les quedaban pequeñas, les pegaban tajos para podérsela poner. Siglos después los artesanos de la moda empezarían a confeccionarlas así.
Fueron muy usuales los vestidos con estampados florales estilo babydoll; el candor de esta prenda se contrarrestaba con el calzado, normalmente botas militares.


En esta década surgió el rap, el hip hop, el grunge, el indie, y la música tecno, pero el pop y el rock siguieron sonando fuerte.
Aerosmith, Bon Jovi, Lenny Kravitz, Sheril Crow, Alanis Morrisette; fueron algunos de los rockeros que más se escucharon durante esta década; el rock siguió conquistando a las masas, sin embargo el pop siguió en la cima,  manteniendo su férrea hegemonía frente a los demás estilos musicales.
Oasis y su Wonderwall, Blur y su There's No Other Way, Iggy Pop y su lust for life, Nirvana y su Smell like teen spirit, se convirtieron en los himnos de toda una generación. Otros grupos prefabricados, como Take That, Backstreet Boys, Spice Girl,  surgieron para revolucionar el panorama musical, caracterizándose por un desmesurado fenómeno fan. 

El suicidio de Kurt Cobain en 1994 puso fin al grunge; un estilo que surgió en EEUU a finales de los ochenta y que  se caracterizada por una profunda apatía y amargura interior. Un desencanto contagioso inoculado en los jóvenes de entonces a través de las letras y el sonido desgarrado de sus guitarras.
En nuestro país “La ruta del bacalao”, movió a cientos de jóvenes que, de peregrinación en peregrinación, recorrían cada “finde” los templos  del hard core y el tecno puestos de éxtasis hasta las cejas. 




Si pasaste tus años “ce” en los noventa te acordarás de revistas como SuperPop, Bravo, o Vale. Un vademécum de adolescencia dividido en secciones y con consejos de todo tipo. También sexuales. Fichas y entrevistas de los actores y cantantes de moda; test, posters, relatos y consultorio. A la SuperPop, la número uno de este tipo de publicaciones, se le debe el termino “carpetera/o”, no en vano suministraron durante años el material para forrar las carpetas de todos los adolescentes de la llamada generación X; una generación perdida, marcada por la desgana, sin nombre ni identidad propia.
En los 90 Internet daba sus primeros y temblorosos pasos, y los jóvenes de entonces encontraban en la televisión sus modelos a seguir. Series como El príncipe de Bel Air, Expediente X,  o Los Simpsons triunfaban y marcaban tendencia.
Y aunque aún no existía facebook ni twitter ni youtube, y los primeros móviles eran ladrillos poco prácticos, existían los videojuegos y videoconsolas,  como la Sega o Nintendo.  Y en 1996 apareció un juguete japonés electrónico llamado “Tamagotchi” que te ponía al cuidado de una mascota virtual a la que debías cuidar para impedir que muriera. Era la primera vez que un juguete permitía la interacción y ello favoreció que se convirtiera en todo un fenómeno a nivel mundial.
Algunos consumidores llegaron a obsesionarse tanto con el juguete que en psicología  surgió un nuevo termino para designar este fenómeno. “Efecto Tamagotchi”, es decir, una dependencia excesiva y emocional hacia maquinas, robots y software en general. (¿Qué dirían ahora de la dependencia obsesiva y enfermiza de móviles que vivimos en la actualidad? ¡Uf!)



Por supuesto el cine también creaba modas. Los 90 fueron los tiempos de la clonación gracias a la oveja Dolly. Steven Spielberg aprovechó la coyuntura mediática e hizo que Jurassic Park ahondara en esta idea. Gracias al ADN de dinosaurio encontrado en un mosquito atrapado en resina estos gigantes extinguidos cobraron vida y le reportaron al director un buen pellizco en las taquillas de todo el mundo.
Matrix, Pulp Fiction, Trainspotting, Titanic; fueron algunas de las películas revolucionarias en la época, cuando ir al cine era una opción económica y accesible a todos los bolsillos.
Los 90 fueron los años de la televisión. En nuestro país surgieron las privadas trayéndonos diversificación pero también telebasura. De la noche a la mañana los gustos cambiaron y los talk show y programas de corazón ganaron la batalla masificándose. 
La década estuvo marcada por dos guerras, la del golfo y la de Yugoslavia.  Y aunque se seguía luchando por erradicar el hambre y otras enfermedades en el tercer mundo, el sida y la desnutrición seguían haciendo estragos entre la población de África.
En nuestro país el terrorismo seguía robando vidas y el asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó una marea de manos blancas sin precedentes. El rey del pop caía del trono y la polémica que le rodeó, acusaciones de pedofilia de por medio, destruyeron su carrera.
Fue la época de la Expo de Sevilla y de los Juegos Olímpicos de Barcelona.


La gente seguía felicitándose los cumpleaños cara a cara, y los niños aún jugaban en la calle. Las cabinas telefónicas tenían motivo de ser. Teníamos que ir a revelar los carretes de la cámara para poder ver las fotos de nuestras vacaciones, y no existía el Photoshop para disimular el acné. La belleza aún seguía siendo auténtica, y los cánones creíbles y saludables.
Se puso de moda la realidad virtual, los Drag Queen, y lo latino. Incluso Enrique Iglesias, con su voz de gato atropellado, consiguió hacerse un hueco  en el panorama musical.
Y llegó la amenaza del fin del mundo. El temible efecto 2000, que presagiaba catástrofes y que al final, como suele suceder con estas cosas, quedó en nada.
La verdad es que el cambio de siglo y de milenio fue muy tranquilo.
La década de los 90 quedó atrás, y la olvidamos rápido para recibir a la extraña década del 2000; una década que podría resumirse en los libros de historia con dos enormes ceros.
Y para qué negarlo, lo cierto es que nunca echamos de menos los 90, pero ahora, ahora que su espíritu parece resurgir con fuerza, echamos la vista atrás y tenemos que admitir que lo que vino después no fue mucho mejor…
Será el tiempo que lo suaviza todo, o que en el fondo la nostalgia nos hace ver con más cariño las cosas pasadas.
O tal vez que somos más influenciables y permeables a las modas de lo que creemos.

De moda o no, los 90 fueron, pese a todo, pese a los zapatos feos, la música estridente y Enrique Iglesias, una buena época.

18 de julio de 2013



Este anglicismo tiene  su origen en el apellido del capitán Charles Cunningham Boycott, quien fue administrador, a mediados de la segunda mitad del siglo XIX, de las fincas de un terrateniente absentista, el conde de Erne (Condado de Mayo, Irlanda).

Durante la "Guerra Agraria" (1870s-1890s) la Irish Land League, ante la amenaza de una hambruna,  solicitó una rebaja de los arrendamientos para mejorar la situación de los granjeros, pero Boycott no sólo rechazó la propuesta tajantemente, sino que expulsó  sin contemplaciones a todos los miembros de la Liga de la propiedad. Su presidente, Charles Parnell, sugirió entonces una alternativa no violenta para obligar al capitán a ceder: suspender todo tipo de tratos con él. Así, los jornaleros se negaron a cosechar o trabajar en su casa, los comercios a venderle comida (que debió traer de fuera) y el cartero local dejó de depositarle su correo. Para recoger la cosecha trajo cincuenta trabajadores del norte de Irlanda y mil policías y soldados de escolta, a pesar de no correr peligro físico. Boycott, cada vez más aislado, se percató en noviembre de que sus esfuerzos habían sido en vano, pues el coste de la cosecha fue de 10.000 libras, muy por encima de su valor. Ese mismo mes, The Times utilizó por vez primera para describir la novedosa forma de acción el término «boycott», acuñado por el P. John O'Malley de Mayo, que lo encontró más fácil de pronunciar para los aparceros que «ostracismo». (Michael Davitt, The Fall of Feudalism in Ireland).
El 1 de diciembre de 1880 el capitán Boycott huyó con su familia a Suffolk, Inglaterra, donde murió en 1897.
Desde entonces se usa su apellido para describir la "forma de presión que se ejerce sobre una persona o entidad suprimiendo o dificultando cualquier relación con ella", y que en castellano se escribe boicot.

16 de julio de 2013

"Melamory"

Contemplando los trabajos de Olga “Melamory” Larionova, cuesta creer que estén hechos únicamente a lápiz. Sólo hay que echar un vistazo a su galería en DeviantArt para comprobar que esta artista rusa se vale únicamente de una mina de grafito para ello. Sorprende el extraordinario manejo de la luz y las sombras.
Tengo que reconocer que el portafolio de esta joven artista me ha impactado, por su fuerza, su realismo, y sobre todo por su técnica. Las texturas son vivas, y el conjunto impactante. Un talento increíble el de esta chica.
Portafolio de “Melamory” en DeviantArt: Olga Larionova.








12 de julio de 2013

Extra Cine XLIII



El atlas de las nubes

“El atlas de las nubes” explora cómo las acciones y consecuencias de las vidas individuales tienen repercusiones entre sí a través del pasado, el presente y el futuro. Acción, misterio y romance se entretejen dramáticamente a través de la historia mientras un alma pasa de ser un asesino a un héroe, y un simple acto de piedad se propaga a través de los siglos para inspirar una revolución en el futuro lejano. Cada miembro del reparto aparece en múltiples papeles a medida que la historia se desarrolla a lo largo del tiempo.

Ya hacía mucho tiempo que no tenía noticias de los hermanos Wachowki; concretamente desde la abstrusa culminación de la saga Matrix,  allá en el lejano 2003.
Durante estos años sin verles el pelo es muy probable que hayan estado dedicados a intentar pulir su manoseado concepto de historias futuristas; pues su nueva producción, El atlas de las nubes, se extiende desde el siglo XIX hasta el XXIV, donde nuevamente el futuro que nos vaticinan  es  de todo menos esperanzador.
La titánica propuesta que nos presentan Tom Tykwer, tercer director de la película, y los Wachowki, no puede ser más enrevesada.  Una trama compuesta por seis historias diferentes, supuestamente entrelazadas, que se alternan incoherentemente durante las interminables tres horas de metraje.
Encontrar la relación entre personajes, muchos y confusos, e historias, dispersas y mareantes, es un desafío al nivel del mejor acertijo. Casi imposible. Al menos a mi me costó centrarme, comprender lo que estaba viendo, y sinceramente interesarme aunque fuera un poquito por lo que trataban de contarme.
La película se me hizo larga, ni siquiera amena en sus partes buenas; por suerte  tiene algunas. El trabajo de los actores me resultó correcto en el caso de Tom Hanks, Halle Berry o Jim Broadbent, al igual que el trabajo de maquillaje al que fueron sometidos para elaborar sus múltiples y dispares identidades, con cambio de sexos y razas incluidas; pero algo le falta a esta narración para poder conquistar sin reticencias. Quizás un ritmo mejor llevado. Un esquema de personajes mejor hecho. Algo más perdurable en la memoria que lo presentado. Sin ir más lejos, la estética futurista recuerda demasiado a otras pelis de culto del mismo género, Blade Runner, su ejemplo más notorio. Aunque tengo que decir, que de todas las historias que se narran, la ubicada en el futuro es la que más me gustó; la más sólida.
Una película extraña… 4,6

 

Jack el caza gigantes

“Jack el caza gigantes” es una adaptación adulta del popular cuento de “Las habichuelas mágicas” y nos cuenta la historia de una antigua guerra que se reactiva cuando un joven granjero, sin ser consciente de ello, abre una puerta entre nuestro mundo y una aterradora raza de gigantes. Sueltos por la Tierra por primera vez en siglos, los gigantes se esfuerzan por reclamar la tierra que una vez perdieron, obligando al joven Jack a entablar la batalla de su vida para detenerlos. Luchando por un reino, por su pueblo y por el amor de una valiente princesa, se enfrentará cara a cara con unos incontenibles guerreros que pensaba que solo existían en las leyendas y, de esa manera, tendrá la oportunidad de convertirse él mismo en una leyenda.

Los cuentos populares se han convertido en la nueva mina a explotar por los productores de Hollywood. En los últimos tiempos se han llevado a la pantalla grande numerosas versiones de los clásicos de los hermanos Grimm, y otras tantas de los cuentos de Hans Christian Andersen. El bodrio más reciente que tenido el sonrojo de padecer fue,  Hansel y Gretel, cazadores de brujas; los Grimm deben estar revolcándose allá en donde estén. Al igual que yo me revuelvo sólo de pensar que  su gran legado de historias siga pisoteándose con tanta  impunidad.
Me encantan los cuentos, y si además van acompañados de ilustraciones su valor se multiplica. La calidad de un cuento la mido también por lo visual.
Cuando pienso en cómo se debería transferir la esencia de estas fábulas al cine me vienen a la mente las ilustraciones de Arthur Rackman o Edmund Dulas; con esa gama de colores, esa textura, esa luz, que parece sacada de los sueños. La esencia de los cuentos que tan bien se plasmó en La princesa prometida; en la que se conjugaban a la perfección aventura, romance, y acción.
En la parte visual, Jack el caza gigantes, lo hace genial. Los decorados, escenarios, localizaciones, el diseño de vestuario y de producción son magníficos. Los efectos especiales son de lo mejor que he visto en los últimos tiempos.
Pero, y aquí llega el gran pero, los responsables de la cinta, su director Bryan Singer y los cuatro guionistas, se limitaron a trabajar sobre algo ya hecho para no hacer nada, es decir, simplemente hicieron bonito el envoltorio.
Debieron pensar que si Andersen ya les había hecho el trabajo sucio hace unos cuantos siglos, y lo había bordado, ¿para qué romperse la cabeza haciendo más?
Siempre se pueden meter unas cuantas escenas de batalla, estilo “El señor de los anillos”, que son un recurso imprescindible dentro del género fantástico de los últimos años. 
Y no es que esté en contra de eso. Pero hubiera quedado mejor si todas las partes estuvieran compensadas.
Los personajes principales, Jack y la princesa, interpretados por los noveles Nicholas Hoult y Eleanor Tomlinson, no pueden ser más previsibles. No evolucionan, ni son interesantes. Tampoco el plantel de secundarios destaca especialmente; Ewan McGregor, Stanley Tucci, Ian McShane, no aportan novedad en sus roles tantas veces vistos ya en otras cintas del género.
Hace unos años me hubiera entretenido más, pero hoy en día si no se innova, más allá de meter efectos digitales y batallas de acción que nos sabemos de memoria, lo visto  me provoca aburrimiento.
Los malos son malos de manual. Los buenos también. Porque ni siquiera se han molestado en hacerlos un poco carismáticos. Son planos, y  se mueven en un plano visto; repitiendo movimientos y situaciones.
Es lamentable que algo que despertaba la imaginación de nuestros antepasados, hoy apague la nuestra, haciéndonos creer que en esta generación eso de fabular está en serio peligro de extinción. 6


La noche más oscura

La captura de Osama Bin Laden preocupó al mundo y a dos administraciones presidenciales estadounidenses durante más de una década. Al final, un pequeño grupo de agentes de la CIA le encontró. Fue una misión llevada a cabo en el secreto más absoluto. Algunos detalles han salido a la luz, pero las partes más significativas de la operación secreta y, sobre todo, el papel que jugó el equipo de agentes, se verán por primera vez en “La noche más oscura (Zero dark thirty)”. La descripción de la busca y captura de Bin Laden lleva al espectador hasta el corazón del poder y a la primera línea de la histórica misión, que culmina en el asalto por parte de las fuerzas especiales a una misteriosa residencia en Pakistán.
 
Tenía pendiente ver La noche más oscura; estrenada hace unos meses en nuestro país, y nominada al Oscar este mismo año.
Tras verla, mi impresión es que se trata de ese tipo de películas que son capaces de echarte un lazo y llevarte a su terreno.
Ese tipo de películas que crean una atmósfera que terminas respirando, como si no lo presenciaras; como si, en un rinconcito, escondida, fueras también participe en vivo de lo que pasa. Ni siquiera es ficción. Lo sientes real, como si de verdad estuviera sucediendo; como si no fueran actores, ni decorados, ni frases de guión. Se ve auténtico. Al margen de que quizás sólo sea una versión ficticia urdida por políticos y mandatarios para consolar a una sociedad que esperaba ese desenlace desde el 2001.
¿Cómo saber a ciencia cierta si esa es la verdad, o tan sólo la mejor versión de una beneficiosa mentira?
No deja de extrañar que todos los que participaron en la captura y ejecución de Osama Bin Laden hayan muerto; que todos los que fueron testigos de primera mano ya no estén, ni puedan desmentir la información oficial.
Verdad o mentira, lo que si es cierto es que tras los atentados del 11S la sociedad Norteamérica, ya de por si obsesionada con las amenazas extranjeras, agravó su obsesión.
A pocos les importaba en qué forma se administraba justicia, más bien venganza, si con eso se paliaba el dolor de la herida abierta en New York.
Y Kathryn Bigelow no es hipócrita al intentar negarlo. En la noche más oscura nos enseña sin censura las torturas ejecutadas por los marines contra los prisioneros, sospechosos de colaborar con la red terrorista. Igual de cruda es la escena final de la película, con el asalto a la casa donde se oculta el líder de Al Qaeda y su familia.
Esta crudeza descarnada nos hace cuestionarnos dónde se encuentran los límites; si todo está permitido; si las vejaciones y el asesinato son lícitos cuando lo que está en juego es el honor de una nación.
Es el personaje de Maya, interpretado por una convincente y lucida Jessica Chastain, quien nos lleva de la mano durante todo el metraje. Para mi hace un trabajo de diez.
Muy recomendable. 8



La Huésped

En “The host (La huésped)”, nuestro mundo ha sido invadido por un enemigo desconocido. Los seres humanos se han convertido en huéspedes de los invasores, que se han apoderado de sus mentes manteniendo el cuerpo intacto. Casi toda la humanidad ha sucumbido a esta invasión. Cuando Melanie (Saoirse Ronan), uno de los pocos humanos “salvajes” que quedan, se ve capturada, está convencida de que ha llegado su fin. Wanderer, el “alma” invasora asignada al cuerpo de Melanie, ya está avisada de las dificultades que implica vivir dentro de un ser humano: las emociones irrefrenables, el torrente de sensaciones, los recuerdos demasiado vívidos… Pero hay algo con lo que Wanderer no contaba: la antigua inquilina de su cuerpo se niega a cederle el control de su mente. Cuando unas fuerzas externas obligan a Wanderer y a Melanie a aliarse, ambas emprenden una incierta y peligrosa búsqueda del hombre al que aman.

Que Stephenie Meyer obtuviera un bombazo con Crepúsculo le garantizaba una de las mejores cosas que le pueden suceder a un escritor; la posibilidad de seguir publicando, y también que el resultado de su esfuerzo fuera llevado a la pantalla grande.
“The Host”, en español “La huésped”, salió publicado en 2008 pero no tuvo ni de lejos la aceptación de su saga más conocida. Aún así la adaptación cinematográfica era cosa hecha, y el encargado de hacerla fue Andrew Niccol, director de “Gattaca” y guionista de “El show de Truman”; y no sabéis lo mucho que me decepcionó enterarme de esto.  Me cuesta creer que el guionista de “El show de Truman” y “La huésped” sean la misma persona, porque lo peor de esta película es el guión, sin ninguna duda.
No he leído el libro de Meyer, pero el material del que partía tenía posibilidades, al menos para hacer algo entretenido.
Arranca bien, con un comienzo que promete algo más de acción, pero toda la acción que puede haber se estanca a la media hora, y la película dura dos horas y diez.  Así que durante minutos y minutos uno espera que vaya a pasar algo que rompa la monotonía  que llena la pantalla… y no pasa nada.
Me he enterado que la Meyer quería convertir su libro en una trilogía, y que ya tenía incluso pensado los títulos de las posibles continuaciones, aunque al parecer estaba esperando para ver si la película triunfaba para decidirse a escribirlas o no. Por lo visto  si eres un escritor de moda esto es lo que pasa, que sacrificas tus ideas en base a si te reportan más o menos dinero.
La verdad es que poco más se puede decir. Aunque la Meyer escribió la novela enfocándola hacia un público más adulto en realidad va dirigida a un público muy específico; es decir que si eres mujer, estás entre la adolescencia y los veinte y muy pocos, y te gustan las sosas historias de amores a tres bandas, estarás de enhorabuena con “La huésped”.
Mención especial se merecen los malos de la función, que rivalizan con los Vulturis por el primer puesto de malos de pacotilla. Ojo al pegote final injertado con la finalidad de facilitar la posible continuación de la historia; totalmente innecesario. 4